Rubén Léster, así de simple



Lo conozco hace unos quince años, más o menos. Desde que lo descubrí en un ensayo de un grupo de rock en el que también tocaba un amigo de un amigo. Supe entonces que se llamaba Rubén Léster y que lideraba aquel infatigable piquete rockero, sugerentemente nombrado La Guerrilla.

Por aquella época, marcada por las ironías y escaseces del Período Especial, Rubén se armó con su guitarra como una manera irrevocable de asumir la vida. Como un guerrillero. Fue de aquí para allá, tocando en cuanto escenario le abriera la puerta, e involucrándose en proyectos artísticamente tan arriesgados como el grupo de teatro, ¿casualmente? también llamado La Guerrilla. Con una línea estética que fundía el rock con las artes escénicas, esta agrupación devino en rara avis, cuya concepción inicial no ha vuelto a ser igualada, al menos sobre las tablas santiagueras.

Para Rubén Léster (González Váldes), habanero de nacimiento y santiaguero por adopción definitiva, la guitarra sería la puerta hacia toda la música. La había estudiado de niño y adolescente en diferentes escuelas de arte, y luego le serviría para abrirse un camino en el subterráneo panorama del rock y la música alternativa de Santiago de Cuba.

Un elemento que lo distingue dentro de los trovadores o cantautores jóvenes, no solo de Santiago, sino de toda Cuba, es su singular poética. Lejos del lenguaje rebuscado y la metáfora grandilocuente, Rubén apuesta por lo simple, por lo directo, convencido de que “hablando claro también se pueden decir cosas muy profundas”.

Tal fórmula creativa se une a la frescura inherente de sus composiciones; al sabor popular, criollo, guarachero, que aflora lo mismo en su lenguaje que en una sonoridad cocinada en las más variopintas influencias. “Yo soy un tipo básicamente alegre,” declara sin complejos Rubén Léster, “y es lógico que eso se note en mis canciones”.

Temas como “El lobo sato”, “El descontento”, y “Someday”, también llamado “Mensaje de negro guapo a mulata voluptuosa”, destacan, desde el mismo título, por el desenfado con que su autor asume un tópico tan afín a la estética trovadoresca como el amor. Sin embargo, canciones como “12 horas”, “Tentaciones” y “Pedacito de sol”, revelan un lirismo intimista y conmovedor; mientras otros temas como “La mañanita”, “La sabrosura” y el excelente “Tango de la loca”, sin renunciar al tono desenfadado, transpiran el aire de los más acendrados géneros románticos latinoamericanos, el bolero por ejemplo.

En otra cuerda, obras como “Gente”, “El carro de la suerte” y “El carrusel”, este último da título a un disco, producido en el 2007 y sin fines comerciales por el ya desaparecido proyecto capitalino Verdadero Complot, demuestran su agudeza para reflexionar sobre la realidad social o las relaciones humanas en sentido general. Y lo hacen no desde una posición externa, cuasi filosófica, sino desde el punto de vista de quien se sabe testigo y protagonista a la vez de esa realidad. Dentro de este grupo, me quedo personalmente con “Suerte”, un tema que estremece por la manera en que aborda, lejos de cualquier panfleto, la marca humana de la emigración.

Sin embargo, a pesar de todo esto, y de algunas presentaciones fuera del país, la obra de Rubén es víctima de la principal paradoja de la trova joven cubana, salvo algunas y no siempre decorosas excepciones. Su reconocida calidad no va aparejada a una divulgación coherente, intencionada, que le permita saltar los restringidos espacios a los que se ve limitada, los defendidos por la cada vez más menguada tropa de trovadictos, y los canales promocionales de instituciones como la Asociación Hermanos Saíz, y acceder de esta forma a un público mayor. Ingredientes tiene para ello.

“La música que más se difunde hoy en los medios no es precisamente la trova, ni siquiera su variante fusionada con otros géneros”, afirma el joven cantautor, consciente de la situación con la que debe lidiar. “En los medios predominan otros gustos, otros intereses, predomina lo bailable. Y además, fuera de ellos, existen otras dificultades para promover la música, problemas de presupuesto, y también de mentalidad. Ello dificulta, por ejemplo, poner una valla promocional de un concierto equis, que no tiene necesariamente que ser de trova, o producir más festivales, o incluso utilizar Internet, que es una vía que podría ser muy efectiva por las ventajas que brinda para una promoción mejor dirigida, más personalizada”.

El habanocentrismo es otra de las aristas peliagudas del problema: “En este país todo está en La Habana. En las provincias puede haber un telecentro, puede haber emisoras, pero no tienen un alcance nacional. Así que si tú quieres que tu música se conozca tienes que irte para la capital, hacer televisión, salir en emisoras nacionales, incluso hacer conciertos en la capital, porque es lo que tiene una cobertura mayor. Pero eso no es fácil para todo el mundo, y en especial para los jóvenes trovadores. Hay que tener un respaldo económico, o institucional, y eso no es sencillo”.

Rubén, igual, no baja la guardia. Enraizado en Santiago de Cuba, no deja de componer ni de tocar, ni de involucrarse en nuevos proyectos como X Planet, junto al rapero Alaín García Artola, Alayo, y la cantante inglesa Holly Holden. Ahora sueña con formar un nuevo grupo, en el que combine su música con un intencionado trabajo audiovisual y, por ende, con una proyección escénica más atractiva. Mientras, espera pacientemente por la salida definitiva de su nuevo disco, grabado hace más de un año, y al que no por gusto tituló Simple.

“Así de simple”, me dice sonriente. “Yo sigo en lo mío. Ya se abrirán las demás puertas”.

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