Daymara en tres actos



ACTO I

Cuando asistimos a las bodas de una pareja amiga, estábamos advertidos de que en la ceremonia se interpretaría en vivo el Ave María de Schubert. Fue un dato que se hundió en la memoria y que no emergió hasta que desde un lateral del altar mayor, las notas musicales de una voz femenina envolvieron toda la capilla. El momento se volvió mágico. El sobrecogedor canto de aquella –para nosotros– desconocida joven, le dio el toque imprescindible al acto nupcial.

Concluida la ceremonia, y ya en el brindis que le precedió, el imperativo periodístico de indagar sobre la cantante se impuso. Se lo hicimos saber. Daymara Larred –así se llama– aceptó a condición de que nos viéramos en su casa, en una céntrica barriada habanera. Sería a la mañana siguiente.


ACTO II

La tacita de humeante café fue preámbulo de conversación.

En ocasiones damos por seguro algo que definitivamente no resulta serlo.

PMU: ¿Dónde estudiaste y quiénes fueron tus profesores?

Daymara: Realmente estudiar como estudiar, nunca ocurrió.

PMU: O sea, ¿qué ese derroche de técnica que ayer expusiste en el Ave María de Schubert lo adquiriste autodidactamente?

Daymara: Creo que sí, aunque existe una persona a la cual le debo mucho: Katia Selva, soprano lírica.

Ante que la madeja continuara enredándose, opté por llevar la historia a sus inicios. Debido a su enfermiza timidez, desde niña Daymara se valió del canto para sociabilizar, tanto en las escuelas como en su propia casa. Pero su inclinación artística, no contó con apoyo familiar. “No creían en mí”, recuerda sin resentimiento.

Sólo recibió el estímulo de su madrina, experimentada profesora de inglés, quien además, la adiestró en el idioma de Shakespeare, del tal modo que para viajar al extranjero, dejó a Daymara a cargo de su grupo de alumnos. Entre estos figuraba la directora de un coro eclesiástico, quien al conocer la preferencia musical de Daymara, la invitó a integrarse al colectivo.

Por su carácter introvertido y su temperamento marcadamente romántico, siempre se vio a sí misma como intérprete de boleros y baladas. Pero el destino le reservó otro derrotero: el canto lírico. La experiencia coral resultó decisiva para definir su vocación. Fue período en el cual se adentró en los aspectos técnicos que enmarcan su voz. Por la tesitura y extensión de sonidos que puede alcanzar, y su coloratura de cuatro octavas de un LA grave a un LA sobreagudo, Daymara queda dentro del grupo de las sopranos líricas ligeras.

Para apoyar su explicación, pone en funcionamiento una reproductora de casetes. Una grabación casera deja oír a la joven interpretando “El sueño de Doretta”, un aria de la ópera La Rondine, de Puccini.

PMU: ¿Esta grabación data de antes o después de saber tu condición de soprano lírica ligera?

Daymara: Mucho después. Ya había conocido a Katia Selva. Ella primero me impartió varias clases de canto y después me preparó para una posible audición en el Teatro Lírico Nacional. Trabajó mucho conmigo profesionalmente, para que pudiera vencer mis temores y mi timidez. Al fin tuve la oportunidad y audité con El Ruiseñor, de Lecuona.

PMU: ¿Hace mucho?

Daymara: Ocho años. El mismo tiempo que llevo trabajando en la institución como corista y haciendo suplencia como solista.

PMU: ¿Entonces eres profesional burocráticamente hablando?

Daymara: A medias. El sueldo no se corresponde con lo que hago. Además, pese a que en numerosas ocasiones he demostrado que puedo cantar como cualquier otra solista, me mantienen en el coro sin asignarme esa categoría. Mi condición de autodidacta es estigma que arrastro.

PMU: ¿Qué alternativas tienes?

Daymara: He ahí el dilema. Los años pasan y ya no soy tan jovencita. Estoy amarrada al canto lirico en cuerpo y alma. En cuerpo porque en Cuba el teatro es la única vía para canalizar mi especialidad, y en alma porque lo lírico es verdaderamente mi pasión. Independizarme sería a través de una fórmula que pudiera contemporizar lo lírico con lo popular, y así abrirme a espacios más masivos. Tengo que valorar posibilidades. Encontraré alguna, de seguro que la encontraré.


ACTO III

A la sala entra la madre de Daymara con dos sabrosos y fríos batidos de mango. La joven sonríe y nos dice a modo de confidencia: “Actualmente me apoya y cree mucho en mi”.

Le comentamos a Daymara que entre nuestros personajes operáticos preferidos está el de La Reina de la Noche, en la ópera La Flauta Mágica, de Mozart. Como impulsada por resorte la joven se pone de pie y, para nuestra sorpresa, entona un trozo de la composición, a manera de colofón para una magnifica mañana.

Sólo esperamos que Daymara, en la vida real, sea lo contrapuesto al malévolo personaje mozartiano y se convierta en la Reina de las Luces. Tiempo le queda, arte le sobra.

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