Academicismo versus autodidactismo



El fenómeno no es nuevo. Nada nuevo. Secularmente la música cubana, tanto la compositiva como la interpretativa, ha recibido el aporte de dos copiosos afluentes: la académica y la autodidacta, con resultados significativamente beneficiosos.

Músicos cubanos autodidactas de raíz o con rudimentarios estudios, han puesto a bailar a buena parte del mundo con ritmos como el bolero, el danzón, el mambo y el chachachá. Otros con sólidas bases académicas, inscribieron e inscriben páginas inmortales en la escena universal.

Ambas vertientes musicales, la culta [académica] y la popular [autodidacta], pasaron, pasan y pasarán por el filtro que deja un saldo final: la buena música, al igual que sucede con ejecutantes e intérpretes.

Los tres párrafos anteriores nos permiten desembocar en la actualidad, y más precisamente en un rincón de ella, en la música underground o alternativa.

Entre los años sesenta y ochenta del pasado siglo en Cuba se institucionalizaron diferentes centros académicos: las Escuelas de Instructores de Arte (ENIA), la ENA (Escuela Nacional de Arte) y el ISA (Instituto Superior de Arte), en los cuales conjuntamente con los conservatorios heredados del capitalismo, se formaron cientos de jóvenes músicos. La mayoría de ellos se radicaría como profesores en escuelas de nivel elemental y medio. Del resto, los más talentosos despuntarían como “estrellas” protegidas, mientras que los demás engrosarían agrupaciones o actuarían como solistas. En esa etapa los llamados autodidactas tendrían su cabida en un pujante movimiento de aficionados, que en cierta medida serviría de trampolín a determinadas “figuras”.

Pero la década de los noventa irrumpió con una atmósfera cargada y presagiosa que a finales del año 93 comenzó a descargarse furiosamente sobre la Isla. Como se diría en buen cubano, el llamado Periodo Especial puso todo “patarriba”. El esquema socioeconómico se desplomó caóticamente, mientras que el estatus político se aferraba a la ortodoxia, y la vida ciudadana daba tumbos por nuevos derroteros. En la misma medida que la nación se dolarizaba la sociedad se despegaba de los discursos oficiales.

Música y músicos no escaparon de la tempestad. Un maestro de música de primaria y secundaria no podía sobrevivir con un sueldo de 200 o 300 pesos, en aquella época a dos o tres dólares al cambio. Un joven con aptitud musical no deseaba ingresar en un centro especializado y esperar cuatro o cinco años para egresar y ganar lo mismo. Las circunstancias demandaban una válvula de escape: “salir a luchar”.

Y como la verdolaga, a lo largo y ancho de la Isla brotaron agrupaciones de todo tipo de formatos y géneros, algunas integradas por graduados y otras por autodidactas y en determinados casos, por ambos. A fuerza de influencias, suerte o talento, algunos de estos grupos o solistas pudieron profesionalizarse y contar con el apoyo oficial, los más quedaron al margen de tal amparo, y sin conciencia clara inicial, comenzaron a engrosar el movimiento underground que hasta entonces estaba abanderado por elementos despegados de la cúspide de la Nueva Trova y por integrantes de la llamada Novísima Trova, así como por bandas roqueras que, aunque no aceptadas del todo, eran toleradas entre comillas.

No obstante a las penurias económicas, por un resquicio inesperado, al país entró una balbuceante tecnologías telecomunicativa como la Internet, los “celulares de palos”, cadenas televisivas piratas, CD y DVD, que pusieron a nuestros creadores en contactos con un universo musical extrainsular. El rap, manifestación del hip hop, inició rápidamente un proceso de transculturización y se convirtió en el medio preferido de muchos para exponer, a manera de crónicas sociales, la realidad circundante del cubano simple, fenómeno que ha llegado hasta nuestros días, al menos con variados matices (pretendidos adornos comerciales) y propósitos formales (ficción con el reggaetón y otros géneros).

Y es precisamente en el rap donde se adolece de una ausencia de formación académica. Algunos raperos, no todos, pese a hacer galas de buen timbre, armonía y ritmo, no logran alcanzar el registro vocal adecuado, lo cual acompañado de una dicción defectuosa hacen del español un dialecto extraño. Contrariamente, otros, no todos, que sí egresaron de centros de estudios especializados y logran registro y dicción, no poseen el swing y el carisma que caracterizan a los cultivadores de este género. Pero puede afirmarse que el rap, conjuntamente con una revitalizada trova joven, no todos jóvenes trovadores, y la consolidación de un movimiento roquero más diversificado, conforman el núcleo realmente genuino de la música alternativa en Cuba.

No por ello el underground cubano descarta que a él puedan pertenecer un número elevado de músicos académicos y autodidactas que canalizan sus energías creativas a través de un sinfín de géneros, y que sea por las razones que sean, numerosas ajenas a su voluntad y talentos, puedan escalar los peldaños que lo lleven, al menos, sino a la gran escena, a salir del barrio o de una casi peña clandestina, o de la propina de un turista aburrido.

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