La otra cara de la moneda



Muchos jóvenes que en un pasado defendieron de manera independiente la música de su creación, sus orígenes y principios undergrounds han llegado actualmente, a la industria discográfica oficial o a la empresa comercializadora de la música, esa es “la otra cara de una moneda que no trae los mismos beneficios para todos los que logran ‘llegar’”.

La historia que hoy contamos comenzó hace más de una década cuando un joven cantante y rapero tunero decidió formar un proyecto que además de dar a conocer sus canciones, aglutinara un movimiento creciente en la ciudad. Su juventud y la falta de experiencia profesional unido al reconocimiento en el gremio musical, fue dejando detrás el sueño de crear un movimiento de hip hop netamente social, underground. Un movimiento que entre críticas sociales y protestas poéticas forjaran un camino y un nombre para el proyecto musical. Desde Pinar del Rio hasta Guantánamo ha encaminado su andar, recorriendo cada espacio afín con el hip hop. Los Aldeanos y La Fina son algunos de los proyectos con los que el joven músico y compositor pretende hacer dúo. Todos estos sucesos en su existencia le han marcado profundamente, pero hoy pertenece a la empresa comercializadora de la música y los espectáculos, y está dentro de su catálogo de artistas, pero, ¿eso le ha resuelto la vida?

Una especie de alter ego le persigue, una suerte de doble personalidad con la que ha tenido que coexistir para poder sobrevivir. En algún momento de su carrera, por supuesto antes de profesionalizarse, alguien le pregunto ¿Por qué no haces reggaetón, bachata urbana, o por qué simplemente no fusionas algunos géneros y haces una música más comercial? En ese entonces contesto que él no creía en lo comercial, que sólo necesitaba sus canciones y un espacio para cantar. Pero la historia ha cambiado.

El mismo prejuicio que existe en una gran parte del público cubano, persiste hoy en los directivos y programadores de los espacios culturales de nuestro país, y es muy difícil encontrar un espectáculo –casi siempre conmemorativos– en el que sea adecuado alguna manifestación musical con corte de hip hop. El monopolio lo tienen los malos solistas con las mismas canciones de siempre, y por supuesto las orquesta de música bailable.

Por todo lo anterior, el protagonista de nuestra historia usa su talento de dos maneras, una para su sustento económico haciendo todo tipo de música de consumo popular, y otra para su sustento espiritual, una música que es suya, de adentro, que no piensa dejar de hacer y defender. Esa canción con letra inteligente, crítica, lacerante, y sobre todo capaz de hacer reflexionar al más duro incauto.

Los que lo conocen y lo ven en su papel de contribuyente al goce popular sienten el “background” de su esencia, pero no dejan de emitir criterios que desdicen todo por lo que abogaba anteriormente y hoy no cumple ciegamente. Para él tampoco es fácil, las ineludibles necesidades humanas no son aliciente suficiente para sentirse en paz consigo mismo, no es capaz de desdoblarse completamente sin sentir remordimientos. Su frase de aliento constante es siempre: “que todo sea por el futuro”, un futuro que sueña todavía dentro del hip hop. Este joven artista nos es sólo uno, son los miles que tienen que posponer sus ilusiones y anteponer la necesidad de existir socialmente.

Esta historia se replica, es como una bolsa llena de monedas con sus dos caras, sueños y realidades sopesando la vida. Algunos logran sus anhelos más deseados, otras simplemente se disuelven y mezclan en el remolino de la música comercial, resignándose, o en el peor de los casos, olvidando sus raíces.

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