El rap entre dos orillas



Aquí o acullá, excepcionales han resultado las corrientes musicales o bailables de origen popular que no hayan tenido que enfrentar una primera etapa de marginación, descalificación artística, discriminación, o sencillamente, de repudio, entre una larga y acusatoria lista de pecados originales.

A finales de los años ochenta del pasado siglo, vientos norteños arrastraron a costas cubanas la cultura hip hop y con ella al rap. El hecho destapó en la Isla una frenética caja de Pandora cargada de criterios encontrados, juicios extremos, fanatismos polarizados, que en determinada medida aún perduran.

En ese entonces, la escena musical cubana transcurría dentro de un esquema prácticamente inmovible. Orquestas y charangas nutrían ritmos tradicionales o variantes de ellos, los solistas permanecían fieles a boleros y baladas, la mayoría de los grupos o “combos” se inclinaba hacia el pop, la radio en sus espacios musicales, dejaba oír también a figuras y conjuntos europeos y latinoamericanos, y como única dispensa, algo de la entonces ya declinante música disco. Además, la llamada Nueva Trova se empeñaba en afianzar su espacio. Mientras la burocracia de los medios se encargaba de impedir cualquier filtración perturbadora.

Cuando el rap arribó a Cuba, ya había atravesado su propio vía crucis. Surgido en los años setenta del pasado siglo, en los barrios marginales de Nueva York, en el rap confluyen raíces musicales africanas, afronorteamericanas y afrocaribeñas, tales como el griot, el ragga, el funk y el jazz, además de la influencia de la antigua rapsoda griega.

El rap nació permeado de las circunstancias sociales, económicas y políticas que enfrentaron sus creadores y sus primeros cultores. La marginación y prejuicios raciales. El diferenciado estatus económico. Las diversas ideas ideológicas y políticas que crispaban a la sociedad estadounidense: la guerra de Vietnam, Malcolm X y el Islam, Watergate y la renuncia de Richard Nixon moldearon contestatariamente, un lenguaje y una cadencia particular que le escamotearon al rap la aprobación mayoritaria, y le provocaron severos cuestionamientos desde la óptica más ortodoxa. Pero en los años ochenta, el género se enrumbó hacia una lirica más consecuente con el mercado, hasta que años después, absorbió gran parte de él y lo internacionalizó como artículo de consumo, lo que provocó el desencadenamiento de múltiples subgéneros raperos. Unos más apegados a la semilla, otros más distorsionados. Y con esa esencia y esa etiqueta llegó el rap a Cuba.

A principios de los noventa existía en la Isla un sensible caldo de cultivo para que el rap tuviera una favorable acogida, sobre todo en los barrios urbanos donde un segmento de la juventud requería de un nuevo modo para expresar a través de la música, vivencias y motivaciones del diario vivir en una sociedad sacudida por apremiante coyuntura socioeconómica.

Contrario al movimiento de la Nueva Trova, que desde sus inicios fue estructurado y organizado, el rap germinó espontáneamente, sin declaración de principios, ni dictámenes, ni guía conductor, ni amparo oficial. Fue agente libre que creció en la misma medida que comenzó a confrontar criterios prejuiciados por parte de individuos particulares, diferencias generacionales y gustos personales, y de voceros de una que otra institución. Por tales motivos, el rap encontró en la escena underground cubana su más cómoda guarida.

Surgieron intérpretes y grupos que con características propias, imprimieron al foráneo género un sello de cubanía, tanto temáticamente como en su estructura musical. El “aplatanarlo” a la sonoridad caribeña fue paso obligado. La fusión con géneros criollos le hizo acercarse al oído mayoritario. Pero aun así, continuaron las reservas de algunos. Entonces el rap era “un perro suelto y sin vacunar”. Y la correa y la vacuna aguardaban.

Al igual que en Estados Unidos donde las grandes discográficas abrieron sus puertas, y lanzaron a intérpretes y grupos raperos a millonarios mercados a cambio de una modelación en las letras de sus canciones, a inicios de este siglo en Cuba, primero se puso en práctica una política de coexistencia pacífica, y una paulatina aceptación institucional, después. De hecho, grupos raperos descontaminados de textos agresivos y contestatarios, tuvieron acceso a los estudios de discográficas estatales. Algunos firmaron con empresas extranjeras establecidas en la Isla, y a otros se le permitió emprender giras por diferentes países. Se dio luz verde a festivales de rap y se creó la Agencia Cubana de Rap. Este tipo de rap light se puede escuchar por la radio y en determinados programas de la televisión. Pero la mayoría continúa en la guarida.

Esto no es un fenómeno nuevo, ni exclusivo de sistema político o económico alguno. La historia de la música está plagada de casos similares que han ocurrido con los más diversos géneros en múltiples países. Así ocurrió con la rumba cubana. Tema para otra ocasión.

Pero al igual también que en Estados Unidos, el rap en su parte más pura aún pervive en Cuba como una alternativa de siempre.

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