Vida, pasión ¿y muerte? de la rumba
29 de julio de 2013
¡Cómo baila la rumba la negra Tomasa!
¡Cómo baila la rumba José Encarnación!
-José Zacarías Tallet
Ningún otro exponente musical-bailable cubano ha tenido una vida más azarosa y voluble que la rumba. Nació en la miseria de los barracones esclavos; consoló y alegró penas colectivas de solares urbanos; avivó pasiones de hembras y varones; fustigó prejuicios e injusticias sociales, y gubernamentales; aún joven, desafió prohibiciones y salió a la calle reclamando su espacio, y lo logró; se vistió de seda y viajó a lejanos países; se apaleó con fórmulas extrañas que mermaron su esencia; y ya adulta, aceptó el tutelaje gubernamental que ofreció reivindicarla.
Cuando a principios del siglo XX, la rumba sonaba en los solares habaneros o matanceros, sus provincias natales, puede afirmarse que se estaba en presencia de una música alternativa que prejuicios raciales y sociales pretendieron callar.
Descendientes directos de negros esclavos, mestizos y blancos sin recursos económicos, encontraron en las tres variantes de la rumba: guaguancó, columbia y yambú, una válvula de escape para dejar sacar penurias acumuladas.
Bastaba una caja vacía de bacalao, una cuchara y una lata de sardina, para que solista y coro, en un formato de llamada y respuesta, dieran rienda suelta al canto que con una apertura penosa y desalentada desembocaba siempre en una explosiva y furiosa alegría. El ritmo fogoso y melódico de los improvisados instrumentos poseía el don de exaltar pasiones eróticas de la pareja bailadora.
Por ese apego a lo profano, por lo descarnado de sus letras, por el ritmo puramente africano de su música, la rumba se vio confinada a lo que hoy llamaríamos reclusión domiciliaria: no podía traspasar el umbral solariego. Se le acusaba además, de alentar placeres y vicios desenfrenados, y de allanar el camino a reyertas de sangre.
El mismo filtro, tal vez más drástico, por el que tuvieron que pasar el son y el danzón en Cuba; el blues, el funk, el jazz, el rock and roll y el rap en Estados Unidos; el tango y la milonga en Argentina; y decenas de ejemplos más. Arte de plebe que en la mayoría de los casos concluye con trascender casi siempre en provecho de sus antiguos detractores.
A finales de los años veinte del pasado siglo, la rumba traspasó los límites del solar. Armada ya con tres tumbadoras, salió a la calle en busca de una aceptación más generalizada que no demoró en encontrar.
En 1930 el género se embarcó para Nueva York y desde esa metrópolis fue llevada a Europa donde fue bien recibido. Con el ascenso de Hitler al poder en Alemania, la rumba fue prohibida en ese país. España, Francia y Gran Bretaña fueron los más amables receptores del ritmo cubano, al punto de que en estos últimos dos países se crearon corrientes autóctonas de rumba a partir de la cubana.
En tanto en Cuba, células musicales de la rumba integraron los núcleos del mambo y el chachachá, ritmos que surgieron en la Isla entre los años 40 y 50 del siglo pasado. Y es precisamente con el advenimiento de estos nuevos géneros que la rumba comienza a perder protagonismo dentro de la escena musical de entonces.
Luego del primero de enero de 1959, la rumba abre un largo camino de estatalización. Los más brillantes exponentes del género como Los Muñequitos de Matanzas se agruparon en empresas artísticas.
El Estado Revolucionario desde un primer momento reconoció el valor cultural de la música afrocubana, lineamiento que se materializó con la creación del Conjunto Folklórico Nacional y el Palacio de la Rumba. En contraposición, tempranamente se determinó que se solicitara permiso con dos meses de anticipación, para celebrar fiestas particulares, tanto religiosas como profanas, en las cuales se interpretarían música afrocubana. Esta medida está actualmente flexibilizada, pero coadyuvó a que la rumba dejara de ser fiesta de pueblo.
Al mismo tiempo, con el crecimiento del turismo internacional, la imagen folclórica de Cuba se apoya en la cultura afrocubana, algo que se hace más palpable en los espectáculos que se ofrecen en hoteles y cabarets. En tal estanco rumbero, también se incluyen cursos especiales y de veranos para extranjeros que deseen aprender sobre la rumba cubana. Y en otras latitudes del mundo aún se sigue cantando y bailando una rumba estilizada acorde al gusto local.
En estos o esos sitios, pueden que se presenten estampas de una rumba que, tanto por su canto como por su baile, se distancia cada vez más de la original, de esa que nació libre pese al cautiverio impuesto, esa que sigue siendo alternativa, esa que describió el poeta:
Al suelo se viene la niña Tomasa,
al suelo se viene José Encarnación;
y allí se revuelcan con mil contorsiones,
se les sube el santo, se rompió el bongó.
¡Se acabó la rumba, con-con-co-mabó!
Comentarios Dejar un comentario
29 de julio de 2013
¡Cómo baila la rumba la negra Tomasa!
¡Cómo baila la rumba José Encarnación!
-José Zacarías Tallet
Ningún otro exponente musical-bailable cubano ha tenido una vida más azarosa y voluble que la rumba. Nació en la miseria de los barracones esclavos; consoló y alegró penas colectivas de solares urbanos; avivó pasiones de hembras y varones; fustigó prejuicios e injusticias sociales, y gubernamentales; aún joven, desafió prohibiciones y salió a la calle reclamando su espacio, y lo logró; se vistió de seda y viajó a lejanos países; se apaleó con fórmulas extrañas que mermaron su esencia; y ya adulta, aceptó el tutelaje gubernamental que ofreció reivindicarla.
Cuando a principios del siglo XX, la rumba sonaba en los solares habaneros o matanceros, sus provincias natales, puede afirmarse que se estaba en presencia de una música alternativa que prejuicios raciales y sociales pretendieron callar.
Descendientes directos de negros esclavos, mestizos y blancos sin recursos económicos, encontraron en las tres variantes de la rumba: guaguancó, columbia y yambú, una válvula de escape para dejar sacar penurias acumuladas.
Bastaba una caja vacía de bacalao, una cuchara y una lata de sardina, para que solista y coro, en un formato de llamada y respuesta, dieran rienda suelta al canto que con una apertura penosa y desalentada desembocaba siempre en una explosiva y furiosa alegría. El ritmo fogoso y melódico de los improvisados instrumentos poseía el don de exaltar pasiones eróticas de la pareja bailadora.
Por ese apego a lo profano, por lo descarnado de sus letras, por el ritmo puramente africano de su música, la rumba se vio confinada a lo que hoy llamaríamos reclusión domiciliaria: no podía traspasar el umbral solariego. Se le acusaba además, de alentar placeres y vicios desenfrenados, y de allanar el camino a reyertas de sangre.
El mismo filtro, tal vez más drástico, por el que tuvieron que pasar el son y el danzón en Cuba; el blues, el funk, el jazz, el rock and roll y el rap en Estados Unidos; el tango y la milonga en Argentina; y decenas de ejemplos más. Arte de plebe que en la mayoría de los casos concluye con trascender casi siempre en provecho de sus antiguos detractores.
A finales de los años veinte del pasado siglo, la rumba traspasó los límites del solar. Armada ya con tres tumbadoras, salió a la calle en busca de una aceptación más generalizada que no demoró en encontrar.
En 1930 el género se embarcó para Nueva York y desde esa metrópolis fue llevada a Europa donde fue bien recibido. Con el ascenso de Hitler al poder en Alemania, la rumba fue prohibida en ese país. España, Francia y Gran Bretaña fueron los más amables receptores del ritmo cubano, al punto de que en estos últimos dos países se crearon corrientes autóctonas de rumba a partir de la cubana.
En tanto en Cuba, células musicales de la rumba integraron los núcleos del mambo y el chachachá, ritmos que surgieron en la Isla entre los años 40 y 50 del siglo pasado. Y es precisamente con el advenimiento de estos nuevos géneros que la rumba comienza a perder protagonismo dentro de la escena musical de entonces.
Luego del primero de enero de 1959, la rumba abre un largo camino de estatalización. Los más brillantes exponentes del género como Los Muñequitos de Matanzas se agruparon en empresas artísticas.
El Estado Revolucionario desde un primer momento reconoció el valor cultural de la música afrocubana, lineamiento que se materializó con la creación del Conjunto Folklórico Nacional y el Palacio de la Rumba. En contraposición, tempranamente se determinó que se solicitara permiso con dos meses de anticipación, para celebrar fiestas particulares, tanto religiosas como profanas, en las cuales se interpretarían música afrocubana. Esta medida está actualmente flexibilizada, pero coadyuvó a que la rumba dejara de ser fiesta de pueblo.
Al mismo tiempo, con el crecimiento del turismo internacional, la imagen folclórica de Cuba se apoya en la cultura afrocubana, algo que se hace más palpable en los espectáculos que se ofrecen en hoteles y cabarets. En tal estanco rumbero, también se incluyen cursos especiales y de veranos para extranjeros que deseen aprender sobre la rumba cubana. Y en otras latitudes del mundo aún se sigue cantando y bailando una rumba estilizada acorde al gusto local.
En estos o esos sitios, pueden que se presenten estampas de una rumba que, tanto por su canto como por su baile, se distancia cada vez más de la original, de esa que nació libre pese al cautiverio impuesto, esa que sigue siendo alternativa, esa que describió el poeta:
Al suelo se viene la niña Tomasa,
al suelo se viene José Encarnación;
y allí se revuelcan con mil contorsiones,
se les sube el santo, se rompió el bongó.
¡Se acabó la rumba, con-con-co-mabó!
Comentarios Dejar un comentario
- No hay comentarios en este momento.