Erase un viejo roquero



Esa tarde de julio el calor reventaba a La Habana. Trasladarse desde el centro hasta la barriada de Santos Suárez en un atiborrado transporte público, fue como cruzar el Sahara desnudo y a pie. Pero el objetivo fue cumplido. Llegamos a la casa de un joven roquero, con quien previamente nos habíamos citado con el fin de entrevistarlo.

“Sí, es aquí, adelante. Está usted en su casa”. Quien así nos recibió fue un señor que sin duda alguna, ya había traspasado los setenta años de edad y que a quemarropa, nos arremetió con una locuacidad desaforada. “Siéntese, por favor, él no demora”.

No está, el Sahara, el calor, la guagua, la caminata, ¿y si no llega? ¡Qué clase de embarque! Pensé.

“No es porque sea mi nieto, pero el muchacho es un músico de pura cepa. Claro, tiene a quien salir, en esta familia no se respira aire, sino música, sobre todo rock”.

Infructuosamente quise preguntar algo. “Sepa usted que está frente a un roquero auténtico”. ¿Usted? Requerí incrédulamente. “Pues sí, desde los 16 años hasta estos 75, el rock, especialmente el rock and roll, ha sido mi fervor”.

La historia comenzó a interesarme.

“Fíjese usted, que en 1955 junto con mi hermano y dos amigos del barrio, hermanos también, creamos una banda. Todos estudiábamos en la Escuela Primaria Superior. Conseguimos dos guitarras españolas, y a una de ellas le adaptamos un micrófono, una batería casi de juguete, y el viejo piano de mi mamá. Nos creíamos Bill Haley & His Comets”.

¿Y se hicieron sentir?

“¡Vaya que sí! Fuimos el furor entre la muchachada del barrio. Por lo general, tocábamos aquí en la casa por lo inmovible del piano, pero a guitarras y batería también descargábamos en casas de amigos. Tenía usted que vernos con jackets de cuero en pleno verano y con aquellas ‘motas’ a lo Elvis Presley”.

Detuve mi vista en su cabeza despoblada.

“Yo tocaba la guitarra eléctrica y quería parecerme a Chuck Berry. No había niña que se me resistiera, hasta que conocí a una roquera, Noelia, mi novia hace 57 años”.

¿Llegaron a profesionalizarse?

“No. Pura afición. Los cuatro seguimos juntos e ingresamos en el Instituto de La Habana. Médicos o abogados era una demanda familiar que todos incumplimos. En el Instituto también fuimos populares, pero siempre fuimos fieles al barrio”.

¿Por cuánto tiempo estuvieron juntos?

“Bueno, todo lo que comienza termina. A finales de 1959 el grupo se polarizó políticamente. Mi hermano y Juan Pedro decidieron radicarse en Miami. Dos hermanos se fueron y dos se quedaron. El piano se hizo una montaña de comejenes. Las guitarras perdieron cuerdas y clavijas. La batería se desbarató, pero la música seguía dentro y siempre que el tiempo lo permitía, Felo, el que se quedó, y yo, nos reuníamos y cantábamos a ‘pulmón pelao’, y extrañábamos a nuestros hermanos pese a todo. Noelia me dio un hijo, Rafael Enrique, y éste un nieto, ‘Rafa’, ese que usted está esperando. Ellos sí estudiaron música y se han destacado bastante, pero como dicen ahora en una onda underground”.

¿Y los hermanos de Miami?

“Con el mío estuve sin comunicación directa hasta 1992. Supe que se batió fuerte y abrió un establecimiento de artículos musicales en la Pequeña Habana, y con el tiempo, otro en Hialeah, donde vive. En el 2001 ofreció cursarme una carta de invitación para que fuera a visitarlo, con la condición de que no le dijera nada a Felo. No entendí el misterio, pero acepté. En el 2002, después de un millón de trámites pude viajar. Ya en su casa de Hialeah dijo que me tenía una sorpresa, pero que debía esperar un rato. Nos enfrascamos en un intercambio de noticias sobre familiares y amistades hasta que nos interrumpió el timbre de la puerta. ¡Vaya sorpresa! Allí estaban Juan Pedro y Felo. Abrazos y más abrazos, y hasta un par de lágrimas. Juan Pedro y mi hermano se pusieron de acuerdo para ese encuentro increíble. Pero las sorpresas continuaron, mi hermano nos hizo pasar a un pequeño estudio donde aguardaban una guitarra, un bajo, una pianola y una batería. ¡Fue la locura! Parecíamos unos quinceañeros con juguetes nuevos. Repasamos todo el antiguo repertorio. Disfrutamos de lo lindo. A los dos meses, Noelia, mis hijos, los nietos y el barrio me halaban como un imán. Regresé con una experiencia imborrable y con el bajo, que ahora está en manos de mi nieto”.

El teléfono comenzó a chillar. “Es para usted –me dijo– es mi nieto”.

Lo presentido se hizo realidad. Ocurrió un atraso de tres horas en la grabación de su primer disco. Se deshizo en disculpas. No había nada que disculpar. La historia del viejo roquero Rafael Ernesto, que así se llama, compensó con creces cruzar el Sahara desnudo y a pie.

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