Estamos a tiempo



Muchos afirman que una plaga de chabacanería, mal gusto y simplismo, cobra vida en los textos de las composiciones musicales cubanas de los tres últimos lustros, en especial las de los géneros que ejercen mayor influencia entre jóvenes y niños: el rap y el reggaetón. Personalmente consideramos que tal virulencia es real y que compromete seriamente la salud creativa de la música antillana. Ahora bien, en lo que sí diferimos es en la óptica que algunos funcionarios e instituciones gubernamentales emplean para llegar a la supuesta raíz del problema.

Cuando el enfermo se encontraba a un paso de ingresar a la sala de terapia intensiva, recientemente se declaró la alerta roja por parte de legisladores, dirigentes de medios masivos de difusión y especialistas del Instituto de la Música, y se decretó “un conjunto de medidas” para “limpiar la imagen” de lo que el pueblo mira y escucha. La prensa se hizo eco del conflicto y se publicaron comentarios al respecto, algunos con ingredientes de inteligencia, otros no tanto. Nos dio la impresión que equivocadamente se pretendía aislar el virus y no de llegar a su esencia para, sino erradicarlo definitivamente, conocer a cabalidad al enemigo enfrentado.

Soy de la opinión que pese a sus declaraciones y comentarios oficiales, muchos de estos voceros, personas inteligentes y preparadas, pueden coincidir conmigo en donde radica la causa directa que promueven los malogrados textos musicales: en la crisis de valores personales, sociales y culturales por la cual atraviesa la actual sociedad cubana.

Si las letras de las canciones son chabacanas, es sencillamente porque sus creadores son frutos de una sociedad donde la chabacanería se ha estandarizado; si son de mal gusto y de una violencia galopante, es porque un caos estético ha dado al traste con la tradicional lírica cubana, y porque la violencia es inherente al afán desmedido de alcanzar un respetado estatus social; si en estos textos pululan las imágenes eróticas gratuitas y la moralidad femenina se desnaturaliza, es porque son fenómenos que se viven a diario en cada calle, en cada vecindario.

¿Qué se puede decir de una sociedad que ha aceptado como modus vivendi la prostitución de mujeres, algunas adolescentes, con el eufemístico nombre de “jineterismo”? Una sociedad donde desde niños hasta personas mayores, de uno y otro sexo, hacen uso indiferenciado de un inflado vocabulario de palabras obscenas sin respetar lugar ni ocasión. Una sociedad donde la corrupción, el robo, el desvío de recursos se han convertidos en un círculo vicioso a todos los niveles. Una sociedad donde se ha desatado la clásica guerra de “dale al que no te dio”.

Peor que oír las letras de esas canciones y ver las imágenes de los videos clip que las visualizan, es vivir dentro de este estado de cosas que mal conforman nuestra sociedad. El juglar canta lo que vive, y su forma de decir se deriva de lo que escucha. Esas letras e imágenes son un pálido reflejo de la realidad circunstante. De nada sirve evitar su propagación y divulgación sino se emprende una cruzada para sanar las verdaderas causas que la suscitan. Tal vez por un tiempo no regresen a las emisoras radiales o a los canales de televisión, pero seguirán oyéndose en los equipos de audio y de video personales que sus dueños ponen altísimamente en funcionamiento para ellos y para todos sus vecinos a la rotonda, deseen o no oírlas.

Para revestir esta actual escala de valores no existe fórmula mágica, como utópico es soñar con una sociedad perfecta. Pero,“botar el sofá” para acabar con el adulterio es poner una curita sobre la gangrena. Se requiere acondicionar los pilares estructurales de la sociedad: la educación, la cultura, la economía, las conductas sociales. Que el ingeniero no sueñe con ser portero de un hotel en Varadero; que la quinceañera no tenga entre sus planes “empatarse” con un viejo español, canadiense, italiano o de cualquier latitud para que la “ponga cómoda”; que el joven no abandone los estudios para dedicarse a “arañar la tierra”; que no se vea el emigrar como una tabla de salvación; que no se permita que una hija o un hijo se prostituyan para que la familia disfrute de cierta solvencia económica; que se acaben los eufemismos y el robo se llame robo, igualmente la malversación, la corrupción, el desvío, el nepotismo; que el maestro sea realmente maestro; que los padres asuman sus tareas de protectores y no de conductores a vicios de sobrevida; y que las diferencias sociales y económicas se equilibren humanamente, entre otros tantos males.

Cuba forma parte de un mundo globalizado que no está excepto de un buen número de estos y otros lastres, pero no por ello se debe aceptar la resignación y permitir que se potencien más. Los actuales y próximos juglares aguardan por lo que hoy, y consecuentemente cada día del futuro, seamos capaces de hacer. Estamos a tiempo.

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coloso
23 de agosto, 2013 8:44 am (GMT-5:00)
Muy bueno, artículos como este es lo que se espera de las páginas con tales perfiles editoriales. La cultura popular es reflejo de la sociedad y la base de esos valores en Cuba se descompuso hace muchos años. Solo señalar que todo no es así, hay matices, otras realidades y formas de mirarlas, y sobre todo existen muchos jóvenes artistas que de diversas maneras critican esas realidades, denuncian y luchan por que las cosas sean como deden ser. Ellos merecen más espacios también en esta página.