¿De dónde son los cantantes?



Es innegable que la inventiva del cubano para sobrevivir merece el más exigente certificado de calidad posible. Su capacidad de revertir escollos es proverbial. Echa pa’lante a todo coste. En ocasiones por el camino plausible y en otras, lamentablemente, zigzagueando por el menos correcto.

Prueba gráfica de todo lo dicho, positivamente hablando, es La Habana actual: lo mismo usted puede encontrarse apostado en una esquina o en un portal, a alguien que le rejuvenece su destartalada fosforera, o tropezarse sorpresivamente con el émulo caribeño de Chaplin que violín en mano, recorre las calles en procura de sensibilizar al turista, y en especial, al monedero de éste. La gama de estos “buscavidas” es infinita, pero hoy queremos detenernos en los llamados músicos callejeros.

Abordaremos algo que aunque muy tratadoestá lejos de agotarse, sobre todo, si se tiene en cuenta que el “pintoresquismo” ha sido el denominador común empleado para enfocar tal tema.

Para las generaciones más jóvenes la estampa musical callejera puede presentársele tal vez como un fenómeno relativamente nuevo, cuando en realidad se trata de dar una simple “roca izquierda” a un hecho que se remonta a la etapa colonial y que alcanzó su plenitud a través de los primeros sesenta años del pasado siglo. Durante mucho tiempo constituyó el background sonoro-musical de la ciudad, conjuntamente con los pregones de los vendedores ambulantes y el vociferar de las vitrolas de bares y bodegas.

Para no pocos músicos, la calle fue peldaño inicial y obligado en la pretensión de llegar a alcanzar un nombre en una sociedad donde las oportunidades no se regalaban, además de convertirse en el medio de subsistencia. Luego de cada actuación, sombrero en mano, se rogaba la acuñada frase: “cooperen con el artista cubano”. Intérpretes de la talla de Benny Moré, Manuel Corona e Ibrahim Ferrer, entre otros, desanduvieron por ese derrotero.

En aquel entonces no se poseía una visión estructurada de lo que hoy llamamos música underground.

Si trazamos un paralelismo entre la llamada música callejera de aquel ayer y este hoy, encontramos que la diferencia está marcada por matices que responden a intereses generacionales. La inmensa mayoría de los músicos que actualmente “hacen” su arte en la calle, está integrada por personas que traspasan los cincuenta años de edad, las cuales, y lejos de ser absolutos, consideramos han anclado su suerte en lograr el sustento diario sin plantearse perspectivas más ambiciosas.

De ahí que los repertorios de estos grupos o solistas no desborden los tradicionales géneros musicales cubanos: son, bolero, guaracha y guajira, y sus respectivos temas más clásicos.

Con los pies en la tierra, viven convencidos que para ellos no se abrirán las puertas de las discográficas, ni la de un estudio de televisión, ni formarán parte de una gira nacional o internacional. Cuanto más, se les permitirá trabajar en un cafetín al aire libre o en una pequeña taberna, o un entusiasta turista les grabará un video con la promesa de que lo subirá YouTube, palabra que les suena de otra galaxia. Tampoco le pregunte usted acerca de la corriente underground o si hacen música alternativa. Sería como indagar “de dónde son los cantantes, si son de la loma, si cantan en el llano”.

La diferencia sustancial existente entre ellos con las más jóvenes generaciones de músicos, consiste en que estos últimos, independientemente de su formación profesional, o cultiven o no los mismos géneros y sean igualmente desconocidos, se plantean ocupar un espacio dentro de nuestro universo musical, aunque para lograrlo tengan que batir puertas, esquemas o intereses creados. Son jóvenes que no ven en la calle, al menos en su expresión más cruda, una alternativa de salir adelante.

Otra razón diferencial es que la mayoría de los actuales músicos callejeros fueron generados por la crisis económica que se inició en el país a principios de los años noventa del pasado siglo. Personas que durante más de la mitad de sus vidas ejercieron otro oficio y que por diversas razones, sobre todo pragmáticas, y gracias a un oído más o menos adiestrado, vieron en la música el “hada madrina” que les garantizará llevar al hogar renglones básicos como el aceite, la pasta de diente, el jabón, el pedazo de carne y los tenis de los niños.

Niños o casi niños eran en aquel momento los jóvenes músicos que hoy esgrimen otra filosofía del arte y la vida.

Entonces cabe preguntarse, ¿existe o no un punto de convergencia que lleve a la sombra de la música underground a los callejeros músicos, alternativos también por obra y gracia circunstanciales de la vida?

Mientras tanto, con su “pintores quismo” que es deleite de turistas, los habaneros pueden disfrutar también de estos artistas errabundos y de su música, aprobada para todas las edades y todos los ánimos, aunque unas veces sí y otras no, para todos los oídos.

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