¿Quién dijo que todo está perdido?



En las actuales circunstancias sociales existen ocasiones que llegamos a pensar, casi a creer, que todos los caminos que llevan al mejoramiento humano se encuentran sellados y que nos encontramos atrapados en un presente desalmado donde el pesimismo nos cae a dentelladas para conceptuar todo a través de un distorsionado y negativo prisma. Es bruma que ciega y obliga al auto-destierro, y a sentirnos únicos poseedores de la verdad. ¿Qué importa haber nadado tanto si al final moriremos en la arena? Es divisa que enarbolamos cuando caemos en picada, cuando la fe es frágil hilo incapaz de sujetar al más liviano pensamiento positivista.

Con tan opresora carga, salí a caminar por las calles de La Habana una calenturienta noche de septiembre. El cuerpo y más el alma, necesitaban aligerarse. Sentado en un banco del parque que bordea la Avenida del Puerto, el cañonazo de las nueve dispersó fulminantemente el embrollo filosófico en el cual me encontraba sumido, para traerme de vuelta a la realidad circunstante.

En el banco contiguo una pareja de enamorados hacía lo imposible por fundirse en una sola persona. En otro, más a la izquierda, tres individuos discutían con vehemencia sobre beisbol al tiempo que se intercambiaban una caneca de ron. Más allá, un grupo de jóvenes rodeaba un banco, unos sentados en él, otros sobre el césped o en el sendero pavimentado, y algunos de pie. Era un panorama típico.

Cuando intenté reconectarme, una cálida y bien templada voz comenzó a entonar una conocida canción, primero a capela y luego con acompañamiento de guitarra. Provenía del grupo de jóvenes. Los beisbolistas atenuaron su discusión y los enamorados hicieron un alto en sus ejercicios. Yo me resistí al embrujo, pero acabé dejándome atrapar.

Puse más atención a la caterva de muchachos. Me deslicé hasta un banco cercano a ellos. La extravagancia normal de la adolescencia. En el semblante común se reflejaba la satisfacción de disfrutar el momento, de compartir en colectivo. Desconfiado, escruté en busca de la pista discordante. No vi trasiego de alcohol, ni percibí vaho de hierba quemada. Al notar mi presencia, uno de ellos se me acercó. “¿Qué le parece, tío? Aquí estamos, cantándole a la vida, al amor, a todo lo bello. Pero dígame ¿qué le parece?”

A tanta insistencia, asentí con la cabeza para luego preguntarle si se reunían todas las noches. Mi interlocutor, un mozalbete de cuerpo desgarbado que no disimulaba ni el pulóver talla extra que vestía, me explicó: “Mire tío, aquí estamos cuando podemos y cuando lo necesitamos. Algunos cantamos, otros ‘tocan’ guitarras, tenemos hasta violinistas y bongoseros, nadie nos dirige y tampoco nadie nos dice lo que debemos cantar o ‘tocar’. Algunos han dicho que somos una tertulia de música alternativa u ‘ondergun’, o algo así, yo que no soy ningún ‘mechao’ en eso creo que sencillamente somos cuentaprontistas del amor. Créame que esto es mejor que un ‘rifle’ de ron o un ‘pito’ de marihuana”.

Tan delgada como pálida y con cabellera rubia que caía en cascada hasta la mitad de la espalda, una de las jóvenes subió al banco que servía de estrado. Vestía toda de blanco. Su guitarra blanca también. “Oiga, oiga eso, va a ser lo mejor de la noche, tiene una pico fuera de liga”, me sugirió mi cicerón. Comenzó a cantar:

¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón,
tanta sangre que se llevó el río,
yo vengo a ofrecer mi corazón.

Los beisbolistas hicieron total silencio. Los novios contorsionistas se integraron al grupo. Desde el mismo opus interpretativo experimenté que algo por dentro de mí se descongelaba y me permitía absorber una corriente de extraña emotividad, tal y como si mi estresante parábola existencial iniciara la línea de descenso.

No será tan fácil, ya sé qué pasa,
no será tan simple como pensaba.

Claro que no es fácil, y no será fácil, mientras el individuo y la sociedad insistan en acercarse más a lo difícil, mientras que crisis de fe como la que me sofocaba minutos atrás logren que muchos abandonen la lucha por un mundo mejor… Como si estuviera ensayado, una luna llena se dejó ver entre el celaje.

Luna de los pobres siempre abierta,
yo vengo a ofrecer mi corazón.

No quise quebrar el hechizo con entrevistas profesionales. Abandoné aquel bálsamo con la promesa de regresar en otra ocasión.

Y uniré las puntas de un mismo lazo,
y me iré tranquilo, me iré despacio.

“Pero oiga tío, regrese de verdad. Si quiere entrevistar, entreviste, pero aquí lo que necesitamos es que venga con amor para que reciba amor”, fueron las últimas palabras de aquel amigo ocasional cuyo nombre, si me lo dijo, no recuerdo. Ya nos volveremos a ver. Claro que sí, ¿Quién dijo que todo está perdido?

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Comentarios   Dejar un comentario
Ari
14 de octubre, 2013 4:29 pm (GMT-5:00)
muy nteresante esto, pero q lastima q no tenga fotos de los tertulianos, me quede entrigada