Acabadito de llegar



“Mi nombre es Heberto, pero llámenme Heber. Es más, si alguien me llama por la calle y me dice Heberto, yo pienso automáticamente que a esa persona le caigo mal. Los amigos, los cercanos y los que me quieren me dicen Heber”.

A sus cuarenta y tres años, Heber decide salir de Puerto Padre en Holguín, cargado de esposa, hija, fe y ganas para llegar a La Habana. Lleva tan sólo treinta y cinco días en la capital y ya siente que lo han llamado varias veces más por su nombre Heberto Pérez Hernández, que por su diminutivo.

Muy pocos habaneros conocen su don y esos escasos elegidos quedan absolutamente fascinados “¡tienes que oírlo cantar!”, me dijo una vecina encargada de esparcir el rumor. Pero en Holguín sí que lo conocen por sus presentaciones en el teatro lírico Rodrigo Prats, por su elogiada participación como protagonista en un filme titulado “Los Cuervos”, por su versatilidad, y principalmente porque canta con pasión y entrega desde que abrió los ojos. “Mi preferencia por un género depende del momento y el lugar en que me encuentre, canto salsa cuando estoy alegre, pero a veces estoy en lugares que me inspiran una balada”.

Heber lleva la fe y el arrojo del nómada y el aventurero, y La Habana lo seduce como tierra prometida a la vez que vestida de jungla lo desafía a diario. “No me conozco nada, soy nuevo, soy guajiro, no tengo espacio fijo, estoy buscando representante”. Ya ha tocado varias puertas y no en todas ha recibido calidez, mas el karma favorece a las personas valientes y sanas, y como al lado de todo gran hombre hay siempre una gran mujer, tiene el apoyo y el amor de su esposa para levantarlo cuando va perdiendo las esperanzas. “Un día llegué a mi casa y mi esposa me dijo ‘¡nos vamos para La Habana! ¿Vamos a ver qué pasa? ¡Ya estamos recogiendo y nos vamos ya!’... Cuando llegué me dije ¿y ahora qué hago? Y me fui para la Guzmán, allí me dijeron que había venido por gusto, que no había cabida, que yo no era nadie y que no les interesaba, así no más, sin conocerme. Luego me enteré que había que pagar quince dólares, eso allá en Holguín no se ve, de la desilusión tan grande ya quería regresarme, pero mi esposa me dijo que no, que faltaba la Piñeiro, la Benny Moré y que íbamos a morir en el intento. Pero yo tengo un Dios grande y fuimos a la Romeo, y allí casualmente nos encontramos al director que me atendió como si me conociera de toda la vida y solicitó que llamaran a Holguín pidiendo mi carta de aceptación. De ahí para acá la atención que ha tenido conmigo ha sido muy buena”.

Impaciente, dudoso y desafiante, cuenta Heber sus días en La Habana “guapeando y echando pa’ adelante”. Actualmente alojado en Cojímar, agradecido de Dios, y extrañando a la familia y los amigos que dejó en su provincia, va persiguiendo un sueño porque nunca es demasiado tarde ni demasiado pronto, y a cada trago amargo de ese preciado café que no le puede faltar en las mañanas, se convence de que “hay cosas que dicen que uno no está tan caído y de vez en cuando nos levantan”.

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