El repentista santiaguero



Luis Revilla Pagán es un repentista y compositor de Santiago de Cuba que anda por las calles habaneras inventando “Coca Cola en el aire”, como decimos los cubanos. Uno de estos días estuvimos conversando. “Nací hace 70 años y vengo sonando la lira desde la década de 1960, cuando había que ser un mago para conseguir el dinero. Al público le puedo improvisar lo mismo una décima que un punto cruzado, un punto Cubano, que una tonada de punto fijo. Yo tengo un origen canario, de esa tierra llegaron muchas de las bases de la música campesina. Éramos gente labriega, rústica, en busca de mejoras económicas. La búsqueda de la comida ha sido casi siempre el motivo de la lucha por la supervivencia”.

A pesar de su situación económica y su avanzada edad, Luis Revilla no se siente vencido, y como el personaje de “El viejo y el mar", de Ernest Hemingway, trasmite que un hombre puede ser vencido, pero nunca derrotado. “La vida es una lucha, yo salgo a buscarme el dinero del día, la música repentista es el sentido de mi vida. Voy como un oficiante del verso cubano. La gente se da cuenta de la sinceridad de mi canto. La música, como alguien me dijo, es muy bondadosa”.

Hace gala de su maestría y talento al mostrarme que se conoce todos los trucos del repentismo y rememora las épocas pasadas. “En mis lejanos tiempos conocí y aprendí unas caringas venidas de Guinea, es como una danza campesina que se le hace un coro: ‘Toma, toma y toma caringa Pa’la vieja, palo y jeringa’... A eso le decían baile y música de gentualla, de marginales, de fuerte influencia negra. También hacíamos una especie de rumbita campesina, especie de montunos campesinos, también de origen afro”.

Seguimos conversando y nos metemos en la Historia porque este tipo de repentismo nació entre las vegas de tabaco, los ingenios y las haciendas de ganado, especialmente de la zona occidental. Los poblados de esa región estaban llenos de emigrantes de Andalucía, Extremadura, las dos Castillas y León. Eran labriegos y gente muy rústica que se mezclaron con aborígenes y africanos, algo criollo en la colonia, cuando Cuba le mataba el hambre a los emigrantes españoles.

“Yo viajaba en la década de 1950 por los pueblos del centro, donde abundaban esos asentamientos, -recuerda Luisito- en esas andanzas aprendí mucho de los zapateos al son del tiple, la guitarra o el arpa, haciendo cantos de guajiros venidos de la Península. Existía el zapateo punteado y escobillado, y también de ataja primo. Se hacía con la mujer que reemplazaba la pareja”. Me muestra los compases porque Revilla domina perfectamente el marcado enérgico de tiempo en tiempo por patadas en el suelo que lleva el compás en la música.

Entre anécdotas y anécdotas me cuenta que recuerda perfectamente la “controversia del siglo” efectuada por Angelito Valiente y el Indio Naborí en 1955. “Aquello fue increíble, apoteósico, cuando aquello había un furor por el repentismo. La cantidad de público fue horroroso en el Estadio Campo Armada. Aquellas bandurrias y el fino punteo de los laúdes. Todo eso es un símbolo de cubanía que se ha perdido un poco. Por eso yo sigo en mi repentismo, en mis composiciones y poemas, buscándome el baro (dinero)”.

Y entre nota y nota se aleja Luis Revilla, el repentista santiaguero, perdiéndose entre turistas y transeúntes, ofreciendo su tonada con la esperanza de buscarse “el baro” del día para comer, olvidado de instituciones y ministerios, de medios de comunicación y de cronistas que no imaginan que ese viejo santiaguero es pura sabiduría de la historia musical cubana cual enciclopedia viviente. De los pocos que van quedando, en el olvido.

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