Por amor al arte



Natural del Cerro hace ya treinta y cinco primaveras, Leslie Pérez López tiene la voz, la pasión, la buena presencia y la “llave”. Esta hija de gatos no quiere cazar ratones, porque rompiendo tradiciones familiares dejó claro desde temprana edad, sus inclinaciones artísticas. “Desde los cinco años tengo vocación por el canto. Cantaba, bailaba y actuaba en la escuela, y en las actividades del barrio, y ahora según mi experiencia como cantante, sé que lo hago bastante bien”.

Seguimos sus pasos y llegamos al Reparto Martí, obviando el bullicio y la polución, y ahí está, cristalina como agua de lluvia, su voz que se precipita dejando un sonido refrescante a la escucha del público que agradecido le pondera. Tiene el don de ajustarse con destreza a cualquier género musical y ya sea de solista o acompañada por un grupo, ella sueña con cantar y ganarle al tiempo, poniendo su fe en que el éxito estará ahí para acogerle una mañana cualquiera. “Aspiro a que un día no muy lejano y antes de despedirme de mi juventud, se reconozcan mis deseos de cantar y la calidad con que lo hago, quiero triunfar aquí en mi país y por qué no, internacionalmente”.

Pone su versatilidad al servicio del bolero y la música cubana, y su rostro trigueño se llena de luz cuando rememora sus días con la Academia Hugo Oslé. “Grabamos un ‘Cuadro Ranchero de Cuba’ y nos presentamos en una escuela de niños con problemas, en actividades políticas y culturales. Grabamos un tema muy bonito y sentimental titulado ‘En Barbados Flores’, dedicado a las víctimas del avión de Barbados. También estuvimos en un programa televisado que era un homenaje al aniversario quince del programa televisivo De La Gran Escena y canté en la obra Cecilia Valdés. Siempre fuimos reconocidos con aplausos, felicitaciones y propuestas futuras”. Pero la dinámica que imprime la cotidianeidad y su condición de madre soltera la han forzado a colgar peso de sus alas para hacer malabares con su tiempo y su talento, priorizar lo urgente en detrimento de lo importante y cambiar su carrera de velocidad por una de resistencia con obstáculos.

“Pertenecía a esta compañía que se dedicaba a la música ranchera y allí tuve buenas relaciones de trabajo, pero con el tiempo la abandoné porque no tenía un contrato, no recibía salario y yo vivo sola con mi mamá y tengo una niña pequeña de ocho años (…) He tenido muchas dificultades, promesas incumplidas, problemas económicos, y aún así he insistido y he seguido tomando clases por mi cuenta y participando donde quiera que me inviten, peñas, etc.”.

El reloj no cesa de marcar el tiempo mientras Leslie se levanta cada mañana y alista a su hija para la escuela, “con la satisfacción de las recompensas recibidas, los aplausos, el público, las felicitaciones y los recuerdos de sus presentaciones en el teatro América, en la Escuela Latinoamericana de Salud, en la Escuela Latinoamericana de Deporte, en el Hotel Presidente, en la CTC Nacional”. No tiene tiempo de pensar y como una autómata domina paso a paso la rutina mañanera, pero de un patio vecino una melodía la traiciona y a ella se entrega tarareando una canción. Sonríe y suspira porque atesora un sueño guardado con la llave del Cerro y canta, canta pese a todo y por amor al arte. Canta o deja de ser…

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