El Pachu Pachuco



Eduardo Morera Rodríguez es un treintañero de apariencia desenfadada que sonríe con la candidez de un niño. Tiene su sencillez algo único e inquietante, quizás una ansiedad larvada, una meta o una obsesión. Aún no daba las primeras pataditas dentro del vientre de su madre y ya el destino marcaba su obstinación por querer ser distinto.

Fue una tía abuela quien anunció el alias que lo acompaña como marca de nacimiento, más que alias, es su identidad. Su madre recuerda a la anciana palpando cariñosamente el vientre embarazado y diciendo con picardía: “¡lo que tú tienes ahí es un Pachuco!”

Legítimo hijo de la antigua Villa de Guanabacoa, trajo en sus genes el sincretismo, la superstición, la religión, el amuleto, la madrina y el talento musical. Más, un buen día, sin pensarlo mucho, se fue a Consolación del Sur, Pinar del Río, persiguiendo el amor. Allí vive hace once años y regresa sólo a visitar. Sus amigos no se explican el por qué y sólo atinan a decir: “el Pachu se volvió loco”.

¿Qué pasa por su mente? No se sabe y tal vez no se sabrá jamás, “…el primer enigma es su nombre mismo: "Pachuco", vocablo de incierta filiación que dice nada y dice todo...” (Octavio Paz, “El Laberinto de la Soledad”). Amante de la música, la naturaleza y la tranquilidad, se entrega y se divierte a su ritmo y en sus términos: le gustan las fiestas, pero se aleja del bullicio y la música alta. Se considera caprichoso, más se abre a consejos y ayudas. Y aunque es reservado y poco conversador, transmite confianza, aceptación y amabilidad. El Pachu sutilmente toca los corazones de aquellos que lo conocen y llega para quedarse en ellos.

Fue en su adolescencia cuando tomó la decisión que marcaría la línea gruesa en su destino: hizo entrega formal de un título de Electrónica a sus padres, quemó las naves y se colgó una guitarra. Desde ese mismo instante la música y su vida se amalgamaron para siempre, y el estudio de su instrumento fue la sesión más larga y feliz de su rutina diaria. Obcecado en la búsqueda del acorde perfecto y enemigo de la mediocridad, se entrega a las escalas durante horas sin salir de la habitación. “Interpreto mi música y la de otros compositores. Toco la guitarra acústica, la electroacústica y la eléctrica. Para componer me inspiro en ideas musicales que llegan a mi cabeza, también en situaciones y personas queridas. En mi manera de tocar y componer han influido muchos músicos: los clásicos de la guitarra como Leo Brouwer, Héctor Villalobos, Fernando Sor, Francisco Tarrega etc., y de la guitarra popular me he nutrido del jazz, el blues, el rock, el funk, el reggae, la música brasileña, y por supuesto de nuestra música cubana. George Benson, Satriani, Eric Clapton etc., también han sido guías en mi trabajo”.

Que la música lo acompañe de por vida es su mayor aspiración. “Tocar en grandes escenarios, ver conciertos de los grandes, poder dejar huellas en la música a través de discos donde pueda participar como guitarrista”. En formato de dúo, interpreta música instrumental y de concierto acompañado por la flauta. Paralelamente es el guitarrista líder de la banda acompañante de Yamira Díaz, trovadora pinareña.

Al inicio de cada función, el Pachu lucha contra su miedo escénico, más luego se ensimisma en un solo frenético que despeja todo indicio de temor para dar paso a la pasión por la música. Es allí donde recoge los frutos que llegan vestidos de aplausos y así agradece a todos los que lo apoyaron y en él confiaron.

Al concluir el concierto vitorean los amigos, la familia, los alumnos, los conocidos y los desconocidos. Él señala su guitarra y agradece con una simple sonrisa, no se vanagloria porque la fuerza de su constancia está en convencerse de que la excelencia está a un paso más, y porque además, este muchacho padece de irremediable modestia.

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Comentarios   Dejar un comentario
Candido
22 de enero, 2014 4:49 am (GMT-5:00)
Quien lo conoce sabe que esta es la perfecta discripcion de Pachuco,un grande músico pero aún más grande como persona.