De lo campesino y su música



Uno de los conceptos fundamentales en torno al cual ha girado el discurso teórico de la de la cultura es el de identidad, de ahí que el propósito de estas breves palabras se centre en la relación que se establece entre la cultura popular y sociedad, sin alejarnos de la idea de que cultura popular subyace, en cierta medida, en el propio desarrollo de la ciencia y que esta es capaz incluso, de generar productos culturales prestigiados.

La idea de cultura popular parte de la antropología cultural. Es un concepto amplio donde aparecen los aspectos fundamentales que la definen y que de forma canónica aún rigen su estudio, a pesar de que algunos investigadores y teóricos lo consideran desfasado, y que fue establecido en 1871 por el antropólogo británico Edward B. Tylor: en su libro “Primitive culture”: “Cultura... es ese todo complejo que incluye conocimientos, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de una sociedad”. De ahí que nuestro acercamiento a estas temáticas giren en torno a la música cubana como expresión de identidad, específicamente la campesina.

La música campesina, como parte del folklore cubano, constituye una manera de hacer y transmitir la más pura tradición cubana. Forma parte del patrimonio intangible, constituido durante un largo proceso de gestación desde los mismos inicios hasta que empezamos a pensar como cubanos.

La música campesina cubana se originó a través de “un amplio sector de la población cubana, radicado en comunidades rurales, que desarrolló una música con características de evidente herencia hispánica, que alcanzó su identidad nacional a mediados del siglo XVIII”.

Esta expresión guajira representa una enraizada espiritualidad que se manifiesta fundamentalmente, a través del complejo del punto cubano cuyo texto es la décima, forma poética declarada estrofa nacional, y la que junto a creencias y ritos religiosos, danzas, juegos, comidas y bebidas, expresiones de literatura oral, vestuario, etc., componen el entramado cultural de nuestra identidad nacional.

En los últimos años se han logrado importantes avances hacia la preservación y revitalización de la música de la cultura campesina que ocupa un lugar de gran importancia para el conocimiento de nuestra idiosincrasia, expresión esta traída por inmigrantes llegados a Cuba que paulatinamente y a través de lo que Don Fernando Ortiz llamara “transculturación”, se convirtió en lo más representativo de nuestra cultura. Una cultura que durante años “olvidó” que sus raíces eran primariamente españolas, que la “Madre Patria” estaba en Europa, y que con la influencia árabe de siglos de dominación llegada a Cuba y la posterior aparición de lo africano, asiático, caribeño, norteamericano y latino, llegamos a lo que hoy disfrutamos como folklore campesino.

Creo que después de estar relegada por tantos años, la justicia obra con esta parte de nuestra cultura que finalmente, se hizo eco de ese importante evento que fue el Cubadisco 2010 y de la siempre eterna Jornada Cucalambeana, evento tunero que en este año cumple su aniversario 45 para lucir todo su esplendor.

Son muchos los que han apostado por la música campesina: ejemplos claves son los laudistas Barbarito Torres y Edwin Vichot, quienes son reconocidos entre los mejores representantes del género. En Las Tunas no podemos dejar de mencionar a agrupaciones como Raíces Soneras, del movimiento de artistas aficionados, que entre otros, son dignos representantes de las más autóctonas raíces campesinas.

Disfrutemos pues de este hecho cultural que es la música campesina con la seguridad de que con ella estamos salvaguardando nuestra identidad nacional.

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