Los rumberitos de Jesús María



Caminando por las calles de Jesús María, barrio marginal muy popular de La Habana, y donde vivieron muchos de los grandes músicos y rumberos cubanos como Ignacio Piñeiro, me encontré en uno de sus parques a un grupito de rumberitos llamados Ochá Iré Obdara.

Los caminantes y muchos turistas quedaban sorprendidos con estos niños que ya desde tempranas edades, empezaban a dominar la clave, los trucos y la técnica de la rumba ancestral. Muchos de estos niños ignoran que en lejanos tiempos, en la Colonia, la rumba fue una música del dolor de la esclavitud y del desarraigo. Tampoco pueden imaginarse que muchos de esos instrumentos eran destruidos con saña por ser el símbolo del ritmo y la resistencia por excelencia. Sin embargo, ellos saben que la rumba procede de Matanzas y La Habana, de los puertos y solares de barrios.

Muchos de estos niños residen en esos solares que provienen de la Colonia y que son lugares de mala muerte, donde los techos amenazan con derrumbarse en la etapa de los ciclones o bajo las lluvias constantes del verano. “En mi barrio nos cuentan que vivieron o visitaban la zona rumberos conocidos –me relatan los chicos del grupito Ocha Iré Obdara-, Chano Pozo, en el bar de San Isidro y Habana, eso era la candela, mucha prostitución y marineros visitantes. Ignacio Piñeiro tocaba en Coros de Clave y Guaguancó, uno de los cantantes de Piñeiro, Carlos Embale, nació en San Isidro, colindando con Jesús María. Mongo Santamaría tocaba con la Lira Infantil y recogía monedas en bares y cantinas. También Calixto Callava, Chan, Miguel Chapottín, Pancho Quinto… ¡ah, muchos más!”.

“La rumba es una fiesta –decía Argeliers León- en la que en un sector de la población, queda los elementos culturales que convergen a través de sus propios integrantes. El ambiente de la rumba fue el de los barrios suburbanos, de las zonas marginales en las poblaciones. En estos ambientes es donde la rumba encuentra su punto de partida”.

Exactamente en estos ambientes han florecido estos chicos rumberitos que sorprenden por la manera en que dominan la percusión y los bailes folclóricos afrocubanos. Los nuevos rumberitos, continuadores de esta pléyade de rumberos muertos de hambre, pero gloriosos, se hacen llamar: Andy Cheston, Sengel Herrera, Ayamel Luperón, Yassiv Medina Dublón, Jenifer Mojena Bú, Estefone Díaz Gutiérrez, Natalie Valdés Díaz Eliza Sánchez García.

Estos nuevos músicos me cuentan cómo es la vida en los solares donde viven algunos de ellos, que siguen siendo espacios muy complicados. Cuartos en hileras, en un largo callejón, llenos de misterio que llaman ciudadelas, bateas, cubos, latas, hornillas y demás cachivaches caseros. Personajes pintorescos: la chancletera, la santera, el guapo, el babalao, ¡la candela!

A pesar de esto y de no contar con ayuda institucional alguna, estos rumberitos sueñan con un futuro mejor. “Aspiramos a llegar a ser algo en la vida de la música cubana –me dice uno de los integrantes, Andy Cheston-, vivimos con muchas ilusiones, es la esperanza que tenemos”.

Por esas cosas de la vida, sorprendentemente, muchos de los músicos más connotados de Cuba, a pesar del menosprecio social, surgieron de estos pantanales. El escritor Herman Hesse decía que “los desheredados de fortuna, los expulsados sociales, son muchas veces los que redimen el tesoro cultural de un país”. Esperemos que estos rumberitos lo sean y cumplan sus sueños.

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