Cuando la medicina y el arte se unen



Cuando Guillermo Beltrán estudiaba medicina jamás pensó que cincuenta y tantos años después llegaría a entregarse al canto tan apasionadamente como lo hace hoy día. Sólo se atrevía a cantar en descargas informales de jóvenes amigos.

En los años setenta, compulsado por una extraña fuerza interna según sus palabras, escribió tres boleros románticos: “Cesó el hechizo”, “A dónde vas sin mí” y “Yo no me arrepiento”, composiciones que con orgullo de padre aún mantiene en su repertorio.

“En mi etapa de estudiante concluir la carrera de Medicina se convirtió en objetivo priorizado, fue un anhelo de mis padres y el mío también. Luego de graduarme de médico general me especialicé en medicina natural y tradicional. Cantar era algo así como la novia pobre del estudiante, que estaba consciente y resignada que nunca llegaría ser la esposa del médico. Pero una cosa lo que piensa el borracho y otra cosa el cantinero”.

“Al mismo tiempo estaba plenamente convencido de que es error contundente pensar que un médico no pueda cantar o dedicarse a otra actividad cultural para expresar artísticamente lo bello de la vida y dar riendas sueltas a todo un mundo de vivencias y emociones que como cualquier ser humano llevamos dentro”.

El tiempo transcurrió y el bichito de la música continuaba vivo dentro del doctor Beltrán. La novia pobre se aferraba a él con la misma pasión desbordante de los años mozos. “En un momento determinado me vi acorralado entre la medicina y esa vocación que yo siempre concebí algo alternativa y efímera, tenía que poner fin a ese conflicto”.

Fue en aquella etapa crítica que Guillermo Beltrán decidió recibir clases de canto con Alberto Llovet, del Teatro Lírico de La Habana, para de esa manera darle el rango merecido a su inclinación por la música y la interpretación.

Ya con la cabellera escasa y cana, un amigo suyo, Eduardo Estrada, anfitrión y cantante de la Peña Musical en la Sociedad Catalana, lo alentó a cantar de un modo más profesional y sistemático. “En un principio confieso que la idea me asustó, pero finalmente acepté, y desde allá para acá el canto y la medicina son líneas paralelas que llenan mi vida.”

La Sociedad Catalana fue el primer escenario donde sus interpretaciones de boleros y canciones románticas fueron confrontadas a un público que no sólo estaba compuesto por familiares y amigos. Fue una experiencia por la cual aguardó por más de cincuenta años. A los agradecimientos de sus pacientes se unía ahora los aplausos y aclamaciones de diferentes públicos.

La ex novia, ya no tan pobre, se paseaba con éxito por la Peña del Bolero de Lina Melián, por la Peña Alma Llanera, por eventos artísticos culturales del Palacio de la Revolución, por la Sala “Martínez Villena” de la UNEAC, por el Proyecto Amigos para Siempre, y por un sinnúmero de actividades a las cuales ha sido especialmente invitado.

“Aunque el tiempo no me alcanza para compartirlo entre mi consulta en el Hospital Calixto García y mi “nueva línea de trabajo, no me quejo. Siempre se puede hacer un hueco, algo mucho mejor que dejar el hueco de nuestra existencia vacío o a medias, como era mi caso. En ambas vertientes continúo estudiando, soy muy dado al perfeccionismo”.

La esposa y la hija, sus principales admiradoras y críticas, le brindan al doctor Beltrán apoyo total en su dualidad profesional. “Mi compañera no me reprocha absolutamente nada por traer a vivir en casa a una antigua novia. Han sido tres años de relaciones muy cordiales en el seno familiar”.

El doctor y cantante Guillermo Beltrán, pese a sus 78 años, no tiene entre sus planes retirarse jamás ni de la medicina ni del canto. “Regalo salud para el cuerpo y para el alma, y así lo continuaré haciendo hasta el final de mis días, si la vida me lo permite”.

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