Levantarse y pegar más fuerte



La historia de Eduardo Estrada, un ingeniero químico, profesión de la cual se emancipó para convertirse en cantante, comenzó en su Guáimaro natal donde desde temprano conoció los rigores que impone la pobreza. “Trabajé mucho, pero el canto era mi aliciente”.

La perseverancia del joven Eduardo como estudiante le permitió becarse en un instituto tecnológico de La Habana, en cual tuvo como condiscípulo a Fausto Durán, quien ya dirigía un grupo musical. “Convencido de mis facultades, hablé con Fausto para ingresar en el grupo, pero su respuesta fue un rotundo no”.

Lejos de desalentarse, Eduardo incrementó las ansias de hacerse conocer como cantante. Se presentaba en fiestas de amigos y en actividades culturales de su centro docente, del cual egresó para proseguir estudios en Ucrania. “Allá concluí mis estudios de ingeniería química en la especialidad de plásticos, pero también viví experiencias que inflaron mi ego artístico. Pude recibir lecciones de canto en el conservatorio universitario. Desde ese momento la música cobró para mí otras perspectivas”.

De retorno a Cuba, Eduardo fue emplantillado en una fábrica de calzados plásticos. “Por mi trabajo me otorgaron la posibilidad de adquirir un pequeño carro, y no cuento esto por vanidad, sino por el vinculo que tiene tal hecho con mi posterior carrera artística”.

Cuando el tiempo lo permitía, Eduardo retomaba el canto e incursionaba en sus antiguos escenarios informales de fiestas y actividades culturales. A principios de los años ochenta tomó una decisión: competir en el televisivo “Todo el mundo canta”. “Mi esposa me preguntó qué si yo estaba loco. Me sentenció que no iba a ser admitido. Por suerte se equivocó, me admitieron y aún más, obtuve un primer lugar con la interpretación de Granada”.

Desde ese momento el “bichito” de la música se fue convirtiendo en un monstruo obsesivo. Fueron noches de desvelo, de debate interno, ¿ingeniero?, ¿cantante?, ¿ambas cosas? Encrucijada existencial con la que convivió durante varios años más.

“Un profesor particular, con el cual estudié, catalogó mi registro vocal como la de un tenor lírico. Fue la etapa en que canté áreas líricas en lugares donde la mayoría de las veces no me pagaban”.

Luego de ganar un concurso de tangos auspiciado por la Casa de la Cultura de Plaza, Eduardo se incorpora a la Sociedad que agrupa a los amantes de este género musical. Ahí permanece hasta que conflictos internos por celos profesionales le obligan a retirarse. “Y lo más lindo es que me vinieron con el criterio que mi voz no se ajustaba al tango”.

Eduardo volvió a levantarse y esta vez con la profesora Carmelina Muñoz, con la cual también estudió canto durante seis años, inició una gira por algunos pueblos habaneros. Su preferencia entonces: música de concierto y boleros.

El Periodo Especial lo sorprende estudiando guitarra e integrando junto a dos amigos, el trío Cubana-Kan con el cual se presentaba en un par de restaurantes solamente por la propina.

A raíz de una restructuración en su centro de trabajo por imperativos de la crisis económica, le plantean reubicarlo en otra dependencia. Cubana-Kan había conseguido actuar en el hotel Mar Azul y por lo alejado de su ubicación al este de La Habana, el carro de Eduardo era imprescindible. No lo pensó dos veces. La ingeniería se convertía así en historia. “En fin, que ganaba más con la propina de cantante que con el sueldo de ingeniero”.

Un tiempo después, la vida artística de Eduardo se ve envuelta en obstáculos y limitaciones administrativas que prácticamente anulan su permanencia en el medio, de tal manera que nuevamente su viejo carro volvió a convertirse en tabla de salvación, esta vez como taxista particular.

Nada disuadido, Eduardo logró presentarse en las Sociedades Canaria y Catalana, en esta última recreaba habaneras y canciones líricas, y en una de esas ocasiones vino lo inesperado. “Cuando realizaba un agudo de la canción O Sole Mío sufrí un derrame cerebral, lo que conllevó a estar ingresado durante tres meses”.

Recuperado, Eduardo regresó a la escena, pero no por mucho tiempo. Una repentina parálisis facial lo asaltó en plena faena musical. Muchos vaticinaron el final de su carrera. “Pero no fue así. Míreme aquí. Recientemente en la Sociedad Catalana gané un concurso de habaneras con mis propias composiciones. También fui galardonado en el Concurso de Canto Manuel Suárez Silva. Igualmente llevó mis canciones al cabaret Las Vegas y a varias peñas”.

La historia de Eduardo Estrada a sus 76 años de edad, demuestra ciertamente de que “el hombre no se mide por las veces que se cae, sino por las que se levanta”. “Mire, periodista, la vida a veces pega fuerte y nos llega a tirar, pero usted tiene que levantarse y pegar más fuerte”.

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