Cuba y Los Beatles, 50 años después



En los últimos cincuenta años, la connotación de Los Beatles en Cuba ha trazado una parábola similar a las de otros fenómenos en el espectro socio-político y cultural de la Isla: feroz rechazo y persecución; disimulada tolerancia; dosificada aceptación; altisonante reivindicación, hasta que finalmente, mística santificación. A lo largo de tal lapso, cuatro o cinco generaciones de cubanos amantes de la música de los chicos de Liverpool han recorrido todas o algunas estaciones de ese Vía Crucis.

Mucho ha llovido desde la primera estación y sobre todo, desde aquel lluvioso mediodía de agosto de 1965 cuando mi amigo Tony se apeó de un camión soviético frente al portón de una granja agrícola en el centro de Camagüey, donde un “¡Bienvenido a la Unidad Militar (tal) de Ayuda a la Producción! ¡El trabajo os hará hombres!”, rezaba un maltrecho cartel colocado a la entrada.

Empeñado en recopilar información sobre la influencia de Los Beatles en el medio socio-musical en Cuba, contacté con mi amigo para que me refrescara sus experiencias. “Con una condición, ni mi nombre ni mi apellido”, me fulminó a quemarropa y señalando para su perro pequinés me propuso: “Llámame Tony, como él. Y que conste no es por temor ni vergüenza, simplemente para no revolver la mierda, al menos con mi nombre”.

Apenas Tony había cumplido 17 años cuando conjuntamente con una veintena de coetáneos, lo introdujeron en un destartalado ómnibus que entre rotura y rotura arribó al Estadio del municipio de Florida, 32 horas después de su salida de La Habana. Luego un camión militar lo llevaría a su destino final. “No sabíamos para dónde íbamos. Sólo un joven militar, quien fungía como comisario político, se atrevió a adelantarnos que nos dirigíamos a un lugar que nos haría cambiar nuestra actitud ante la vida”.

“Durante mi estancia en aquella granja toda cercada de alambre de púas y de la cual sólo salíamos para ir a limpiar áreas cañeras, no dejaba de preguntarme qué yo había hecho para tener que cambiar mi actitud ante la vida”.

“Todo comenzó el sábado anterior a mi partida. Un grupo de amigos músicos nos reunimos para descargar, hasta que alguien nos dijo que había llevado dos placas de Los Beatles. No llegamos a oír la segunda. Un vecino acompañado de dos policías, se personó en el lugar. Nos imputaron que escuchábamos ‘música enemiga’ y que los discos serían incautados. Sólo yo enfrenté tal determinación y como consecuencia fui llevado a la unidad policial”

Tony habla pausado, como tratando de darle brillo a los herrumbrosos recuerdos. “Cerca de las dos de la madrugada mis padres lograron que me dejaran regresar a casa, pero con la advertencia que sería citado en breve. No aclararon para qué. La citación llegó el lunes siguiente: debía presentarme al otro día en un punto determinado, con cepillo de dientes y dos calzoncillos. Ya en el lugar solamente le informaron que sería trasladado por un tiempo a Camagüey para colaborar en la producción agrícola”.

¿Mantuviste contactos con tus padres? “Por cartas que eran muy escasas y posiblemente controladas, pero resultaban los únicos puentes de comunión con el mundo real, porque aquello era lo más irreal que tú te puedas imaginar. Tenía que compartir un terrorífico ambiente de promiscuidad moral y física: jóvenes religiosos renuentes a servir en el ejército, homosexuales de diferentes diversidades humanas y sociales, delincuentes de la peor calaña, artistas e intelectuales inadaptados al medio, sicópatas de verdad y de mentira, y otros individuos sin razones específicas, todos mezclados en barracas inmundas”.

¿Cómo terminó todo? “Todavía no ha terminado. Cincuenta años después aquella experiencia convive conmigo, pero no para mal, al contrario, me sirve de acicate para valorar la vida en toda su dimensión, especialmente cuando atravieso un mal momento”.

“La cuestión fue que a finales del mes de diciembre, el jefe de la Unidad me llamó a su oficina y me comunicó que amigos de mis padres, personas que él apreciaba mucho, se habían interesado por mi caso y que se comprometían a que yo me incorporara a mis estudios y continuara por el buen camino, a lo cual él dio su consentimiento. ‘Pero mire joven, –me aconsejó– aléjese de Los Beatles y oiga más a Barbarito Diez, ahí si hay música”.

Ese mismo día de donde se alejó Tony a toda prisa fue de Camagüey, provincia a la cual no ha regresado jamás. De donde no se ha alejado es de Los Beatles, pues desde hace más de treinta años dirige una banda de rock que recrea una buena parte del repertorio de aquel cuarteto inmortal. “Ya tengo casi setenta años y me pregunto si debo retirarme. A cada rato se lo consulto a John Lennon en su parque del El Vedado y él me dice que no, que siga adelante, que soy aquel mismo joven de hace 50 años".

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