¿Fusión o con-fusión?



En un mundo actual tan globalizado y por ende cada día más pequeño, la fusión de géneros musicales se ha convertido en un fenómeno cabalgante entre aquellos compositores que conscientes de la competitividad del mercado, pretenden sorprender con un ‘nuevo producto’ que de inmediato allane el camino al éxito.

El planteamiento anterior puede considerarse poco analítico, superficial y generalizable, algo con lo cual pudiese este autor coincidir si no fuese porque lo planteado va dirigido a quienes en nombre de la $anta fusión, anteponen el valor industrial de la música a su real potencial artístico.

La historia de la música corre paralela a la de la fusión. Digamos, por ejemplo, que la música cubana es una gran fusión: sangre africana y europea, española especialmente, corre por sus venas. Ese fue su núcleo básico. Luego se alimentó de corrientes provenientes de Norteamérica, el Caribe y Sudamérica, las cuales a su vez, bebieron de la nuestra. Hasta la propia ortodoxa música europea se ha visto salpicada de ritmos cubanos.

De la música autóctona de la Isla, los llamados areitos taínos, sólo quedan estudios etnográficos. Su origen, reitero, es pura fusión de la cual nos sentimos cubanamente orgullosos.

Hasta una fecha determinada, todo el proceso de mancomunarse musicalmente fue producto de un parto natural entre comillas. La conquista y colonización españolas, la introducción de miles de esclavos africanos, las inmigraciones de otras nacionalidades fueron fundiéndose y dieron luz, sin requerimiento de fórceps, a una identidad cultural propia. Pero entonces, aún el mundo era inmenso y muy lento, y para la mayoría prácticamente desconocido.

En ese entonces también, nadie había profetizado con su connotación actual: las discográficas, las cadenas de televisión y las transmisiones en vivo desde cualquier punto del planeta, las estaciones de radio, la Internet y las redes sociales, la telefonía fija ni menos la celular, la posibilidad de volar en menos de un día hasta el sitio terrestre más lejano, y otros tantos avances tecnológicos que han hecho de la Tierra, una diminuta piedra girando alrededor del Sol. La inteligencia humana debe sentirse merecedora de estas conquistas y de los provechos que proporciona.

Si bien es verdad que en cierta medida aún se realizan esfuerzos para conservar la pureza patrimonial de las diferentes culturas, el arrollador avance científico tocó mágicamente al mundo musical, y no solamente en todo un fabuloso abanico tecnológico y artístico imposible de enumerar, sino en la esencia misma de la creación musical. Unas veces para bien, otras no tanto así, y entre ambas direcciones oscila la fusión.

Hemos disfrutado a gusto como ritmos caribeños se han fusionado con sus pares norteamericanos, y viceversa. En un pasado reciente el sureño jazz se asoció poco a poco con la percusión antillana. En términos actuales, el neoyorquino rap no demoró en llegar a nuestras costas. Al cabo de un tiempo fue adquiriendo sabor cubano, pues de modo espontáneo se impregnó de la sonoridad tropical. Son ejemplos lícitos, como otros tantos que pudiéramos citar y que en ningún caso fueron llevados a laboratorios específicos para lograr la metamorfosis.

En la actualidad enfrentamos un prodigioso boom de fusiones, unas, las menos, fluyen orgánicamente pues respetan los nutrientes de sus orígenes, otras son verdaderos engendros dignos de alquimistas: un poco de esto, otro de aquello, una pizca de acá, otra de allá, una dosis de nada, otra dosis de más nada. El resultado es una estrafalaria adivinanza sonora que el oído más adiestrado no puede desentrañar. Aquí nos conectamos con el principio de esta nota: la necesidad de tirar pedradas para ver si se adivina.

Sobre esto un amigo me contó una anécdota que por divertida no deja de ser desconsoladora. Me refirió que el director de una charanga tradicional le confesó que había contratado a dos arreglistas para que insertaran en algunos números de su repertorio algo del sabor melódico de la música árabe, pues para el próximo verano tiene proyectada una gira por varios emiratos de esa región, últimamente convertida en una fuerte plaza para los músicos antillanos. Me quedé intrigado pensando cómo sonará un clásico “Lágrimas Negras” envuelto en la polifonía árabe.

La caterva que integraron e integran el Buenavista Social Club no recurrieron a fusiones de ningún tipo para llenar plazas en países europeos tan diferentes a nosotros lingüística, social y culturalmente. Basta con la música, con la buena música.

No pretendemos descalificar la fusión en la música, todo lo contrario, lo que deseamos es que se separe la paja que ensombrece y desacredita su genuina razón de ser, más ahora que somos un mundo tan enano y que estamos tan cerca uno del otro con nuestras músicas y culturas. Divisa fundamental válida para nuestros jóvenes creadores: fundir, no confundir.

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