Un domingo común para Los Cubanitos



Domingo al filo del mediodía con un sol dispuesto a rajar literalmente las piedras. Es Santiago de Cuba, donde el astro rey se impone con todas sus ganas, pero Caridad y Núñez desafían cualquier tiempo y emprenden una fuerte caminata para llegar a su destino.

Ellos son el dúo Los Cubanitos, bastante conocidos por el lugar donde interpretan sus canciones: la mítica Casa de la Trova, lugar que ya parece minúsculo y muchas veces permanece mudo ante un solitario rasgar de guitarra.

Los miro por un largo rato, tomo las fotos, no dejo de pensar en los que son jóvenes hoy y mañana peinarán canas. Voy un poquito al pasado, me los imagino en aquellos tiempos donde estar en un rincón de cualquier restaurante de esta ciudad “haciendo sopa”, en la esquina del Parque Céspedes o en el Boulevard, era una manía de sobrevivencia. Años después todavía lo es.

Miro la foto 2 y pienso que por eso los admiro, pues todos los domingos religiosamente, o siguiendo una disciplina impuesta por el respeto al público y el amor al arte, rompen ese sol del mediodía. Atraviesan una loma asfaltada, después cogen una calle de tierra bien empinada, hasta llegar a una parada violentada por el calor, y allí cogen lo que sea, lo que sea hasta la famosa calle Heredia.

Saben de esos tiempos en los que nada aparecía en el programa cultural de la semana o del mes, y cuando sólo se podía estar en viejas paredes o cerca de la Catedral, porque allí era dónde cualquiera les podía escuchar y hasta quizás soltar algunas monedas. Creo que gracias a su perseverancia, los que hoy empiezan, continúan.

Sé que son una pareja que tiene una historia sosegada, tranquila. Como un par de enamorados siempre andan juntos allá en las alturas de Versalles, en uno de los “pasos” de edificios donde viven y a donde retornan después de cada trovada.

Un día, hace ya 4 años, solícitamente aceptaron estar en un concierto donde todos menos ellos, eran jóvenes: raperos, poetas, rockeros y jazzistas. De los que estaban sentados en el Cine Rialto, repleto en todos los sentidos, nadie entendía que hacían allí ese par de ancianos anunciados en el flyer. Fueron los primeros y hasta hubo quien se preguntó en voz alta qué era eso que comenzaba, pero entonces comenzaron a entonar una mítica canción de la vieja trova y entonces el silencio fue total. Se entendió que sin ellos no podía hablarse de música, raíces y sentimientos. Bastaron sus voces en armonía y una guitarra.

La foto 3. Así van cada fin de semana a su turno de trova, frente a los muros del centenario Hotel Casa Granda. Sus sencillas y gastadas gorras rojas, Núñez con la guitarra y el pomo de agua, Caridad con otro bolso y algo de merienda, son sus acompañantes en la suerte del viaje. Cuando llegan olvidan la caminata que dejaron atrás y comienzan a cantar.

Al anochecer les recibe el silencio del barrio, los incansables mosquitos, el cariño de sus vecinos preocupados por el corazón o la presión, el llamado constante de sus hijos, el saludo de Luis Miguel, un niño que vive al frente y que han visto nacer.

Estoy segura que esas son las “aguas” de las que siempre beben para comenzar otra semana, llena de canciones y reverencias a los grandes de la trova. Los veo y no dejo de preguntarme si algo así está claro para los jóvenes que ahora quieren hacer de la música una ventana y mirar al mundo allá afuera.

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