The Lone Rocker (El Roquero Solitario)



“Because it's a bittersweet symphony, this life / Try to make ends meet / You're a slave to money, then you die... (...) I can change / But I'm here in my mold / I am here in my mold / But I'm a million different people...”
-The Verve “Bittersweet Symphony”(*)

“Mi grupo se desintegró. Uno de los muchachos se fue del país, otro comenzó a trabajar y dejó la música atrás, y los otros simplemente decidieron buscarse la vida de otra forma. De la música que hicimos no tenemos nada grabado. Simplemente éramos unos aficionados y no teníamos dinero para comprar instrumentos nuevos. Los que teníamos eran muy viejos y algunos prestados. Se nos hacía imposible continuar. Me deprimí un poco y dejé la música también”. El duelo de la música para el artista, el nunca más, el tocar fondo, es un proceso por el que varios han tenido que pasar. Sin embargo, felizmente, para muchos el final es un comienzo que indica un continuará…

Daniel Hernández aprendió a tocar la guitarra pero no desde la niñez, un período magnífico si se quiere formar hábitos, sino a sus trece años, en la adolescencia temprana, tiempo para la rebeldía, la búsqueda y la experimentación. La música fue entrando a su vida como llega la madurez, asincrónicamente con alegrías, penas, dudas, pérdidas y decisiones. “Todo comenzó en la secundaria, tocando con un amigo algunas canciones específicas en las actividades de la escuela. Aquello era solamente en días señalados y no podíamos tocar cualquier canción. Mi madre siempre me apoyó con todo esto, pero para mi padre era una pérdida de tiempo”.

“Ya con dieciséis años, estando en el técnico medio, empezamos a formar un grupo pequeño, todos los muchachos éramos de la misma escuela. Al grupo lo nombramos The Boys. Interpretábamos varios géneros del rock, fundamentalmente de rock alternativo y punk, y yo tocaba la guitarra eléctrica. Nos fue muy bien -la verdad- y en varias ocasiones estuvimos invitados a tocar en otras escuelas”.

Hoy, con veintitrés años de edad, Daniel continúa viviendo en la Víbora y poco a poco se ha ido adaptando, y aprovechando los espacios que le permiten convertir su pasión por la guitarra en una forma de vida. “Un día me propusieron trabajar en una paladar tocando la guitarra acústica, estaba un poco indeciso porque prefiero tocar rock con la guitarra eléctrica, pero pensé que quizás esta era mi oportunidad de ganar algo de dinero haciendo lo que me gusta. No duré mucho ahí por problemas ajenos a mí, pero sigo tocando en lugares que me han resuelto y he ganado dinero con eso”.

Y así fue como aquel adolescente rocker y solitario de espíritu perseverante, alocado e intranquilo, “intentando llegar a final” del mes, aprendió otros géneros, encontró nuevos amigos y actualmente no le va tan mal. “Después de esto he tocado como invitado varias veces en el grupo de un amigo. El grupo se llama Luces Paralelas y tocamos en pequeñas discotecas, y una vez lo hicimos en La Tropical. También fui a Cienfuegos, donde la pasamos verdaderamente genial. El público de allí era animadísimo. Estábamos cantando, y de repente se subieron dos muchachos y se pusieron a cantar con nosotros y a improvisar, no sabíamos qué hacer, pero como el público estaba tan entusiasmado, decidimos seguirle la corriente. Fue todo un espectáculo, muy exitoso, de allí tengo los mejores recuerdos”.

Pero la historia no para ahí, él sigue soñando con “romper el molde”: “yo me aferro a las cosas de tal manera que hasta que no consigo lo que quiero, no paro, y tengo planes futuros. Estoy en función de conformar mi propio grupo y si la suerte me acompaña, poder presentarnos en la Agencia de Rock Cubana y así no tener que estar deambulando. Tener mi proyecto y poder grabar mi propio disco”, porque en su interior y en el de todos nosotros, “habitan un millón de personas diferentes”.

(*) “Porque esta vida es una sinfonía agridulce, / intenta llegar a final de mes, / eres un esclavo del dinero, luego te mueres... (...) puedo cambiar, / pero estoy aquí en mi molde, / estoy aquí en mi molde. / Pero soy un millón de personas diferentes...”
-“Bittersweet Symphony” por The Verve

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