Natasha y el piano prohibido



La biografía artística de Natasha Salomé quedó marcada desde muy temprano por un evento desgarrador. Su familia desestimó su inclinación hacia la música y aún más, de niña en su casa hubo un piano el cual le estaba férreamente prohibido tocar. Sólo su hermano mayor era el único autorizado. Si la sorprendían con sus manitas sobre el teclado, la reprimenda era una buena “tunda” de golpes bajo el pretexto de que podía desafinarlo. Lo desnaturalizado del método la traumatizó de tal manera que todavía hoy no puede acercarse a un piano sin que esto le cause pavor.

Transcurrió su infancia en un ambiente familiar verdaderamente caótico. Su padre abandonó el hogar y fracturó todo tipo de nexo con sus hijos. Natasha y sus hermanos crecieron al amparo de la madre, mujer que aunque protectora y entregada a su doble misión de madre y padre, no pudo o no quiso apreciar el potencial artístico de la niña. Pero lo desfavorable de las circunstancias no consiguió matar la alegría de vivir de Natasha y según sus propias palabras, tampoco los sueños de convertirse en artista. No obstante, para ello se sucedieron varios almanaques.

El pragmatismo instintivo de la madre la llevó a estudiar Técnico Medio en Computación. Graduada en esa disciplina, empezó a trabajar en la Empresa Provincial de la Vivienda en espera de ingresar en la Universidad y alcanzar diplomarse en la carrera de Informática. Pero el duende burlón e indomable de la música y el baile no le perdía pie ni pisada.

Decide entonces estudiar baile en la escuela de danza La Gaviota, en la Víbora. Confiesa que la buena suerte se compadeció de ella, pues al terminar la escuela se presentó en algunas audiciones y consiguió ser contratada. Bailó como solista y dentro del cuerpo de baile de varios cabarets como el Alí Bar, el Arcoíris de Regla, el Nacional y el Palermo. “No todo fue fácil. Tuve que tocar hasta las mismísimas puertas del Cielo. Demostrar, convencer. Me pedían papeles y más papeles, avales y más avales. Y yo me defendía alegando que el mejor aval era mi arte de bailar lo que me pidiesen”. Todo comenzó a marchar sobre ruedas.

Pero una inmensa nube negra encapotó su cielo y trajo consigo una tempestad de conflictos sentimentales. Su pareja en aquellos momentos, se opuso a que ella continuase bailando. Se deshizo en debate sin consuelo. Debía decidir entre la pasión hacia el arte y la estabilidad emocional de su relación romántica, la cual pensaba ciegamente duraría toda la vida. Apostó por esta última y abandonó el baile. Si en aquella encrucijada alguien hubiese poseído el don de leerle el porvenir, le hubiese advertido que pocos años después la unión amorosa fracasaría y que además, se quedaría sumida en una severa depresión que la obligaría a ingresar en un centro hospitalario. Gracias a la intensiva terapia clínica y apoyada en su recuperado alegre carácter, alcanzó superar la condición médica.

Natasha llegó a la conclusión que debía rehacerse por encima de todo. Su madrina la acompañaba los domingos a la iglesia más cercana de donde vivían. Allí estableció una conexión directa con su espiritualidad, pero al mismo tiempo descubrió como calaba en ella las interpretaciones del coro eclesiástico del templo. Cierto día asistió a uno de sus ensayos y pidió que le permitieran mostrar sus dotes. Fue el comienzo de su carrera como cantante. Resolvió entonces estudiar técnica vocal con un profesor particular.

A tal altura de la vida, Natasha Salomé Tachín Sarría está convencida con toda lógica, que a los cuarenta y tres años cumplidos ya no puede regresar a ningún cuerpo de baile y menos aún, presentarse como bailarina solista, pero que sí le es factible combinar el baile con el canto y encausar nuevamente su vida artística. Y así lo hizo.

Tal vez no sea la figura que antaño impuso su arte en relativos importantes centros nocturnos. Sin perder las esperanzas de volver a profesionalizarse, se apega más a escenarios cercanos al movimiento underground. En peñas y tertulias hace gala de su género preferido: un reggaetón nada agresivo y en el cual trata siempre de transmitir un mensaje socialmente positivo. También gusta del bolero y la salsa.

“La cuestión no es caerse, sino saberse levantar. Y aquí me ve, dedico tres días de la semana para asistir al gimnasio y cuatro para continuar mis estudios de canto. También recibo clases de inglés. La Informática sigue siendo mi sustento de vida, pero no desaprovecho la oportunidad de presentarme artísticamente en donde me inviten o donde yo misma me lo gestione”.

¿Tienes otras preferencias? “Interactuar con los niños. Todavía arrastró la niña que fui y no he dejado de ser, pese a los amargos episodios del piano prohibido”.

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