Rostros en la muchedumbre



Desde que pude otorgarle autonomía mental a mis escasas neuronas, me niego aceptar el término “masa”’ como conglomerado de seres humanos pertenecientes a igual condición clasista, social, política o religiosa. Del mismo modo, rechazo el papel protagónico que se le quiere conceder al individualismo liberal como motor único de la sociedad.

Cuando oigo hablar de “masas populares” o “rebaños religiosos”, se me antoja la imagen del ende amorfo carente de voluntad propia, zombi gigante que sigue ciegamente dictados de escogida élite encabezada por un ser omnipotente poseedor de todas las prerrogativas. Mientras que al individualismo extremo lo veo como la falsa, hipócrita y egoísta supremacía del uno sobre el todo, del imbatible y solitario guerrero siempre dispuesto a alcanzar objetivos cueste lo que cueste, sin tener en cuenta valor humano alguno.

El persistente fogueo de inquirir en el mundo del underground musical cubano ha puesto al descubierto otros puntos de vista acerca de mis conceptos de masividad e individualidad.

Siempre tuve claro que cada persona es una historia. Ahora bien, cuando me siento frente a alguien para escuchar sus experiencias y trayectoria dentro de la música alternativa, afronto de entrada una suerte de común tarjeta de presentación, idéntica en la generalidad de los casos. Y es lógico que en parte así sea. Existen factores comunes que se entrelazan en múltiples historias por razones de que vivimos en un cerrado contexto social y cultural. Sobre todo dentro de los jóvenes que por naturaleza generacional desean asemejarse a sus iguales persiste la tendencia de vender una semblanza estandarizada, en la cual con independencia de criterios y cuestionamientos contrapuestos, todo lo demás debe correr por una estela de rosas y tener un final de novela a lo Corín Tellado. Tal parece como si existiera un pacto secreto de no violar el velo integrista que impone la masividad.

Nosotros los comunicadores somos los encargados de descubrir tal velo y lograr que el entrevistado saque a la luz su individualidad, so pena de que las historias queden solamente en los cambios de nombres de los solistas, de los grupos o bandas, de las escuelas y centros de trabajos, de las preferencias musicales, de los sitios de presentación y de otro tantos lugares comunes. Todo se convertiría en la impersonal y amorfa masa. En letra vacía.

La línea editorial que se ha marcado PMU permite a sus colaboradores dar al traste con este esquema tan viciado y perjuicioso que sólo incrementa la inercia de quienes tienen todo el derecho de correr hasta la meta final de su suerte, pero calzados con zapatillas propias.

Luego de franquear esa cortina de humo que en primera instancia se nos impone, debemos activar los resortes para que nuestra contraparte exponga sobre el tapete sus cartas ocultas, sus motivaciones más personales, sus aprensiones por muy absurdas que sean, sus alegrías y esperanzas, sus desatinos y desenfoques, y sus más auténticos y diversos puntos de vista acerca del presente y el futuro de su carrera. En fin, todo lo que entronque sus aspectos humanos con los artísticos y lo deslinde del resto del conglomerado. Demás está en señalar en no dejarse tentar por el chisme burdo o la anécdota hueca y pajosa.

En el orden personal, he tenido oportunidades de escuchar confesiones espeluznantes que por pudor y respeto al entrevistado he decido ni siquiera proponer su publicación. Saber callar por convicción es preferible a decir la idea vendible, pero infortunada. Sin embargo, el saldo final se ha inclinado afortunadamente hacia lo positivo y hermoso de escuchar y luego transcribir esas historias.

En una palabra, dejar atrás los artificios innecesarios y rescatar un rostro en la muchedumbre. Para ello conversar da mejores resultados que presentar un rígido cuestionario. Se disfruta a plenitud ese imaginario combate en un cuadrilátero en el cual a veces peleamos a la defensiva y otras a la riposta.

Sin duda alguna, convertirnos en un puente que comunica a quien nos habla con otros tantos que comparten iguales intereses y afinidades, nos arroga la complacencia del deber cumplido. En este caso la masividad difusiva si está a disposición de los más nobles objetivos.

Nos regocija el leer en este sitio entrevistas con jóvenes y no tan jóvenes que se desvisten de falsas apariencias y se presentan como personas de carne y hueso. Hablan tanto de su amor por la música como de los quebrantos que en algún momento determinado ésta le puedan causar.

La música, y más la alternativa, no es un camino de rosas, pero tampoco de espinas que descarnan. Tal vez sea un sendero de positivismo por el cual desde la muchedumbre sin nombre, puedan salir muchos nuevos rostros con el talento que permite un individualismo sano y compartidor.

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