El pan es pan, y el vino es vino
28 de julio de 2014
En los últimos veinte años en Cuba ha tenido lugar un fenómeno socio-cultural sin precedentes: el auge de peñas, en especial las vinculadas a la música. De acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), dos de las acepciones de la palabra peña son: “Círculo de recreo…/ Grupo de personas que participan conjuntamente en fiestas populares...”.
Lo real es que en la disyuntiva de llenar un vacío de recreación cultural, las peñas han jugado un papel de primer orden en nuestro país, preferentemente para un segmento de la sociedad imposibilitado de asistir a otras plazas donde el factor económico es prácticamente una barrera insalvable.
Cerrando aún más el círculo, puede decirse que entre los más beneficiados de estas peñas se encuentran las personas jubiladas que requieren invertir un sobrado tiempo libre que en ocasiones deviene en tedio abrumador por carencia de posibilidades. Sin importarles el día de la semana o cualquier hora de ese día (excepto las de la noche), se visten “domingueramente”, y concurren fieles y asiduamente a la peña de su preferencia. Además del espectáculo voluble o no en su calidad artística, este tipo de evento coadyuva a la sociabilización y facilita el brote de nuevas amistades, así como el intercambio comunicativo tan imprescindible en el adulto mayor. Y algo sorprendente, por lo general este público no es sectario en su gusto musical, agradece tanto una canción tradicional como un reggaeton.
Otro componente cardinal de muchas de estas ferias es que en ellas además de alternar con uno que otro artista profesional, intérpretes y músicos noveles, pueden tener la opción de confrontar un público que aunque generoso, aplaude con mayor o menor fuerza a modo de termómetro de aceptación. Como quiera que sea, este tipo de peña comunitaria (existen otras) es fogón donde el artista, llámese aficionado o alternativo, puede “quemar sus primeras castañas”, además de continuar adiestrándose para “corregir el tiro”.
El cubano, salvando los de oídos zurdos, posee el don de la percepción musical con la cual independientemente del género, el ritmo y la letra, puede detectar la buena interpretación y la potencialidad del artista. Por eso podemos afirmar que los que se inician en la escena tienen en la peña un auténtico balón de ensayo. En ellas, los artistas underground han encontrado una burbuja de aire limpio.
Hasta el momento nos hemos referido solamente a las llamadas peñas populares, las cuales en un alto número tienen lugar en casas de la cultura, museos, proyectos comunitarios y sociedades fraternales. La entrada es gratuita y sin mercadeo obligado. Amén del mejor empeño que se ponga, en ocasiones el sistema de audio es defectuoso o mal operado lo que trae como consecuencia fallos en los fondos grabados, retro-sonidos y sobre-modulaciones. En otras, los locales están expuestos al ruido callejero y la temperatura en verano es sencillamente insoportable. Asimismo se puede señalar la casi inexistente promoción con la que cuentan estas veladas. El que asiste va a ciegas de lo que se va a encontrar. Pero saltando por encima de tales inconvenientes, la concurrencia de un numeroso público es la más reconfortante paga para artistas y organizadores. Este tipo de peñas tienen una frecuencia mensual y siempre en horas diurnas.
Ahora bien, del otro lado de la acera tenemos la cara opuesta pues en la viña del Señor hay de todo: las peñas particulares que a juicio muy personal, no son otras cosas que pequeños cabarés o restaurantes con espectáculos que se deslizan bajo el sofisma de peñas. Así se anuncian: La Peña de Fulanita de tal, la Peña de Mengano, etc. Y se anuncian bien. Por las zonas más concurridas de la ciudad reparten sueltos impresos donde se informan quienes serán los artistas invitados (casi todos profesionales conocidos), además del precio de entrada, así como el de los comestibles y bebestibles y de otras ofertas especiales. También logran la manera de promoverse directa o indirectamente por algún espacio de la radio o la televisión. Este tipo de evento tienen lugar en residencias particulares espaciosas y con mucho confort, sea o no propiedad del anfitrión que por regla general, es un personaje muy reconocido de la farándula. Y como es obvio, en estas “peñas” no asistirá, aunque lo desee, el adulto mayor con su ropa dominguera o el joven que prefiere el Maxim o el Submarino Amarillo.
No estamos para nada opuestos a esta manera honesta de ganarse la vida, es más, consideramos que su inserción en el panorama de nuestra ciudad es una opción más de contribuir cultural y gastronómicamente a todo lo que pueda acrecentar la calidad de vida del cubano que tan necesitado está de ello. Pero, ¿por qué llamarle peña, cuando el pan es pan y el vino es vino?.
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28 de julio de 2014
En los últimos veinte años en Cuba ha tenido lugar un fenómeno socio-cultural sin precedentes: el auge de peñas, en especial las vinculadas a la música. De acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), dos de las acepciones de la palabra peña son: “Círculo de recreo…/ Grupo de personas que participan conjuntamente en fiestas populares...”.
Lo real es que en la disyuntiva de llenar un vacío de recreación cultural, las peñas han jugado un papel de primer orden en nuestro país, preferentemente para un segmento de la sociedad imposibilitado de asistir a otras plazas donde el factor económico es prácticamente una barrera insalvable.
Cerrando aún más el círculo, puede decirse que entre los más beneficiados de estas peñas se encuentran las personas jubiladas que requieren invertir un sobrado tiempo libre que en ocasiones deviene en tedio abrumador por carencia de posibilidades. Sin importarles el día de la semana o cualquier hora de ese día (excepto las de la noche), se visten “domingueramente”, y concurren fieles y asiduamente a la peña de su preferencia. Además del espectáculo voluble o no en su calidad artística, este tipo de evento coadyuva a la sociabilización y facilita el brote de nuevas amistades, así como el intercambio comunicativo tan imprescindible en el adulto mayor. Y algo sorprendente, por lo general este público no es sectario en su gusto musical, agradece tanto una canción tradicional como un reggaeton.
Otro componente cardinal de muchas de estas ferias es que en ellas además de alternar con uno que otro artista profesional, intérpretes y músicos noveles, pueden tener la opción de confrontar un público que aunque generoso, aplaude con mayor o menor fuerza a modo de termómetro de aceptación. Como quiera que sea, este tipo de peña comunitaria (existen otras) es fogón donde el artista, llámese aficionado o alternativo, puede “quemar sus primeras castañas”, además de continuar adiestrándose para “corregir el tiro”.
El cubano, salvando los de oídos zurdos, posee el don de la percepción musical con la cual independientemente del género, el ritmo y la letra, puede detectar la buena interpretación y la potencialidad del artista. Por eso podemos afirmar que los que se inician en la escena tienen en la peña un auténtico balón de ensayo. En ellas, los artistas underground han encontrado una burbuja de aire limpio.
Hasta el momento nos hemos referido solamente a las llamadas peñas populares, las cuales en un alto número tienen lugar en casas de la cultura, museos, proyectos comunitarios y sociedades fraternales. La entrada es gratuita y sin mercadeo obligado. Amén del mejor empeño que se ponga, en ocasiones el sistema de audio es defectuoso o mal operado lo que trae como consecuencia fallos en los fondos grabados, retro-sonidos y sobre-modulaciones. En otras, los locales están expuestos al ruido callejero y la temperatura en verano es sencillamente insoportable. Asimismo se puede señalar la casi inexistente promoción con la que cuentan estas veladas. El que asiste va a ciegas de lo que se va a encontrar. Pero saltando por encima de tales inconvenientes, la concurrencia de un numeroso público es la más reconfortante paga para artistas y organizadores. Este tipo de peñas tienen una frecuencia mensual y siempre en horas diurnas.
Ahora bien, del otro lado de la acera tenemos la cara opuesta pues en la viña del Señor hay de todo: las peñas particulares que a juicio muy personal, no son otras cosas que pequeños cabarés o restaurantes con espectáculos que se deslizan bajo el sofisma de peñas. Así se anuncian: La Peña de Fulanita de tal, la Peña de Mengano, etc. Y se anuncian bien. Por las zonas más concurridas de la ciudad reparten sueltos impresos donde se informan quienes serán los artistas invitados (casi todos profesionales conocidos), además del precio de entrada, así como el de los comestibles y bebestibles y de otras ofertas especiales. También logran la manera de promoverse directa o indirectamente por algún espacio de la radio o la televisión. Este tipo de evento tienen lugar en residencias particulares espaciosas y con mucho confort, sea o no propiedad del anfitrión que por regla general, es un personaje muy reconocido de la farándula. Y como es obvio, en estas “peñas” no asistirá, aunque lo desee, el adulto mayor con su ropa dominguera o el joven que prefiere el Maxim o el Submarino Amarillo.
No estamos para nada opuestos a esta manera honesta de ganarse la vida, es más, consideramos que su inserción en el panorama de nuestra ciudad es una opción más de contribuir cultural y gastronómicamente a todo lo que pueda acrecentar la calidad de vida del cubano que tan necesitado está de ello. Pero, ¿por qué llamarle peña, cuando el pan es pan y el vino es vino?.
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