En Manzanillo se baila el son



Manzanillo es una ciudad bulliciosa apretujada entre laderas polvorientas y un golfo de aguas temperamentales, y bajo un sol que sólo la noche sosiega. Ciudad cuna de poetas, literatos y músicos, y protagonista por si misma, de vaivenes culturales, históricos y políticos de la nación. Pero no por ello, exenta de rutinas, costumbres y normas de vida semejantes a los de otros pueblos y ciudades provincianas.

Fue la ciudad natal de mi primo Iván. Todavía lo recuerdo cuando apenas se podía sostener erguido sobre sus dos piernas y sostenía frente a sus labios, a modo de micrófono, una vacía lata de leche condensada y canturreaba una jerigonza musical para deleite de adultos, pero que –y bien lo sabe la vida– no era otra cosa que el acto de germinación de un músico en potencia.

Iván, tangueramente hablando, aferró su existencia a la música como la hiedra a la pared. Tan pronto soslayó el son, el bolero, la guajira y la ranchera mexicana, –géneros que pautaban en el gusto popular de la comarca–, incursionó en sonoridades incomodas aún al oído mayoritario, tales como las baladas rock de Luis Bravo y Danny Puga, o los quince melódicos temas de Paul Anka.

Con dos o tres acólitos, y con instrumentos musicales cercanos a la ciencia ficción, mi primo Iván “descargaba” tanto en cumpleaños de amigos como en bautizos. Y todo por el amor al arte. “No lo hice en un velorio, porque nunca me lo pidieron”, me dijo una vez.

Pasadas las diez de la noche, cuando puertas y ventanas del pueblo se cerraban y la nutrida concurrencia al parque se evaporaba, sobrevivía una reducida tertulia de jóvenes varones noctámbulos donde se discursaba sobre amores reales o fantaseados, política o religión, deportes, baile o música. En una de esas ocasiones, alguien recién regresado de La Habana comentó sobre un grupo llamado Los Beatles y del cual había traído una placa. Fue el primer encontronazo de Manzanillo con Liverpool.

El grupo de mi primo comenzó a interpretar en dudoso inglés y con acento oriental, canciones tales como “I Saw Her Standing There”, “Anna”, “Please Please Me”. Llegaron hasta a exhibir una tímida media melena con cerquillo incluido. “Sólo los amigos más cercanos se dignaban a escucharnos. Nos dejaron de invitar a cumpleaños y bautizos, y por la radio ni nos querían ver”, me comentó años después.

Uno tras otro los integrantes de la banda comenzaron a emigrar a la capital. Fieles al rock apostaban por mayores posibilidades. Mi primo Iván quedó en Manzanillo, con sus estrafalarios instrumentos, sus esperanzas a media asta y sus tertulias madrugueras.

Cumplido el Servicio Militar, logró integrar varias bandas de rock, pero dado las adversidades, todas tuvieron una existencia efímera. Comenzó a trabajar en la Dirección Municipal de Cultura. Se encargó de la logística a eventos culturales nacionales y provinciales que se desarrollaron en Manzanillo durante los años 70 y 80, muchos verdaderamente significativos.

Pero entre uno y otro suceso de tal relevancia, la vida cultural de Manzanillo se limitaba al estreno tardío de un filme, a la apertura de una exposición de un artista local o a la asistencia a la Casa de la Trova. El parque de la famosa glorieta llenaba un vacío espacio social con sus paseos entrecruzados, mujeres solas o con sus parejas por una senda, y por la otra en dirección contraria, grupos de hombres afanosos de compañía femenina.

Desde su humilde cargo Iván se propuso, por cuenta propia, la captación de jóvenes que dieran bríos a la escena musical de la ciudad. Ofreció aliento y apoyo. Abrió espacios a talentos que como él mismo, conformaban lo que hoy día se le denomina movimiento underground. Pero los que despuntaban no tardaban en oír los cantos de sirenas provenientes de otras plazas, marchaban y no regresaban. El sentido de pertenencia terruño rodaba cuesta abajo. Una honrosa excepción: la Orquesta Original de Manzanillo.

En la década del noventa, Manzanillo, mi primo Iván y el resto del país y de los cubanos nos zambullimos en el llamado Período Especial. Atrás quedaron los grandes eventos de los cuales la ciudad fue sede. Las instalaciones pasaban las noches más apagadas que encendidas. Fue entonces la etapa de las “actividades culturales”: música grabada y más música grabada cuando el escaso fluido eléctrico lo permitía.

Algunos luchan con ahínco y ganan. Iván fue un ganador absoluto pese a las batallas fallidas y pese también a que en la plenitud de vida y ansias de hacer, le diagnosticaron una severa condición médica. Pero –cuentan los vecinos–, no por eso perdió la alegría de vivir y su amor por la música. Acompañado de fieles amigos, cada noche y hasta la definitiva, entonaba el ritmo de “Yesterday”. Allí quedó, en su Manzanillo natal y de siempre, “donde se baila el son, en calzoncillo y camisón”.

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