Mi tres y yo



Antonio Meller es un señor que con 82 años de edad toca el tres como si hubiese nacido para hacerlo, y es que toda la vida se ha dedicado a la música. Su padre, sus hermanos, sus hijos, nietos y sobrinos forman parte de la familia que hoy encabeza, y aunque ejercen en diversas agrupaciones, todos coinciden en que la formación musical ha sido en casa, precisamente en su casa.

Una vez más me encuentro en su típica vivienda centenaria de puntal alto, amplios ventanales, arcos sujetos en esplendorosas columnas que vagamente recuerdan sus tiempos de gloria. Esta vez fui guiando a un amigo que quería hacerse de un tres, instrumento que me confiesa haberlo conocido en una visita turística a la Casa de la Trova de Santiago de Cuba, y como es de esperar, quedó prendido ante su sonido y cubanía.

Mi amigo y yo escuchamos el pequeño concierto como garantía de afinación y calidad del instrumento que nos ofreció Antonio, al que de manera espontánea se le fueron sumando otros como cortesía de un nieto y dos sobrinos que estaban casualmente ese día por ahí. Entonces se formó la algarabía porque entre la improvisación instrumental y poética de las letras, perdí la noción del tiempo y mi rostro atónito se llenó de desconcierto ante tanta magistralidad de un pedazo de tarde. ¿Sería posible vivir otra vez aquello o fue una simple casualidad?

“Esto es algo normal, todos los días pasa alguien por aquí y el nieto siempre está. Nada más hace falta que suene un palo y una lata, y ya no podemos parar el guateque”, me comenta Antonio, quien tabaco en mano responde a la interrogante que mi amigo prácticamente me sacó de la boca. “Aquí no hay nada que no suene a música, aún en tiempos difíciles o en días amargos, en esta casa no se puede dejar de tocar. Eso sería como renunciar a todo un legado familiar”.

Resulta que Antonio formó parte de varios grupos tradicionales en la ciudad, toca la guitarra y el tres, viajó por todo el mundo llevando en sus manos la música cubana a través de su instrumento, impartió clases y ahora que “está viejo”, según sus palabras, de vez en cuando lo invitan a formar parte de alguna gala o concierto, pero ya las fuerzas no son las mismas. “Es mejor delegar al futuro, así se me foguean. Por ahora me dedico a actividades más calmadas, sigo componiendo y estoy por terminar un libro, que aclaro no es mi antología, eso lo dejo para que otro lo escriba. Este libro es sobre música, el tres y su papel en la música cubana. Ojalá pueda terminarlo y algún día verlo impreso en las librerías o en los salones de clases”.

¿Cómo es que si ama tanto este instrumento, hoy lo está vendiendo? La pregunta se me salió casi sin pensarla, quizás si me hubiese detenido a hacerlo no la habría hecho, pero Antonio sonrió y yo me calmé, no quería sensibilizarlo de alguna manera: “Ese particularmente perteneció a mi padre, el mío es este otro que no sale de esta casa a no ser conmigo. Aquí es muy difícil conseguir los instrumentos, quienes lo fabrican carecen de materiales buenos y por ello los precios son altísimos, y ni hablar de su mantenimiento, las cuerdas y demás. A veces me preocupo por el futuro de mi familia, estos son muchachos jóvenes con talento, pero las dificultades para afrontar sus proyectos son mayores que antes”.

Y así, luego de incitar a mi amigo a tocar el instrumento, haberle enseñado Antonio par de truquitos, regalarnos otras improvisaciones y una amena tarde, nos despedimos de Antonio, su familia y su maravillosa casa que de por sí, ya se he convertido en una cátedra o lugar de confluencias para todo aquel que quiera conocer algo acerca de nuestras tradiciones.

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