La candela del reguetón no termina todavía



El reguetón sigue cundiendo el pánico entre los directivos musicales de la Isla, mucho más que lo acontecido con la timba brava de la década del 90. El reguetón es más irreverente, iconoclasta, impúdico, rebelde y espontáneo que otros géneros. Es, al decir de sus intérpretes: “un espejo incómodo” de nuestra sociedad.

Desde que aparecieron aquellos reguetoneros locos al estilo de Los Aldeanos, Osmani García y compañía, se prendió fuego ante la crítica y los “cancerberos” de la cultura cubana. Tiempo después de aquella batalla campal, apareció un resonante escrito del musicólogo Danilo Orozco, para algunos es el más agudo investigador musical cubano, que antes de fallecer soltó una bomba atómica a los detractores: “Para enfrentarse al reguetón, la solución no es utilizar las medidas normativas cual fórmula mecánica y mágica, sino el propiciar la inserción dinámica de las personas y los sectores sociales de nuestro entorno, en la apreciación autocritica de fenómenos musicales”. Pero lo que hicieron los directivos nacionales de la música no fue eso, sino todo lo contrario, propiciando con la censura: el morbo por una “música prohibida”, y ende: el mito.

Pero el que inventa la ley, inventa la trampa, y el reguetón en Cuba comenzó a “transmutarse”, se fundió con varios géneros como la techno, la timba y “la salación”, usando una expresión del declamador fallecido Luis Carbonell.

Si hacemos un poco de historia, podemos afirmar que en la década del 90 ya existía el preludio del reguetón en Cuba, en las letras y el motor rítmico de la timba de NG La Banda y alguna que otra agrupación. José Luis Cortés, director musical de NG, además de su virtuosismo musical, es un negro irreverente que ya escribía y componía canciones como “El picadillo de soya” y “El trágico”. La primera es una burla al picadillo hecho con soya que ofertaba el Estado en las bodegas durante el Período Especial; y la segunda es un verdadero fresco de un barrio capitalino, con sus tragedias y dramas diarios.

Roberto Zurbano, otro “negrito catedrático” de la Casa de las Américas, declaró que “del rap al reguetón hay un salto que va del compromiso a la gozadera”. Los textos del reguetón aluden a críticas sociales y realmente tras un aparente mensaje lúdico se perciben estas críticas, por ejemplo: “Cuba se extraña” y “Toma Feona”, ambas piezas del grupo popular Kola Loca, son una buena muestra de esto. En algunos casos, la crítica va por corte directo, como en “Cerro cerrao”, del grupo Insurrecto. Amén de estos ejemplos expuestos, no es un secreto que la tendencia más común del género se inclina hacia el “diveryomento”.

También en su texto sobre el reguetón, Danilo Orozco habló de aprovecharlo en toda su dimensión. “La marginalidad -escribió Orozco- no siempre es sinónimo de nulidad creativa… Puede haber cierto enriquecimiento en lo erótico -bailable- en la manera de concatenar las letras más picantes y eróticas. Es una tremenda música-baile/slang-portato”. Y tiene razón porque a fin de cuentas, el reguetón nació utilizando en su ritmo una mezcla explosiva de beat de reggae, hip hop, soca, dancehall, algunos elementos del batá como un golpe de Iyá (tambor mayor), todo aderezado con toques electrónicos. Y en sus letras, muchos de los reguetoneros aducen a su procedencia marginal y por eso siempre le cantan al “barrio”, a la gente que los habita, a lo que sucede diariamente en estos sitios periféricos de la ciudad y la sociedad. Recordemos la canción “El animal”, de Gente D’ Zona, donde preguntan: “¿Sabes quién es Gente D’ Zona? Simplemente tienes que saber qué es la calle, debes tener conocimiento de lo que es vivir en un barrio humilde, tienes que aprender a relacionarte con la gente, y tener presente que nosotros mismos somos la gente”.

Es cierto que el reguetón es maleable y básico como escribió Ligia Lavielle, con sonidos simplificados comerciales; los movimientos de baile son libres porque el ritmo incita al baile; y también es cierto que es un género que se ha ido colando en la juventud, sobre todo la marginal y ya forman “un ejército”. Este fenómeno no es extraño porque sabemos que desde el siglo XVII, las canciones de Francia se pasaban de mano en mano y Cuba no ha sido la excepción, y aunque carecemos en la Isla de medios tecnológicos adecuados, igualmente las bondades de los avances electrónicos que llegan y la promoción-intercambio a nivel de pueblo, propician la magia de la difusión del género y sus canciones a pesar de las prohibiciones. Por ejemplo, en La Habana se escucha el reguetón en las bici-taxi, y en las calles a través de los parlantes de casas particulares y negocios privados que mantienen música “para la calle” las 24 horas.

Finalmente, pude concluir en una reciente visita que hice a La Tropical para un concierto underground de varios de estos grupos y donde antes del concierto, se fueron presentando por el audio del gran salón casi todos los grupos y cantantes underground del género, llegué a la conclusión -repito- que esta música en buena medida se mantiene aún por la reticencia y la censura mantenida por las autoridades gubernamentales, culturales e institucionales del país. Y estoy casi seguro, que cuando logremos su difusión por las vías oficiales de comunicación, quizás canse la saturación y saciedad de esta música, provocando su muerte segura.

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Comentarios   Dejar un comentario
NayaN
10 de octubre, 2014 3:53 pm (GMT-5:00)
Creo q censurar el talento de cada persona es injusto y mas cuando esta luchando por una causa justa o cuando esta defendiendo un pensamiento o un genero el cual tiene un mensaje q dar o un destino a seguir.