El último campanazo
20 de octubre de 2014
¿Cómo podríamos deslindar entre la verdad desgarradora o la metáfora figurativa cuando le oímos decir a un joven veinteañero cubano que en su corta vida ha pasado tanta hambre como necesidades de todo tipo? Nos inclinamos a pensar que con tal afirmación Yasmani Colás deseaba más poner al desnudo sus carencias espirituales que las nutricionales. Aunque en definitiva, el hambre tiene muchos rostros, todos feos.
Yasmani o “El Yasma” como lo nombran, es alguien que a sus veintisiete años ha vivido de prisa y siempre en el presente. Detrás del mostrador de su kiosco, en un céntrico barrio habanero, sólo tiene espacio para atender a su fiel clientela al tiempo que repasa cantando, prácticamente todo el repertorio de Juan Gabriel, su intérprete preferido.
“Él es así desde niño. –nos reafirma uno de sus amigos y condiscípulo en la primaria– Cantaba más de lo que hablaba. Su predilección por Juan Gabriel le hizo ganar muchos apodos y otras tantas peleas”.
Mentiríamos si aseguramos que Yasmani tiene una voz privilegiada, de registro modulado, tono armónico y huérfana de desafinación. Nada más lejos de la verdad. Pero pese a ello, las notas que logra enderezar salen impregnadas de amor y pasión. No hieren al oído y logran la atención de marchantes y transeúntes. Se ha convertido en una especie de victrola a la cual ya todos se han acostumbrado. Sin embargo, detrás de tal “fenómeno musical” pervive el hombre, el ser humano. Este es su testimonio.
“Egoístamente nada me importaba más en la vida que la música, el canto. Eso fue así hasta que mi padre murió y el resto de la familia, mi madre, mi hermanito recién nacido y yo, comenzamos a sufrir de más necesidades y hasta de hambre. Tuve que asumir el papel de suministrador y ‘arañar la tierra’ sin saber nada de nada. Al carajo se fueron los sueños de estudiar canto, porque aunque nunca tuve cabeza para los estudios, estaba consciente de las muchísimas limitaciones que tenía y tengo. Poco a poco pude estabilizar el vuelo hasta poder lograr abrir el kiosco donde usted me ve. No tengo tiempo para soñar ni pensar en el futuro. Qué tiempo voy a tener si los siete días de la semana tengo que madrugar para pelar las frutas de los batidos y jugos que muy temprano empiezo a vender, y después cerca del mediodía y hasta el anochecer cocinarme junto con las pizzas, y por la noche dejar preparada la mercancía del día siguiente. Mi mamá y yo hacemos todo lo posible para que mi hermanito, a quien adopté oficialmente, no tenga que vivir lo que vivimos nosotros. Por eso canto y canto sin importarme un pito lo que pueda pensar de mí quien no me dio ni me da nada”.
Las últimas palabras de Yasmani parecen brotar de una botija de rabia contenida, como si diera riendas sueltas a un viejo rencor que le quema las entrañas. Hace una pausa al darse cuenta de la agresividad de su ánimo. Sonríe a manera de disculpa y más sereno se retira a una esquina del ring.
“Claro, tuve muchos sueños que no obstante la vida convertirlos en pesadillas, aun guardo dentro de mí. Son como esas fotos carcomidas en blanco y negro de las que mi madre no quiere deshacerse. Fueron sueños de verme hecho un gran cantante, de estar entre los mejores, de que un inmenso público me pedía otra, otra, de que hacía suspirar a las mujeres y morir de envidia a los hombres. Entonces creía en el futuro aunque la idea que tenía de mis posibilidades fuera la más equivocada y loca del mundo. Ahora vivo del presente y para el presente. Mi hermanito es un futuro que se vive día a día”.
PMU: Y si la vida te diera una buena oportunidad dentro del canto ¿la asumirías?
“A condición de no perder mi kiosco, me daría igual hacer duetos con Juan Gabriel y Barbarito Diez, que armar un grupito con Pánfilo y Chequera para imitar a Marc Anthony en ‘Vivir la vida’. Y por qué no, me gustaría tener esa oportunidad, estoy abierto a oír las proposiciones que me ofrezca la vida, al fin y al cabo, los hay peores que yo que han triunfado. Por el momento continuaré con los conciertos que diariamente brindo en mi kiosco. La música tiene muchos modos de hacernos felices y ese es el mío”.
Suena el último campanazo y, triunfador, Yasmani Colás, El Yasma, baja del ring.
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20 de octubre de 2014
¿Cómo podríamos deslindar entre la verdad desgarradora o la metáfora figurativa cuando le oímos decir a un joven veinteañero cubano que en su corta vida ha pasado tanta hambre como necesidades de todo tipo? Nos inclinamos a pensar que con tal afirmación Yasmani Colás deseaba más poner al desnudo sus carencias espirituales que las nutricionales. Aunque en definitiva, el hambre tiene muchos rostros, todos feos.
Yasmani o “El Yasma” como lo nombran, es alguien que a sus veintisiete años ha vivido de prisa y siempre en el presente. Detrás del mostrador de su kiosco, en un céntrico barrio habanero, sólo tiene espacio para atender a su fiel clientela al tiempo que repasa cantando, prácticamente todo el repertorio de Juan Gabriel, su intérprete preferido.
“Él es así desde niño. –nos reafirma uno de sus amigos y condiscípulo en la primaria– Cantaba más de lo que hablaba. Su predilección por Juan Gabriel le hizo ganar muchos apodos y otras tantas peleas”.
Mentiríamos si aseguramos que Yasmani tiene una voz privilegiada, de registro modulado, tono armónico y huérfana de desafinación. Nada más lejos de la verdad. Pero pese a ello, las notas que logra enderezar salen impregnadas de amor y pasión. No hieren al oído y logran la atención de marchantes y transeúntes. Se ha convertido en una especie de victrola a la cual ya todos se han acostumbrado. Sin embargo, detrás de tal “fenómeno musical” pervive el hombre, el ser humano. Este es su testimonio.
“Egoístamente nada me importaba más en la vida que la música, el canto. Eso fue así hasta que mi padre murió y el resto de la familia, mi madre, mi hermanito recién nacido y yo, comenzamos a sufrir de más necesidades y hasta de hambre. Tuve que asumir el papel de suministrador y ‘arañar la tierra’ sin saber nada de nada. Al carajo se fueron los sueños de estudiar canto, porque aunque nunca tuve cabeza para los estudios, estaba consciente de las muchísimas limitaciones que tenía y tengo. Poco a poco pude estabilizar el vuelo hasta poder lograr abrir el kiosco donde usted me ve. No tengo tiempo para soñar ni pensar en el futuro. Qué tiempo voy a tener si los siete días de la semana tengo que madrugar para pelar las frutas de los batidos y jugos que muy temprano empiezo a vender, y después cerca del mediodía y hasta el anochecer cocinarme junto con las pizzas, y por la noche dejar preparada la mercancía del día siguiente. Mi mamá y yo hacemos todo lo posible para que mi hermanito, a quien adopté oficialmente, no tenga que vivir lo que vivimos nosotros. Por eso canto y canto sin importarme un pito lo que pueda pensar de mí quien no me dio ni me da nada”.
Las últimas palabras de Yasmani parecen brotar de una botija de rabia contenida, como si diera riendas sueltas a un viejo rencor que le quema las entrañas. Hace una pausa al darse cuenta de la agresividad de su ánimo. Sonríe a manera de disculpa y más sereno se retira a una esquina del ring.
“Claro, tuve muchos sueños que no obstante la vida convertirlos en pesadillas, aun guardo dentro de mí. Son como esas fotos carcomidas en blanco y negro de las que mi madre no quiere deshacerse. Fueron sueños de verme hecho un gran cantante, de estar entre los mejores, de que un inmenso público me pedía otra, otra, de que hacía suspirar a las mujeres y morir de envidia a los hombres. Entonces creía en el futuro aunque la idea que tenía de mis posibilidades fuera la más equivocada y loca del mundo. Ahora vivo del presente y para el presente. Mi hermanito es un futuro que se vive día a día”.
PMU: Y si la vida te diera una buena oportunidad dentro del canto ¿la asumirías?
“A condición de no perder mi kiosco, me daría igual hacer duetos con Juan Gabriel y Barbarito Diez, que armar un grupito con Pánfilo y Chequera para imitar a Marc Anthony en ‘Vivir la vida’. Y por qué no, me gustaría tener esa oportunidad, estoy abierto a oír las proposiciones que me ofrezca la vida, al fin y al cabo, los hay peores que yo que han triunfado. Por el momento continuaré con los conciertos que diariamente brindo en mi kiosco. La música tiene muchos modos de hacernos felices y ese es el mío”.
Suena el último campanazo y, triunfador, Yasmani Colás, El Yasma, baja del ring.
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