Elio Reyes El Jinete



Elio Reyes es uno de los muchos trovadores andariegos que pululan en La Habana, luchando por “el diario”, como se dice ahora en Cuba, o sea, en la búsqueda de la supervivencia y de un plato de comida.

Elito nació el 3 de julio de 1960, en la provincia de Las Tunas, en la zona oriental donde se celebra el Festival del Cucalambé de tradiciones campesinas. Y recuerda que desde niño, cuando Cuba enfrentaba un radical cambio social y mientras muchos niños jugaban al béisbol en las calles, tuvo que ayudar a su familia a conseguir la comida diaria que en esa época era muy difícil. Recuerda también, que por aquellos días escuchaba una música que aliviaba sus penas. “Escuchaba mucho las rancheras mexicanas que se escuchaban por la radio. Recuerdo que estaba de moda Javier Solís y yo cantaba una de las canciones más queridas en la zona donde vivía: ‘El Jinete’, que interpretaba Jorge Negrete. Por ese motivo, en aquellos duros tiempos tomaba una guitarra prestada y me consolaba con la música, no había más nada”.

Elito se volvió con el tiempo un especialista de todo tipo de labores: trabajaba en el campo, hacía mandados, ayudaba en las labores de carpinteros y mecánicos de auto. “Hacía de todo, buscarse la comida era bien complicado”. Así que poco pudo estudiar porque el trabajo no se lo permitía, pero comenzó a interesarse en la música, en lo que sucedía en aquellos tiempos con los cantantes y los músicos, y con la vida cotidiana que es una especie de tradición oral que se va adquiriendo a como diera lugar. “En mi andar por la música encontré a algunos amigos que me enseñaban a guitarrear. El interés por mi parte era mucho y tenía que ir aprendiendo poco a poco, pero con persistencia. Una vez encontré ese método que en Cuba era muy recurrente: El método de Hilarión Eslava, y con ese material fui adquiriendo cierta teoría. La práctica la ponía yo mismo”.

Con la llegada del Período Especial en la década del 90, cuando cae el muro de Berlín y la situación en Cuba tomó ribetes dramáticos, Elio Reyes tuvo que marchar a la vida bohemia de la capital. “Llegué a La Habana en 1997, la ciudad se mantenía en apagones constantes. Conseguir la comida era cosa de titanes. Muchas veces me refugiaba en la heladería Coppelia, en El Vedado, donde me comía varios helados que tenían algo de leche y me sostenía más o menos. A veces, después de largas colas o filas, conseguía un pan con algo, con unas croquetas que le llamaban ‘las explosivas’ porque explotaban al contacto con la manteca caliente. Aquello era algo atronador, pa’ qué contarte. Pero uno tenía que seguir la marcha. Muchas noches me acostaba en blanco, sin comer nada”.

Así las cosas, Elito “descargaba” canciones en algunas serenatas que se hacían por la ciudad, asistía a fiestecitas y cuanta celebración encontrara por ahí. “Al menos con las invitaciones comía algo en alguna que otra fiestecita. Un bocadito, un poquito de dulce, un ponche (bebida con frutas) muy típico en aquellas fiestas”.

Ahora me encuentro con Elio por las calles de La Habana, quizás en una atmósfera más propicia, pero siempre luchando por la comida. Esta es la vida de un trovador que persiste y persevera por la supervivencia, y que no se rinde porque muere con la guitarra a cuestas.

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