Al que no quiere caldo…



Entró a nuestras vidas cual ladrón sin siquiera pedir permiso. Lo mismo lo podemos encontrar transitando por las calles habaneras en un carro moderno que en un bicitaxi, pero siempre alto y persistente. También se mueve sin pagar pasaje en cualquier ómnibus, ya sea un P-1, P-5 o P-10, y es casi impensable su encuentro en cuanto pases el umbral de cualquiera de estas rutas.

El reggaetón es un subgénero musical que cuenta con algunos seguidores y muchos detractores. Nació en el Caribe, quizás como respuesta al excesivo consumo del hip hop norteamericano, como leí en una ocasión. En nuestro país, no sólo ha desplazado a su hermano mayor: el rap, sino también a otros géneros que de por sí no se encontraban cerca de los peldaños de la popularidad. A pesar de la predicción, no certera, de una muerte temprana, es escuchado por obligación, desde muchos balcones y hasta se ha infiltrado en muchos cumpleaños infantiles, algo muy criticado por muchos. Lo imaginamos efímero y al contrario, se ha sembrado y echado raíces.

La mayoría de los músicos que afloran en la actualidad, se decantan por este género, pero la mayoría lo hace porque es una manera rápida de obtener un beneficio económico así como un reconocimiento más rápido a través de los medios, lo que lo convierte en un atajo al camino de la popularidad. Irónicamente, los mismos medios de difusión, dígase la radio y la televisión, al principio sentían rechazo por este polémico género y al final, terminaron aceptándolo llevándolo a la cima del éxito, contando en la actualidad con un alto consumo.

Sus letras se expanden por toda la ciudad como si fuera uno de esas gripes contagiosas y aunque en su mayoría bordan la banalidad y aturden algunos oídos, es cierto que ni todo lo bueno es totalmente bueno, ni todo lo malo es totalmente malo. Como en todo género, hay canciones y “canciones”. Existen grupos de reggaetón de buena calidad que han realizado su mayor esfuerzo por demostrar que el reggaetón no siempre es “perreo” ni “agáchate que viene la galleta”, pero esos son los menos.

La mayoría de los grupos reggaetoneros de la actualidad posee entre sus filas a raperos emigrados, los que han desertado de las filas del movimiento de rap, ya sea por un reconocimiento musical o por un mejor desenvolvimiento económico. Podría recitar al grupo Buena Fe cuando dice que: “la culpa, la maldita culpa no la tiene nadie”, pero no es así. Los mismos medios le han dado al reggaetón una popularidad exclusiva. Tan sólo recordemos al añorado Festival Rotilla que se realizaba una vez al año en Jibacoa. Aquella playa que albergaba a raperos, DJs, VJs, trovadores y rockeros que fueron sustituidos por artistas comerciales, en su mayoría grupos de reggaetón. El Festival Rotilla era un espacio underground sin fines de lucro donde muchos artistas tenían la oportunidad, única en el año, de darle voz a su silencio artístico.

Al final lo que molesta no es su notoriedad, para nada, además para gustos se han hecho los colores. Lo triste es la cultura musical de mala calidad que se está extendiendo gracias al reggaetón y que no nos favorece, y la enseñanza cultural, bastante mediocre, que este género les ha brindado a nuestros niños y jóvenes. La moda y el vocabulario del reggaetón es algo “fuera de serie”. Niños de 6 años, incluso menos, con pelados incomprensibles y un lenguaje que no es reconocido en la Real Academia de la Lengua Española. Tenemos ante nosotros a toda una generación contaminada por un virus que ni el mismísimo Kaspersky reconoce en su base de datos. Estos son males a los que tenemos que enfrentarnos. Como dice el dicho: “al que no quiere caldo, se le dan tres tazas” o en este caso… reggaetón.

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