Ideas sin cortapisas



Profesar cualquier tipo de tendencia en la Cuba de hoy que difiera de los cánones establecidos por el inmovilismo oficial es pecado capital que no tiene absolución de ningún tipo. En la cultura es donde quizás más se manifiesta la falta de albedrío, a pesar de los esfuerzos institucionales por hacer ver lo contrario, y quienes más lo sufren son los llamados artistas independientes, los cuales no cuentan con verdaderos espacios autónomos, sencillamente porque el gobierno no lo permite.

Esa es una realidad palpable a la que hace frente día a día el movimiento underground cubano desde hace varias décadas, que por ahora no avizora mejoría ya que los procedimientos y las acciones de los funcionarios de las instituciones culturales se han perfeccionado de tal manera que prácticamente obligan a los artistas a practicar el catecismo de la neutralidad para poder existir.

De hecho, la aplicación de esa doctrina es el mejor ejemplo del uso de la fuerza del pensamiento para reprimir a cuántos intenten hallar caminos y formas diferentes de expresión y realización, como dirían nuestros abuelos: “hagan lo que digo, no lo que hago”.

Para las instituciones y el discurso oficial cubanos, la cultura tiene la misión de salvar al país, pero para eso es necesario obviar todo lo que sea crítico, emprendedor o simplemente diferente. Dicho en otras palabras, que no se pliegue o reverencie el poder.

El movimiento underground cubano ha sabido a lo largo de todos estos años sobrevivir y consolidar sus posiciones, a pesar de los sostenidos y malintencionados ataques con el objetivo de minimizarlo, acallarlo y diluirlo en dificultades, malas interpretaciones, falta de atención, apoyo logístico y acceso a los medios de difusión masiva.

Sin que se les califique abiertamente como tales, esos artistas en su mayoría jóvenes, han sufrido en carne propia los recelos y el rechazo con que se trata a los enemigos, por el sólo hecho de mirar con crítica mirada la sociedad en la que viven y expresar su voluntad de contribuir al cambio como miembros comprometidos.

Numerosos análisis de “expertos” e “intelectuales” fieles a esa política de animadversión no han encontrado otra salida que tildarlos de marginales y advenedizos representantes de otras culturas y formas de vida no aceptadas oficialmente.

Una reciente entrevista publicada por PMU se refiere a la falta de espacios para los artistas underground, especialmente de los exponentes del hip hop, que cuando se presentan en los escasos escenarios estatales que les abren las puertas no pueden cantar sus principales temas de crítica social, so pena de no poder volver a hacerlo.

Hace pocos días, varios de los asiduos asistentes a la peña de hip hop de La Madriguera, espacio regenteado por la oficial AHS, afirmaron que han dejado de ir porque la música y el estilo se corresponden con esa tendencia artística, pero las letras no y los artistas están haciendo muchas concesiones. Cabría preguntarse entonces, si el hecho que provoca tales consecuencias no es sólo una de las formas visibles de la ausencia de libertades de expresión. La intención es que la opinión pública vea esos espacios “independientes”, pero la realidad es que se manipulan y adaptan a los intereses oficiales en detrimento de la pluralidad y el enriquecimiento social.

Frente a tales realidades, los artistas underground cubanos no dejan de buscar y encontrar alternativas que permiten la apertura de una cantidad cada vez más creciente de espacios donde interactuar con el público, que aunque tengan el handicap de ser pequeños, permiten intercambiar con mayor cantidad de personas por su número, con lo que se evaden las censuras y el control institucional.

Sin embargo, la sobrevivencia del movimiento underground cubano no está supeditada a los lugares donde exponer sus creaciones, sino a que se mantienen las condiciones y las premisas que le dieron vida, y a que cada vez son mayores las necesidades de expresión de esos segmentos de la población mayoritariamente joven que denuncia los males y las inconformidades de una sociedad que pide a gritos cambios, asumiendo el compromiso de expresar sus ideas sin cortapisas.

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