Calladito te ves más bonito



En ocasiones no es nada fácil para un periodista auscultar en el recóndito y bien guardado expediente de criterios y experiencias personales que un músico cubano actual –igual joven que viejo– arrastre como apéndice de su carrera artística. Existen, en cambio, los que se explayan y sin tapujos vierten su manera de pensar desde la A hasta la Z sin medir ni tener en cuenta las supuestas consecuencias que esto le pueda acarrear.

Se hace realmente engorroso cuando solicitamos a un joven artista que nos exponga sus razonamientos acerca de su interrelación con el complejo entramado socioeconómico nacional y por toda respuesta recibimos una esquiva, un hueco cantinfleo, o en el mejor de los casos, un rictus que parece decir: “tengo mucho que contarle, pero no me quiero meter en eso”. Y decimos engorroso porque a partir de este punto, la entrevista asume otras reglas de juego. ¿Deberíamos entonces, optar por un ajustado esquema y respetar lo acondicionado por el entrevistado dejándolo todo en una relación mecanicista de cómo empezó hacer lo que hace, cómo lo hace ahora, dónde lo hace y que quiere hacer en el futuro, o por el contrario, desafiar su renuencia y convencerlo de que él es parte de un conglomerado social cuyo engranaje lo abarca todo y a todos?

Dicho así parece sencillo. Pero si recordamos que nada es gratuito en la vida y que cada consecuencia tiene su causa, podríamos, sin justificarlo abiertamente, tener una perspectiva más justa frente a quien calla, esconde o declina una respuesta sobre un tema que le resulta espinoso y del cual una memoria heredada le advierte que cualquier opinión sincera en torno a un “asunto tabú” lo podría meter en “líos”.

Nos cuesta trabajo aceptarlo y más decirlo, pero la verdad es una: durante décadas el cubano como ente social se ha visto obligado a tener como escudo un sofisticado mecanismo de autodefensa para no ser marginado política y socialmente, un mecanismo que lo ha enseñado a ocultar buena parte de su más verídica línea de pensamiento. Más duro aún, se ha sometido a una confortable doble moral que por alucinante espejismo generalizado no se veía, o aún no se ve, como fenómeno reprochable, sino con la misma carga eufemística que hoy día tiene el “jineterismo”. En una sociedad cerrada donde la confiablidad política se convirtió en patente de corso para ascender y obtener privilegios individuales, violar el criterio oficialista era sacrilegio imperdonable. Eran (y aún enfrentamos sus rezagos) los tiempos que el adagio “calladito te ves más bonito” tenía (tiene) un ciento por ciento de efectividad.

Ese síndrome, casi consustancial a nuestro modus vivendi hizo metátesis entre generaciones de individuos y en todos los aspectos y esferas de nuestra sociedad. El mundo artístico no fue la excepción. No hubo excepciones de ningún tipo: conmigo o contra mí era la consigna que por disimulada no dejaba de censurar cualquier resquicio de libre pensamiento. El estado era padre sobreprotector y vigilante constante de que sus hijos no se descarrilaran. No por eso podemos dejar en el tintero el hecho de que hubo quienes aceptaron tal situación de una forma consciente y honesta, otros escudados en el oportunismo de la más afilada doble moral, y otros más acorralados por circunstancias de la sobrevivencia. Quien se atreviera a diferir hasta en lo más básico e intrascendente de la postura oficial, era catalogado de hereje y por tanto se le desheredaba.

Tal maremágnum de distorsión social prácticamente se integró al ADN del cubano, quien aprendió a vivir de él y con él durante décadas. Un ADN que se transfiere de padre a hijo. Por ello no es de extrañarnos que un joven músico de apenas veinte años sienta en sus entrañas los fríos espasmos y temores que conlleva a tratar públicamente un tema que lo comprometa social o políticamente. No todos están inmunizados. No todos han cruzado la línea que limitaron a sus padres y abuelos. No todos están convencidos que pueden ser dueños de sus propias riendas y aunque también nos duela aceptarlo, no todos creen en el provecho que representa para la sociedad la diversidad de criterios. Pero lo innegablemente cierto es que pese a la venda que les acreditemos son músicos que como todos, amasan sus sueños y que muchos de ellos están esencialmente apegados como artistas a la música underground, aunque como personas prefieran mantenerse al margen de cualquier manifestación ideológica. Afortunadamente los tiempos han evolucionado, poco a poco el feudo oficialista de las ideas cada día tiene más fisuras y hasta grandes rajaduras, y cada día también se escuchan más y más voces que reclaman un reajuste del orden establecido, pero al amparo de ese libre albedrío de ideas que tanto proclamamos, qué hacer entonces, con aquellos músicos que no se incorporan a ese coro y callan como consecuencia de un prolongado periodo de silencios y miedos.

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