Soltar amarras. Una mirada al panorama rocanrolero del centro de Cuba a través de Los Piratas



Cuando se intente antologar la historia del rock and roll producido en el país habrá que desarmar ese andamiaje llamado memoria colectiva, pues legitimar las voces que maduran al margen del discurso instaurado como oficial, de las líneas que la crítica etiqueta como identitarios, no resulta prioridad para quienes dictan el consumo musical en la isla.

La escena cubana alternativa ha estado huérfana en gran medida del amparo estatal. Pese a los múltiples intentos por catapultar el material rocanrolero de la isla (dígase festivales como Brutal Fest, Caimán Rock, Patria Grande o Ciudad Metal) este panorama sonoro ajeno al mainstream de las grandes industrias de la música aún permanece inédito.

Con una propuesta alejada de grandilocuencias y de mensajes aleccionadores se ha mantenido la banda santaclareña Los Piratas, nacida sin más pretensión que la de ahuyentar el hastío y drenar esas ganas de hacer rock and roll. La nave que comanda Yoel Negrín (voz líder y armónica) zarpó en 2010 con un repertorio irreverente, permeado de cierto barniz que aunque pueril o desmañado, también fue honesto, enérgico y fresco, condiciones y valores líricos que todavía ostentan.

Pocas alineaciones del país acumulan en una ciudad con los rasgos culturales de Santa Clara, el average de estos jóvenes que sin una instrucción académica saturan las plazas del lugar donde se presenten.

Con paso apresurado surgió En cámara lenta, el primer fonograma autoproducido de la banda que a fines de 2012 se convirtió en un referente sólido del contexto underground en el centro de Cuba. Añadiduras de reggae, country, blues o mod rock aderezaron la base rocanrolera de diez temas que en su medio camino entre la nostalgia y la ironía representó la madurez artística de estos compositores.

Carta de triunfo “Santa Clara”, canción inspirada en la ciudad en que viven, esta vez vista desde el ocaso personal, íntimo de los autores. La realidad es planteada desde el inmovilismo, la intrascendencia. Himno de lo estático. Con un repaso panorámico del entorno material estos compositores nos hablan del sinsentido, la decadencia, el envejecer sin haber vivido, de una ciudad con los pies hundidos en la memoria, pero que nos condena a volver, inexplicablemente.

Proyectos individuales más aterrizados, tangibles o solventes (da igual la excusa) alejan a estos creadores de los escenarios. La carencia de un proyecto integrador que permita divulgar estos productos, de estrategias a favor de la inserción del rock and roll en el consumo musical actual, pero ante todo la ausencia de un consenso entre las entidades que rigen los derroteros culturales del país y los creadores, resultan algunas de las causas que laceran la pervivencia de una agrupación, si no espléndida, al menos renovadora, auténtica, leal a una audiencia que ha permanecido negada al abandono.

La militancia comprometida a filosofías oficiales no debe convertirse en un parámetro indispensable para la creación, como tampoco lo debe ser la reproducción de patrones autóctonos por el mero hecho de rescatar a ultranza los rasgos identitarios de la nación, pues resulta una política obsoleta que coarta la propia expresión del artista.

Es preciso también, repensar lo que en materia sonora se produce y difunde bajo el amparo estatal, si en realidad reúne valores asociados a la calidad y originalidad de conceptos y formas, y por qué no, deviene válido igualmente valorar las propuestas undergound rocanroleras del centro de la isla donde el potencial supera el de muchos otros sitios del país… para que navíos piratas no queden anclados en la desmemoria.

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