Más y mejor que nunca



Bacuranao es una pequeña urbanización en el litoral del este habanero que se caracteriza por sus alegres, bulliciosos y poblados veranos, y sus apacibles y lentos inviernos. Pero independiente a la estación del año y poco antes del amanecer, Raúl Ibáñez, joven vecino de ese reparto, se dispone a emprender un diario viaje hasta la escuela de alto rendimiento deportivo “Manuel Fajardo”, donde estudia en la especialidad de gimnasia.

Va y regresa tarareando alguna de sus canciones preferidas. Aparentemente alguien podría asegurar que ello se debe a que Raúl es un individuo feliz, pero aunque ciertamente lo es, existe otra razón: su gran pasión por la música. “Yo sé que es una frase manida, pero créame cuando le digo que la gimnasia y la música son mis dos grandes amores”.

¿Uno más fuerte que el otro?, le preguntamos. “Digamos que se complementan. La gimnasia me da la fuerza física, la habilidad y flexibilidad que el cuerpo me pide, mientras que la música me llena emotiva y espiritualmente, relaja mis tensiones”.

¿Cuántas tensiones pueden existir en un joven atleta de apenas veinte años? “Ante todo, además de atleta me siento músico de naturaleza. Le repito que son mis grandes amores, pero los amores a veces son conflictivos y de ahí que surjan tensiones. Estudio una disciplina deportiva que me exige el máximo adiestramiento. No es nada fácil salir de mi casa a las cinco y media de la mañana, viajar de un extremo a otro de la ciudad y regresar cerca de las seis de la tarde. Es un sacrificio del cual espero recompensa, por qué no pensar en ser campeón olímpico o mundial, y no quedarme de simple entrenador de una escuela secundaria o de un equipo municipal. En la gimnasia soy extremadamente ambicioso, peleo por lo grande. La música es todo lo contrario, es la novia noble, la que no me exige nada y a la cual no le exijo nada. Estoy consciente de mis limitaciones. Canto por el placer de hacerlo, de alegrar el espíritu. No me he comprometido en ser el mejor cantante. Disfruto en actuar para mis familiares y amigos, en fiestas informales, en el coro de la iglesia, y en ocasiones en la casa de la cultura y nada más”.

¿Alguna formación musical? “A decir verdad, recibo clases de canto en la casa de la cultura con una profesora que me ha demostrado tener una paciencia desmedida conmigo y con mi voz, pero el simple hecho de mantenerme dentro del grupo es una señal de que puedo mejorar, que al menos no soy un caso perdido”.

Honestamente, ¿no sueñas con llegar a ser alguien dentro del canto? “Creo haber sido bastante preciso y honesto (remarca este último calificativo) sobre mis aspiraciones personales. Pero si me lo permite, le puedo ampliar más lo que pienso sobre esta cuestión. Soy parte de una generación que hoy se acuesta soñando con ser físico nuclear y mañana amanece aspirando tener una tarima en la placita de la esquina. Soy testigo de cómo conocidos míos de la escuela han dejado sus estudios un semestre antes de graduarse y casi siempre con la misma justificación: ¿de qué vale tanto sacrificio? Hasta a mí en un momento determinado me ha pasado esa idea por la cabeza. Dele usted el nombre que desee, frustración, falta de estímulos, querer vivir en el presente un futuro que nunca llega. No sé si por mis convicciones religiosas o por la formación que me han dado mis padres, yo sí creo en un futuro mejor, sé que después de la lluvia siempre sale el sol, y para disfrutar de ese futuro, de ese sol, hay que prepararse en el presente. Al margen de que respeto las ideas ajenas, considero que es preferible acariciar el futuro mañana que arañar la tierra hoy. Mis canciones preferidas son las que le cantan a la vida, al amor, a la esperanza. ¿Le he sido claro?”

Más que claro, pienso. Le lanzo la última pregunta: ¿Si llegas a ser campeón olímpico o mundial, seguirás cantando? “Más y mejor que nunca”.

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