El hombre no tiene miedo, porque el miedo no perdona
20 de abril de 2015
En las últimas ediciones de PMU se han abordado interesantes temas conceptuales acerca de lo que personalmente llamo "el fenómeno underground” dentro de la escena musical cubana. Con más o menos alcance, los autores de tales artículos preconizan criterios que han tenido como espina dorsal las condiciones sociales, políticas y económicas en las cuales actualmente se debate nuestro país. Ha sido un enriquecedor flujo de ideas cuyo real valor está dado en la diversidad de matices.
A partir de un cúmulo de experiencias personales apuntaladas por enfoques intelectuales, cada autor ha servido de afluente al río teórico del underground, el cual apenas hace dos años atrás no aparecía del todo en la geografía musical cubana. Alabanza aparte, mucho tuvo que ver la aparición de este sitio que, como el gitano Melquiades, desempolvó el nombre y su categoría conceptual en el Macondo que muchos llevábamos y llevamos dentro.
Claro está que con anterioridad a este redescubrimiento, el underground en su esencia fue guarida o refugio igualmente de infinidad de generaciones musicales, de talentos desaprovechados, de esperanzas truncadas, de propósitos desperdiciados. Ahora tiene nombre y apellido, y como figura virtual se hace tangible a cualquier análisis teórico, antes sólo era la sentencia inequívoca de la mala suerte: ¡No tuvo suerte para llegar!, ¡No tuvo suerte para que lo reconocieran!, ¡No tuvo suerte para que alguien lo ayudara!
Cuántos soneros, guaracheros, trovadores, rumberos, boleristas, compositores con talento nato recalaron en el anonimato y en la resignación del olvido. ¿Alguien recuerda el nombre del autor de aquella inolvidable copla: "Aé, aé la chambelona, Machado no tiene madre, porque su madre fue una mona”? Podría calificarse hasta de grotesca la imagen, e incluso compararse con una rima de cualquiera de nuestros actuales raperos. Pero por años fue cantada por el pueblo y sólo variaba el nombre del gobernante de turno. Asimismo, la rumba fue depositaria de crónicas cantadas que aludían la situación social del país. La guaracha satirizaba con su culto al bonche las peculiaridades del cubano.
Reitero que han sido muy útiles y esclarecedores lo expuesto en torno al underground y sus vínculos con la Cuba que hoy vivimos, pero hay un aspecto que de cierto modo se maneja como una constante por algunos de nuestros colegas. Se trata del hecho de hacer confluir tácitamente el underground con el rap y el reggaetón. Puede que esté equivocado, pero a mi parecer, tal vez se deba a una interrelación generacional entre el mundo sonoro de esas vertientes nada demeritadas y el influjo que ejerce sobre sus cronistas. En menor escala, el rock tiene también un papel protagónico en este sentido, pero sus reseñadores no lo hacen con tanto ahínco como parte unívoca del underground.
Nada contra el rap ni el reggaetón, ni menos aún contra el rock. Todo lo dicho anteriormente está referido a una parte de los artículos de fondo que últimamente PMU ha publicado, no a todos, más si estamos conscientes que esta página respeta y mantiene una línea editorial que recoge sin reservas las más diversas opiniones y puntos de vista que den una perspectiva más amplia sobre el desarrollo del underground en Cuba. Ejemplos de ellos son las múltiples entrevistas con jóvenes y no tan jóvenes que mantienen sus preferencias musicales en el bolero, la balada, el pop, la trova y la canción tradicional cubana.
Lo ideal sería contar con autores que colaboren con artículos críticos y analíticos en los cuales se expongan a todas luces y desde el prisma del underground, el estado de salud de la música de raíces cubanas y, sobre todo, la de aquéllos que la respetan y aman muy a pesar de los parapetos que encuentran en su camino. Es un espacio en el que no, por agreste y espinoso, sobran elementos para adentrarnos con todo rigor en nuestra problemática social, en nuestros fines políticos, en nuestras carencias económicas, en nuestras vidas de todos los días, en nuestros arañazos al futuro.
Cantemos pues: "Aé, aé la chambelona, el hombre no tiene miedo porque el miedo no perdona”.
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20 de abril de 2015
En las últimas ediciones de PMU se han abordado interesantes temas conceptuales acerca de lo que personalmente llamo "el fenómeno underground” dentro de la escena musical cubana. Con más o menos alcance, los autores de tales artículos preconizan criterios que han tenido como espina dorsal las condiciones sociales, políticas y económicas en las cuales actualmente se debate nuestro país. Ha sido un enriquecedor flujo de ideas cuyo real valor está dado en la diversidad de matices.
A partir de un cúmulo de experiencias personales apuntaladas por enfoques intelectuales, cada autor ha servido de afluente al río teórico del underground, el cual apenas hace dos años atrás no aparecía del todo en la geografía musical cubana. Alabanza aparte, mucho tuvo que ver la aparición de este sitio que, como el gitano Melquiades, desempolvó el nombre y su categoría conceptual en el Macondo que muchos llevábamos y llevamos dentro.
Claro está que con anterioridad a este redescubrimiento, el underground en su esencia fue guarida o refugio igualmente de infinidad de generaciones musicales, de talentos desaprovechados, de esperanzas truncadas, de propósitos desperdiciados. Ahora tiene nombre y apellido, y como figura virtual se hace tangible a cualquier análisis teórico, antes sólo era la sentencia inequívoca de la mala suerte: ¡No tuvo suerte para llegar!, ¡No tuvo suerte para que lo reconocieran!, ¡No tuvo suerte para que alguien lo ayudara!
Cuántos soneros, guaracheros, trovadores, rumberos, boleristas, compositores con talento nato recalaron en el anonimato y en la resignación del olvido. ¿Alguien recuerda el nombre del autor de aquella inolvidable copla: "Aé, aé la chambelona, Machado no tiene madre, porque su madre fue una mona”? Podría calificarse hasta de grotesca la imagen, e incluso compararse con una rima de cualquiera de nuestros actuales raperos. Pero por años fue cantada por el pueblo y sólo variaba el nombre del gobernante de turno. Asimismo, la rumba fue depositaria de crónicas cantadas que aludían la situación social del país. La guaracha satirizaba con su culto al bonche las peculiaridades del cubano.
Reitero que han sido muy útiles y esclarecedores lo expuesto en torno al underground y sus vínculos con la Cuba que hoy vivimos, pero hay un aspecto que de cierto modo se maneja como una constante por algunos de nuestros colegas. Se trata del hecho de hacer confluir tácitamente el underground con el rap y el reggaetón. Puede que esté equivocado, pero a mi parecer, tal vez se deba a una interrelación generacional entre el mundo sonoro de esas vertientes nada demeritadas y el influjo que ejerce sobre sus cronistas. En menor escala, el rock tiene también un papel protagónico en este sentido, pero sus reseñadores no lo hacen con tanto ahínco como parte unívoca del underground.
Nada contra el rap ni el reggaetón, ni menos aún contra el rock. Todo lo dicho anteriormente está referido a una parte de los artículos de fondo que últimamente PMU ha publicado, no a todos, más si estamos conscientes que esta página respeta y mantiene una línea editorial que recoge sin reservas las más diversas opiniones y puntos de vista que den una perspectiva más amplia sobre el desarrollo del underground en Cuba. Ejemplos de ellos son las múltiples entrevistas con jóvenes y no tan jóvenes que mantienen sus preferencias musicales en el bolero, la balada, el pop, la trova y la canción tradicional cubana.
Lo ideal sería contar con autores que colaboren con artículos críticos y analíticos en los cuales se expongan a todas luces y desde el prisma del underground, el estado de salud de la música de raíces cubanas y, sobre todo, la de aquéllos que la respetan y aman muy a pesar de los parapetos que encuentran en su camino. Es un espacio en el que no, por agreste y espinoso, sobran elementos para adentrarnos con todo rigor en nuestra problemática social, en nuestros fines políticos, en nuestras carencias económicas, en nuestras vidas de todos los días, en nuestros arañazos al futuro.
Cantemos pues: "Aé, aé la chambelona, el hombre no tiene miedo porque el miedo no perdona”.
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