¿Cómo romper la impotencia? ¡Vamos a hacer una ponina!



No es un invento reciente, es tan antiguo como la prima unión del esfuerzo para lograr un fin mayor, la síntesis, el diálogo entre intereses individuales y colectivos, donde no hay necesariamente una supeditación sino un encuentro, una complementariedad. Ponina, vaquita, micro-mecenazgo, crowdfounding son algunas de las denominaciones que podemos asociarle, extraídas desde el vocabulario más vernáculo cubano hasta el anglicismo más difundido y generalmente aceptado. En este caso tenemos la tan apreciada confluencia entre ética y estética. ¿Qué caso? El de Antes que lo prohíban (2014), primer disco cubano financiado con micro-mecenazgo desde Cuba, a favor de Jorgito Kamankola. Todas las obras son de la autoría de Jorge Liam García Díaz (Jorgito Kamankola) y fue crowdfoundeado por Verkami. Se cumplió la profecía: “Vamos a hacer una ponina. Quilo a quilo la comuna, cubanos, se nos muere La Habana…”, del tema “La ponina”.

Estamos hablando de un hecho que por su sentido de laboratorio en contraposición a una vocación epigonal hacia lo establecido, contribuye a relativizar las tensiones entre artista y mercado, desde una tarea francamente consciente de oportunidades, amenazas, fortalezas y debilidades; y una gestión creativa de las mismas. Y que esperamos dé espacios a todos aquellos que consideran sus manos atadas y no pueden salir de la lógica de los intereses sistémicos que han separado el arte de la política, de la economía, de la vida cotidiana en particular y de la vida en general.

En este sentido, como experiencia audaz y novedosa para un cubano, debería ser provechosa para quienes no tienen nada que perder y mucho que ganar, como lo es el artista underground, independiente, contracultura (aunque prefiero pro cultura para exaltar que no niega, sino multiplica la diversidad), si se quiere, considerado como una triste invención de la rebeldía e inadaptación y, por consiguiente, por el acecho de la extinción y el agotamiento.

La acción de Jorge Kamankola y su equipo se desmonta en una doble subalternidad: marginalidad y pobreza, en tanto artista underground que vive en un país pobre con dificultades para autorizar la concepción de un ciudadano universal. Pero además, es reivindicación del trabajo en equipo, donde confluyen no sólo valores instrumentales (técnica de músicos, comunicadores, informáticos, empresarios), sino también humanos (amistad, respeto, empatía, solidaridad), y de contingencia social (generacionales, utópicos, comunitarios), y las pulsiones entre lo local y los nuevos flujos globales.

Una muestra que esperamos dé lugar a los desplazamientos del arte hacia la sociedad, la política, la historia e intensifique a la larga las fisuras en los discursos de la dominación del mercado, del gobierno, entre otros. Esta experiencia, primera de su tipo y por suerte ya replicada, aparece en circunstancias que nos exigen reinventarnos más allá de nuestros propios contornos geográficos y mentales, que contribuyan a dar una mayor visibilidad, y a interactuar y dialogar con personas de otros contextos.

Lo que he presentado aquí es un ejemplo de acción ¿precursora?, de cómo subalternamente se sustituyen los esquemas perceptivos tradicionales ominosos, de aislamiento, de fragmentación, de insularidad, de necesidad de desplazamiento, de impotencia social y cultural, por enfoques más problematizadores que discursen sobre cuestiones de máxima contemporaneidad desde una dinámica espiritual abierta.

Insisto, existimos y de este presupuesto partimos para la acción, para ser recordados hay que cambiar, el orden entregado, para mejor. Es la utopía lo que ayuda a caminar. “¿Quién sabe la fuerza que tendrán, mañana mismo, estas palabras indecisas?”.

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