Conversando con el Jíbaro Guao



PMU: ¿Quién es Lázaro de la Caridad Aguirre?

Lázaro: Para empezar por ese nombre no me conoce nadie en el barrio ni en la onda rapera. Para todos soy El Jíbaro Guao, así me llaman mis socitos y mis colegas, aunque en la casa solo soy El Guao.

Bueno, respondiéndole su pregunta le diré que soy un cubaniche de veinticinco años que nació y se crió en la calle conociendo más gente mala que buena, viendo cosas más feas que bonitas. A lo mejor usted está corta de tiempo y querrá que le aligere la trova y vaya directo al grano y le cuente sobre el Jibaro Guao rapero, pero eso viene después, no se me desespere, antes tengo que hacerle un poco de historia de mi vida, porque todo está pegado, sabe, todo tiene su cola.

Cuando le digo que nací y me críe en la calle no es un globo inflado, esto se lo puede asegurar Caridad Aguirre, mi pura, esa morena santa que tanto se reventó trabajando para que yo en pleno Periodo Especial pudiera comer algo. Por el día lavaba y planchaba para la calle, y cada dos noches tenía una pincha de custodio. Y para no dejarme solo, me llevaba a esas guardias y al pie de ella me ponía a dormir en un cochecito del tiempo de Colón. De mi padre, ni me pregunte. Yo no tenía ni seis meses de nacido cuando una noche salió a buscar cigarros. Ya se lo imagina, ¿verdad?, todavía lo estamos esperando. No lo conozco ni en foto y ni siquiera llevo su apellido, solo su nombre. Lo poco que me ha contado la vieja de él es que se pasaba el día bebiendo o inventando para beber, se metía en los bares de mala muerte con una guitarra casi sin cuerdas y cantaba de todo con tal que le pagaran los tragos. Cuando ella se encabronaba conmigo me lo sacaba en cara: “Eres igualito al HP de tu padre, ¡con tanta cantaleta no se resuelven los problemas del estómago!”. Por mucho que trató, el tanto trabajar no le permitió tener un control absoluto sobre mí.

Ya estando en Primaria, las tardes y buena parte de las noches, las pasaba en las calles. Eran los tiempos de los grandes apagones y la diversión preferida de mi grupo de amigos era aprovechar la oscuridad y tirar piedras a diestras y siniestras. Una de esas noches me pescó la policía, me llevaron para la sub-estación y mandaron a buscar a la pura. Nos echaron tremenda verborrea a mí y a ella. Durante las diez cuadras de camino a la casa estuve recibiendo gaznatones de todo tipo.

Ya con dieciséis años, comencé a apasionarme por el rap, no solamente en eso de la música, sino por lo que me permitía sentirme libre como el jíbaro. Las broncas con la vieja eran de todos los días. Dejé el Tecnológico. Todo el tiempo era la calle y negociar con lo que se presentara. Con dos o tres yuntas del barrio me metí de cabeza en el rap. Fue algo obsesivo. Improvisábamos letras que tenían que ver con todo lo que nos rodeaba, desde nuestras familias hasta el presidente del Comité y el Jefe del Sector. Y por meternos con éste último nos hicieron respectivas cartas de advertencia. Caridad Aguirre no pudo soportar esa situación y se le presentó un derrame cerebral que le inmovilizó el brazo izquierdo. Por tal razón tuve que echarme encima el sustento de la casa y el cuidado de la pura.

Trabajé de ayudante de albañil por mucho tiempo, hasta que un colega del tecnológico que había instalado un tallercito de reparar móviles me tiró un cabo para que aprendiera el oficio. En todo ese tiempo nunca me alejé del rap, aunque con los años lo fui perfilando tanto en letra como en música. Me hice de un estilo propio hasta que logré un producto más acabado, más pensado. Entendí que la rebeldía que transmitiera en mis números no podía ir dirigida contra el barrio y sus gentes, ni aún contra sus autoridades, sino contra las causas superiores que provocaban que viviéramos y vivimos en esas pésimas condiciones sociales.

A esta altura de mi vida, lo que digo en mis composiciones tratan de hacer pensar por qué un niño como yo estuvo a un punto muy cercano de la delincuencia y por tanto de la cárcel. Rapeo sin temor alguno, porque sencillamente estoy diciendo mis verdades, y si no quieren oírlas que se tapen los oídos. No es delito alguno utilizar el arte para combatir los errores de tanta marginación social, de tantas diferencias económicas y educacionales entre sectores y clases de nuestra sociedad. La música y las palabras del rap no son armas de fuego, ni armas blancas, ni explosivos, ni causan miseria, ni matan los sueños. No exhortamos a la violencia, y la gran mayoría de los raperos están en contra de ella, pero si estamos a favor de tener el derecho a expresarnos.

Sigo en el barrio, en la misma casa de siempre y ya tengo mi taller propio de reparación, y lo que más me llena es que Caridad Aguirre ya se siente orgullosa de mí. Ese es Lázaro de la Caridad Aguirre, El Jíbaro Guao. ¿Algo más?

PMU: Es suficiente, gracias.

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