De rap, prejuicios raciales y otros demonios



Recientemente varios artículos publicados en PMU han traído a flote el tema de la interrelación racial en Cuba como parte de la ofensiva que sectores oficialistas y academicistas emprenden contra la cultura hip hop, y específicamente, contra el rap.

Esencialmente los autores de tales trabajos concuerdan que, entre otros aspectos, ese rechazo al rap está estrechamente vinculado a un subyacente y a veces desbordado “racismo a la cubana”. Como si se pasara por alto que aquí, quien no tiene de congo tiene de carabalí. Ahora bien, me pregunto, ¿cuánto de racismo puro existe en el combate contra un género musical como el rap, que según sus detractores es acuciante fantasma que recorre la ciudad contaminándolo todo?

Debemos recordar que desde su mismo desembarco en estas costas, el rap, urbano por excelencia, se anidó en barriadas marginales profusamente habitadas por mestizos y negros, y donde el abandono social, económico y educacional se palpa en cada esquina.

Promiscuidad de cuerpos y almas que deben mantenerse en edificios inhabitables, familias fallidas, escala de valores desparramados o inexistentes. Niños que llegan a la adultez conviviendo con el delito, lejos de la más elemental educación formal que muchos padres y maestros no pueden transmitir por improvisados e ineptos. Estos y otros fenómenos más sirvieron de cobija al rap a su llegada a nuestro país.

Tal crudeza social acumulada durante decenas de años bajo un extraño signo de silencio tocó fondo durante el llamado Periodo Especial. Y fue entonces que el rap sirvió de instrumento para romper el silencio cómplice. Para darle voz a las penurias, para dibujar sin afeites los desgajes de una sociedad que la propaganda oficial se empeñaba en ocultar. El castillo del afán igualitario se vino abajo estruendosamente.

Una buena porción de esa juventud marginal compuesta en su mayoría por negros y mestizos patentizó a través del rap, su derecho de ser parte con voz y voto del entretejido socio-político del país, de su país. Y eso precisamente a juicio de las autoridades y académicos fue el octavo pecado capital. Cómo podía ser posible que jóvenes extravagantemente mal vestidos y valiéndose de un género foráneo se permitían cuestionar el orden establecido y podían encarar una política social más cercana a lo divino que a lo real. Se activaron todo tipo de alarmas, se pusieron en funcionamiento medidas cautelares, desde la más sutil hasta la más drástica, y subliminalmente se dejó correr un fondo racial.

Viremos la página un instante y supongamos que desde el primer momento las letras de nuestros raperos hubiesen sido alabanzas al Estado y sus instituciones, crónicas de una sociedad casi perfecta, armoniosos cantos a la utópica igualdad que se quería imponer, entonces, vuelvo a preguntarme, ¿qué hubiese sucedido? De seguro que el rap hubiera tenido cabida en los salones de instituciones de gran “prestigio” cultural, en emisoras de radio y televisión, en actividades culturales de centros como la Universidad de La Habana. Luz roja constante, independientemente a lo grotesco y primitivo de sus letras, a lo lujurioso de sus expresiones corporales, a lo estrafalario de la vestimenta y de que la piel de los raperos sea más oscura que una noche en pena. Todo se puede perdonar, siempre que la voz que reclama no sea más alta que la voz que manda a callar. Es por ello que soy de la firme opinión que el enfrentamiento al rap se sustenta en razones políticas, por encima de las culturales, las raciales y las marginales. En las esferas del oficialismo, el rap puro es un enemigo potencial, que armado de verdades, puede hacer resentir los pilares de una sociedad ahogada en tanta inercia de pensamiento.

Estoy de acuerdo con mis colegas que en muchas esferas de la vida cubana perviven hirientes acciones y manifestaciones raciales pese a ser condenadas por leyes oficiales y artículos constitucionales, pero este es un tema que por su complejidad requiere de más espacio del que disponemos ya en este artículo.

Por ahora solo rogamos para que la inteligencia humana nos libre del racismo en todas sus manifestaciones y que no tengamos que esforzarnos en exceso para encontrar al verdadero y único culpable de tantas tizas tiradas.

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