Los sueños de Leo



Cuando la realidad es triste carga que pesa sobre nuestras cabezas y la sociedad te obliga a retarla siempre con nuevos sacrificios, no resulta fácil conjugar realización profesional y bienestar personal. Aún sigue siendo un problema palpable la existencia de La Habana como único centro de la vida cultural y escenario idóneo para el desarrollo pleno de todo artista emergente.

La historia de Leosnady es la de tantos y muy talentosos jóvenes músicos que se han visto obligados a emigrar de sus provincias en busca de mejores oportunidades. Así lo asegura él y se autoproclama avileño de pura cepa, quien a los 21 no teme a la circunstancia de ser un guajiro en la capital pues, como asegura: “hago relaciones rápido y creo q esto me puede ayudar en el mundo de la música”.

Sus tesoros admirables son su voz y su familia, sus padres y su inseparable novia, con quien comparte cada sueño y de la que obtiene todo su apoyo. “Mis padres son los primeros que me aplauden cada vez que me ven. Ahora los tengo lejos y eso me choca bastante, pero pienso que desde aquí los puedo ayudar mejor y quién saben si los pueda traer para acá definitivo”.

Circunstancias como estas me hacen pensar en cómo la realidad social atraviesa de múltiples formas la vida y la creación de los jóvenes músicos cubanos. De manera que, no hay duda, nuestra producción underground no solo está marcada por la emergencia de temas sociales de ondas implicaciones éticas, sino que un gran sentido ético nutre cotidianamente la vida misma de sus artífices.

“En Ciego éramos una agrupación de tres integrantes, cantamos reggaetón y hacemos una fusión con baladas. Por desgracia no he podido arrastrarlos para La Habana. Estoy solo, pero eso no es un impedimento para mí”. Son muchas las dificultades que experimenta este grupo de amigos para poder presentarse como colectivo en esta ciudad: las trabas legales, el talento y las condiciones económicas, forman parte de una gran paradoja social que se refleja en los creadores del underground insular. Sin embargo, Leo asume el reto diario de todo joven cubano de a pie, dedicarse a trabajar “en lo que venga”, es una práctica que se impone cuando aún no se vive de lo que a uno le gusta.

A pesar de no haber podido realizar aun su primer disco, Leo sabe ya lo que significa el calor del público. Un público divertido y espontáneo que allá en su barrio humilde, donde las opciones culturales escasean, se reunía cada domingo para oírles cantar. Con ellos creció y se forjó su sensibilidad artística. Tal vez por ello los motivos y personajes más recurrentes de su arte hablan del valor de la sencillez y la generosidad del ser humano en los difíciles tiempos que corren.

Dentro de la diversidad de tendencias y maneras de hacer la música en Cuba hoy, Leo prefiere las líricas menos agresivas y valora aquella música que se hace por el mero disfrute de su creación y para complacer a un público mayormente bailador. Considero que este camino en la composición musical ha sido hasta cierto punto vilipendiado y no siempre bien reconocido por algunas instituciones. El temor a la obscenidad y a las letras provoca muchas veces la censura que le cierra la puerta a otros frescos y valiosos proyectos que sí saben lo que el gran público anda buscando. “Yo pienso que no deberían hacer tantas canciones para pensar, al final las personas lo que buscan es bailar y divertirse”. Valga la sencilla observación del joven Leo para que reflexionemos también críticamente sobre los derroteros de la industria discográfica y la promoción musical en la isla.

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