El restablecimiento de relaciones y el rap



Los seguidores del rap en Cuba, con un apasionado, y a veces contundente optimismo, reafirman que cada día el género se arraiga más en el gusto preferencial de un importante segmento de la juventud isleña. Otros, los menos, con una visión más cauta y oportunista comienzan a percibir una atmósfera de decadencia no tanto en el continente de su estructura musical como en el contenido de su lírica.

Estos últimos, con un pretendido enfoque academicista, basan sus criterios en los supuestos reajustes sociales, económicos y políticos que en nuestra sociedad podrán producirse a partir de la línea de acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos que se vio coronada con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países el pasado 20 de julio.

Estos entrecomillados académicos imbuidos por cantos de sirenas, son de la opinión que los cambios que vislumbran harán mellas en el actual discurso contestatario de nuestros raperos, sobre todo entre los más jóvenes para los cuales, según ellos, se abrirá un abanico de posibilidades en dependencia de la cuantía de talento individual de cada quien.

Como inequívocos profetas recorren el desierto predicando la palabra nueva del santo dólar: “El estado cubano y sus instituciones no harán concesiones en la política cultural, por lo tanto quien se oponga a ella seguirán siendo llevados al ostracismo y apagados de un modo que no puedan contactar con la arribazón de ‘yumas’, empresarios discográficos, productores musicales, cazatalentos que seguramente desembarcarán en estas antiguas costas enemigas. Y si por casualidad burlan el cerco estatal, sobran recursos legales para impedir contratos por directo o simplemente se abroga el derecho estatal de permitir quien sale o quien entra al país”.

Y la receta de estos iluminados no se hace esperar: que se apague el tono denunciador que en su esencia misma ha caracterizado al rap que sale de las mismas entrañas del pueblo, del barrio, de la calle, de la sensibilidad del artista que pregona sus verdades a los cuatro vientos, pues al fin y al cabo, alegan, lo mismo sucedió en los propios Estados Unidos donde a mediados de los años 80 los raperos legítimamente rabiosos tuvieron que endulzorar su lirica para convertirse en productos comerciales y tener acceso a las grandes discográficas.

Lo que no han tenido en cuenta estos hacedores de estrategias de laboratorios que en sus más de 25 años de historia del rap en Cuba, otras obesas y arrugadas sirenas han pretendido entonar engañosos cantos para estatificar y rebañar a la inmensa mayoría de nuestros raperos.

No en vano en el 2002 se creó la Agencia Cubana del Rap, “por la necesidad de que hubiera un centro promotor y comercializador que permitiera un mayor desarrollo de este género musical, dado el auge que viene teniendo en la juventud del país”, según reza en su acta constituyente, y que no es otra cosa que querer tener bajo control todo lo que se mueva en torno a este fenómeno socio-musical. Se organizaron festivales en lugares intricados de la ciudad y por cuyos escenarios desfilaron preferiblemente raperos inscritos en la Agencia; se publicó la revista Movimiento, la cual desapareció once años después coincidentemente cuando comenzaron a publicarse artículos lejanos al panfleto; se promovieron giras nacionales e internacionales a determinados grupos e individuos; se coordinaron con la EGREM algunas grabaciones de discos; en fin, se instauró la política de la zanahoria y el garrote, sin resultado alguno. Las figuras raperas más seguidas y buscadas por el público nunca se inscribieron en esta agencia. El barrio, la calle, no están representadas en esa institución.

Los apocalípticos del actual rap cubano plantean, además, sin ningún tipo de escrúpulo, que la otra arribazón que nos llegará del norte constituida por miles de turistas no viajará a la Isla para oír el rosario de aspectos negativos de nuestra sociedad, y que por ello debemos esconder en la cocina temas como la violencia, la discriminación, la represión policial, el racismo en todos sus aspectos, la corrupción, la hipocresía política y otros tantos que dañen, según ellos, la imagen del país y, por tanto, las ganancias que nos proveerá el silencio acondicionado a las circunstancias que ya están al doblar de la esquina.

Estas criaturas mal paridas por la doble moral que siempre ha buscado la ganancia, se afanan porque desde ahora se disfrace folklóricamente un género que como el rap cubano ha contribuido muy modestamente a que el 20 de julio se haya convertido en un día histórico tanto para Estados Unidos como para Cuba. El restablecimiento de relaciones es simplemente un evento que marca el inicio de un proceso a seguir, no el cambio de una política y un sistema de vida que los cubanos seguiremos enfrentando con lo bueno que se pueda salvar y con lo desechable que los raperos como cronistas de la sociedad no se han cansado de denunciar.

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