Música alternativa: una opción viable
10 de agosto de 2015
No es necesario ser un erudito, ni especialista, ni un súper intelectual para darse cuenta de que la actualidad cultural cubana vive momentos de convulsiones y cambios, que de una u otra forma alteran conocimientos, gustos, formas de interactuar y relacionarse con la sociedad, y por sobre todas las cosas transforman y parcelan a los colectivos, sobre todo juveniles, en sus maneras de entender, exponer, defender y fundar en todos los campos de la creación artística. En ese contexto, se habla y teoriza mucho en relación con las transformaciones en los imaginarios colectivos y sus vías de expansión, donde la música ha adquirido una importancia enorme en la conformación de las representaciones colectivas, las identidades, las formas sociales de producir y compartir significados, un fenómeno que adquiere particularidades específicas entre los miembros de la cultura alternativa cubana.
Con las características propias de un país que atraviesa desde hace muchos años una de sus peores crisis económicas, la cual se hace acompañar por una pérdida extraordinaria de los más elementales valores sociales y el crecimiento de la marginalidad, con todas sus manifestaciones negativas, sean culturales o no, lo alterno y diferente en términos artísticos, constituye una de las vías esenciales para que esas nuevas generaciones de actores sociales expresen su ironía, el enojo, el humor o la resistencia, y al mismo tiempo emerjan como una opción nada despreciable de comunicación interpersonal que cada día extiende más sus fronteras internas.
Sin el apoyo abierto de los medios de difusión, de las instituciones y con innumerables carencias financieras y materiales, la música alternativa cubana ha evadido con tino y mucha buena suerte, aunque algunos opinen lo contrario, ese escenario negativo, y ha sabido mantenerse como una opción viable para confirmar la necesidad y la posibilidad de encontrar espacios donde mostrar que lo contradictorio puede ser positivo, cuando nos referimos a la búsqueda de libertad, innovación y pluralidad estética.
En otros artículos publicados por PMU se ha hecho referencia al enfrentamiento entre la cultura alternativa cubana y la pretendida imposición de criterios hegemónicos que buscan presentar como legítimos a formas y productos culturales que no necesariamente responden a los valores, ideales, aspiraciones y deseos de la mayoría; discriminando o intentando silenciar la existencia de otras opciones que por derecho propio deberían tener espacios y escenarios, y de esa manera permitir una competencia libre y alejada de manipulaciones y prejuicios.
Las cualidades y méritos de los actores de esa encarnizada y diaria batalla no deben ser cuestionados para permitir su acceso al sistema de reglas establecido, y muchos menos coartar o tratar de minimizar las características que deben tener los discursos, las maneras de exponerlos y los medios para hacerlo. Excluir por no cumplir con esos requisitos preestablecidos es también marginar, aunque por todas las vías nos intenten hacer ver o creer lo contrario.
En el afán por alcanzar y ostentar el poder total, desde donde redireccionar y manejar las denuncias, las demandas y las aspiraciones de la música y de los músicos alternativos cubanos, se ha intentado de todo, desde ignorar el movimiento como si fuera invisible, hasta tratar de institucionalizarlo o “domesticarlo” de alguna manera con la creación de agencias como la ACR o pregonar que serían aceptados en el redil de la AHS.
Sin embargo, olvidaron que la música alternativa debe su esencia precisamente a que existe y se manifiesta de forma paralela al poder, tiene su propio prestigio, reglas, identidad y aprendió como ninguna otra, las novedosas opciones de supervivencia y desarrollo adaptándose a las nuevas condiciones socio-económicas que les permitieron también independizar sus propias producciones, promocionarlas y convertirlas en mayor o menor medida, en objetos de consumo para sus seguidores.
El no acceder masivamente al mercado del arte en general, a juicio de algunos, sigue siendo una de las debilidades de la alternatividad cubana, pero la experiencia práctica demuestra lo contrario y prueba que el ingenio y los deseos de consumo de propuestas diferentes burlan el andamiaje oficial de la distribución del arte, impiden que el producto final llegue al destinatario distorsionado o modificado y no pierda autenticidad, con lo que finalmente se consigue preservar, conservar y proteger no solo el presente, sino también el futuro de este tipo de propuestas.
Tampoco se puede ser absoluto, es cierto que algunos artistas underground se han sumado a la carroza oficialista y entraron a esa aparente “rueda de la fortuna” por las sugerentes puertas que engañosamente les dejaron abiertas. A unos pocos les ha ido bien, sin adjetivaciones ni grandilocuencias, a otros no tanto a pesar de lo que nos quieren hacer creer, pero en ambientes íntimos han reconocido que ahora no pueden manifestar desacuerdos, ni demandar o promover transformaciones, que antes eran inherentes a sus obras. Es como si hubieran sido absorbidos por lo establecido, término que en Cuba se asemeja mucho al refrán de: “no saques la pata, porque te la corto”. En otras palabras, al ser engullidos por el Sistema perdieron sus esencias contraculturales, sus valores antihegemónicos, se diluyeron y pasaron a formar parte del montón.
En contraposición, tales ejemplos fortalecen a la escena alternativa cubana que con su accionar demuestran que la rebeldía de sus obras es parte del conjunto de la sociedad, especialmente del segmento adolescente y juvenil, y en consecuencia, un componente más como lo son la religión, la política o la literatura.
Es por eso que el movimiento underground en la Isla se actualiza constantemente y con frecuencia aparezcan más voces que critiquen a las instituciones, a los funcionarios y a los programas oficiales del entramado burocrático de la cultura, con discursos actualizados en tiempo y espacio, en forma y contenidos, sin importar las plataformas y los géneros que utilicen para ello.
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10 de agosto de 2015
No es necesario ser un erudito, ni especialista, ni un súper intelectual para darse cuenta de que la actualidad cultural cubana vive momentos de convulsiones y cambios, que de una u otra forma alteran conocimientos, gustos, formas de interactuar y relacionarse con la sociedad, y por sobre todas las cosas transforman y parcelan a los colectivos, sobre todo juveniles, en sus maneras de entender, exponer, defender y fundar en todos los campos de la creación artística. En ese contexto, se habla y teoriza mucho en relación con las transformaciones en los imaginarios colectivos y sus vías de expansión, donde la música ha adquirido una importancia enorme en la conformación de las representaciones colectivas, las identidades, las formas sociales de producir y compartir significados, un fenómeno que adquiere particularidades específicas entre los miembros de la cultura alternativa cubana.
Con las características propias de un país que atraviesa desde hace muchos años una de sus peores crisis económicas, la cual se hace acompañar por una pérdida extraordinaria de los más elementales valores sociales y el crecimiento de la marginalidad, con todas sus manifestaciones negativas, sean culturales o no, lo alterno y diferente en términos artísticos, constituye una de las vías esenciales para que esas nuevas generaciones de actores sociales expresen su ironía, el enojo, el humor o la resistencia, y al mismo tiempo emerjan como una opción nada despreciable de comunicación interpersonal que cada día extiende más sus fronteras internas.
Sin el apoyo abierto de los medios de difusión, de las instituciones y con innumerables carencias financieras y materiales, la música alternativa cubana ha evadido con tino y mucha buena suerte, aunque algunos opinen lo contrario, ese escenario negativo, y ha sabido mantenerse como una opción viable para confirmar la necesidad y la posibilidad de encontrar espacios donde mostrar que lo contradictorio puede ser positivo, cuando nos referimos a la búsqueda de libertad, innovación y pluralidad estética.
En otros artículos publicados por PMU se ha hecho referencia al enfrentamiento entre la cultura alternativa cubana y la pretendida imposición de criterios hegemónicos que buscan presentar como legítimos a formas y productos culturales que no necesariamente responden a los valores, ideales, aspiraciones y deseos de la mayoría; discriminando o intentando silenciar la existencia de otras opciones que por derecho propio deberían tener espacios y escenarios, y de esa manera permitir una competencia libre y alejada de manipulaciones y prejuicios.
Las cualidades y méritos de los actores de esa encarnizada y diaria batalla no deben ser cuestionados para permitir su acceso al sistema de reglas establecido, y muchos menos coartar o tratar de minimizar las características que deben tener los discursos, las maneras de exponerlos y los medios para hacerlo. Excluir por no cumplir con esos requisitos preestablecidos es también marginar, aunque por todas las vías nos intenten hacer ver o creer lo contrario.
En el afán por alcanzar y ostentar el poder total, desde donde redireccionar y manejar las denuncias, las demandas y las aspiraciones de la música y de los músicos alternativos cubanos, se ha intentado de todo, desde ignorar el movimiento como si fuera invisible, hasta tratar de institucionalizarlo o “domesticarlo” de alguna manera con la creación de agencias como la ACR o pregonar que serían aceptados en el redil de la AHS.
Sin embargo, olvidaron que la música alternativa debe su esencia precisamente a que existe y se manifiesta de forma paralela al poder, tiene su propio prestigio, reglas, identidad y aprendió como ninguna otra, las novedosas opciones de supervivencia y desarrollo adaptándose a las nuevas condiciones socio-económicas que les permitieron también independizar sus propias producciones, promocionarlas y convertirlas en mayor o menor medida, en objetos de consumo para sus seguidores.
El no acceder masivamente al mercado del arte en general, a juicio de algunos, sigue siendo una de las debilidades de la alternatividad cubana, pero la experiencia práctica demuestra lo contrario y prueba que el ingenio y los deseos de consumo de propuestas diferentes burlan el andamiaje oficial de la distribución del arte, impiden que el producto final llegue al destinatario distorsionado o modificado y no pierda autenticidad, con lo que finalmente se consigue preservar, conservar y proteger no solo el presente, sino también el futuro de este tipo de propuestas.
Tampoco se puede ser absoluto, es cierto que algunos artistas underground se han sumado a la carroza oficialista y entraron a esa aparente “rueda de la fortuna” por las sugerentes puertas que engañosamente les dejaron abiertas. A unos pocos les ha ido bien, sin adjetivaciones ni grandilocuencias, a otros no tanto a pesar de lo que nos quieren hacer creer, pero en ambientes íntimos han reconocido que ahora no pueden manifestar desacuerdos, ni demandar o promover transformaciones, que antes eran inherentes a sus obras. Es como si hubieran sido absorbidos por lo establecido, término que en Cuba se asemeja mucho al refrán de: “no saques la pata, porque te la corto”. En otras palabras, al ser engullidos por el Sistema perdieron sus esencias contraculturales, sus valores antihegemónicos, se diluyeron y pasaron a formar parte del montón.
En contraposición, tales ejemplos fortalecen a la escena alternativa cubana que con su accionar demuestran que la rebeldía de sus obras es parte del conjunto de la sociedad, especialmente del segmento adolescente y juvenil, y en consecuencia, un componente más como lo son la religión, la política o la literatura.
Es por eso que el movimiento underground en la Isla se actualiza constantemente y con frecuencia aparezcan más voces que critiquen a las instituciones, a los funcionarios y a los programas oficiales del entramado burocrático de la cultura, con discursos actualizados en tiempo y espacio, en forma y contenidos, sin importar las plataformas y los géneros que utilicen para ello.
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