El rap y su Talón de Aquiles
10 de agosto de 2015
Todo parece indicar que para especialistas y entendidos, seguidores y detractores, la relación contenido-forma en el rap cubano continúa siendo su Talón de Aquiles. El punto más propenso para ser atacado y menospreciado.
Algunos defensores del género, personas de indudable base teórica, tratan, con magnificas intenciones, de explicar y justificar este fenómeno desde su cosmovisión, pero desafortunadamente terminan perdiéndose en un laberinto de conceptos semánticos, que llegan a convertir sus alegatos en algo muy semejante a una conferencia magistral sobre Física Cuántica para neófitos en la materia.
Otros favorecedores, más pragmáticos y directos, plantean que el verdadero valor intrínseco de los textos raperos está en lo que se dice y no en la forma de cómo se dice. Al mismo tiempo, no dejan de reparar en el excesivo abuso de las llamadas palabras obscenas y en la inquietante convocatoria a la violencia con la cual, como clara manifestación de rezago machista, se trata de marcar territorio.
Mi abuelita siempre tenía a flor de labios un dicho, entre ellos aquel que reza: “Al olmo no se le puede pedir peras”. Y no deja de tener razón esta sentencia de la sabiduría popular, como tampoco esta otra: “A veces caminamos por el bosque y no vemos los árboles”.
La forma de expresarse de los jóvenes raperos cubanos nacidos en los últimos treinta años, lo mismo que la del resto de la juventud en general, está en relación directa con los arrasadores desajustes sociales, económicos, educacionales y culturales en los cuales se ha visto envuelto este país en igual lapso.
El que se escandaliza como una beata cuando escucha una palabrota estremecedora de boca de un rapero, quizás sea el mismo sordo que cruza por frente a un grupo de niños pioneros y no repara en la cloaca que sueltan por sus bocas. Sigue de largo, es lo normal. El que se asusta y atemoriza cuando pone oído al parlamento de un rap que descarnadamente alude a la compleja problemática socio-política, tal vez sea el mismo que impasible e indiferente no oye nada cuando en la bodega, sin pelos en la lengua y a todo trapo, una anciana nombra por su nombre y apellido a lo qué y a quiénes, para ella, son los responsables de la menguada y mala calidad de la cuota del mes. Igualmente, le resbala cuando esa misma anciana concluye su rabieta con una frase convertida ya en cuño nacional: ¡Hasta cuándo será esto!
Nos duela o no nos duela, se debe reconocer que, lastimosamente, el léxico desaforado del rapero no es intencionalidad requerida por el género, si no la lógica consecuencia del deterioro cultural y educacional que nos legó el desentrañamiento de la vieja y ya desaparecida escala de valores que para bien o mal, siempre rigió los principios éticos de nuestra sociedad.
Sobradamente se ha afirmado que el rapero es un cronista de nuestro tiempo, como ayer fueron el rumbero, el sonero, el guarachero, el repentista, pero que a diferencia de ellos, no solamente plasma los baches sociales y políticos que ve y vive en su entorno, sino, que sin tapujos arremete contra ellos. No es el juglar pasivo que desde afuera se conforma con contar historia, sino, el juglar que desde adentro pretende y logra participar activamente de esa historia.
Entonces, se pregunta este comentarista, qué cosa en primera instancia debe hacerse, luchar contra la carencia de estética en el lenguaje del rapero o corregir, enmendar o desaparecer las causas que abortaron este fenómeno y que se ha hecho extensivo a toda la sociedad.
No es el caso, como algunos alegan, que ello se debe a la cultura subterránea que se desenvuelve en algunos de los llamados barrios marginales. De ser cierto, podíamos afirmar categóricamente que, por ejemplo, todos los barrios de La Habana serían marginales, con excepción de Miramar, Cubanacán y El Laguito. El mismo argot entre jóvenes se puede oír tanto en El Vedado que en Guanabacoa. ¿Cuál puede ser la diferencia de léxico entre un rapero de Centro Habana y otro de La Lisa?
El único temor de los raperos que puede tener el Estado y sus instituciones, no está dado precisamente en la estética de su lenguaje, sino, en lo que exponen con este lenguaje. El rap para controladores y censores es caballo de carrera desbocado que en cualquier momento se puede salir del carril. Por ello se afanan de aguijonear más su Talón de Aquiles: lo soez de su lenguaje, sin percatarse que contradictoriamente, con ello ponen en tela de juicio la calidad de los sistemas de cultura y educación que el Estado siempre ha expuesto como grandes conquistas sociales.
Por ahora solo quiero recordar a mi abuelita: “Al olmo no se le puede pedir peras… A veces “caminamos por el bosque y no vemos los árboles”.
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10 de agosto de 2015
Todo parece indicar que para especialistas y entendidos, seguidores y detractores, la relación contenido-forma en el rap cubano continúa siendo su Talón de Aquiles. El punto más propenso para ser atacado y menospreciado.
Algunos defensores del género, personas de indudable base teórica, tratan, con magnificas intenciones, de explicar y justificar este fenómeno desde su cosmovisión, pero desafortunadamente terminan perdiéndose en un laberinto de conceptos semánticos, que llegan a convertir sus alegatos en algo muy semejante a una conferencia magistral sobre Física Cuántica para neófitos en la materia.
Otros favorecedores, más pragmáticos y directos, plantean que el verdadero valor intrínseco de los textos raperos está en lo que se dice y no en la forma de cómo se dice. Al mismo tiempo, no dejan de reparar en el excesivo abuso de las llamadas palabras obscenas y en la inquietante convocatoria a la violencia con la cual, como clara manifestación de rezago machista, se trata de marcar territorio.
Mi abuelita siempre tenía a flor de labios un dicho, entre ellos aquel que reza: “Al olmo no se le puede pedir peras”. Y no deja de tener razón esta sentencia de la sabiduría popular, como tampoco esta otra: “A veces caminamos por el bosque y no vemos los árboles”.
La forma de expresarse de los jóvenes raperos cubanos nacidos en los últimos treinta años, lo mismo que la del resto de la juventud en general, está en relación directa con los arrasadores desajustes sociales, económicos, educacionales y culturales en los cuales se ha visto envuelto este país en igual lapso.
El que se escandaliza como una beata cuando escucha una palabrota estremecedora de boca de un rapero, quizás sea el mismo sordo que cruza por frente a un grupo de niños pioneros y no repara en la cloaca que sueltan por sus bocas. Sigue de largo, es lo normal. El que se asusta y atemoriza cuando pone oído al parlamento de un rap que descarnadamente alude a la compleja problemática socio-política, tal vez sea el mismo que impasible e indiferente no oye nada cuando en la bodega, sin pelos en la lengua y a todo trapo, una anciana nombra por su nombre y apellido a lo qué y a quiénes, para ella, son los responsables de la menguada y mala calidad de la cuota del mes. Igualmente, le resbala cuando esa misma anciana concluye su rabieta con una frase convertida ya en cuño nacional: ¡Hasta cuándo será esto!
Nos duela o no nos duela, se debe reconocer que, lastimosamente, el léxico desaforado del rapero no es intencionalidad requerida por el género, si no la lógica consecuencia del deterioro cultural y educacional que nos legó el desentrañamiento de la vieja y ya desaparecida escala de valores que para bien o mal, siempre rigió los principios éticos de nuestra sociedad.
Sobradamente se ha afirmado que el rapero es un cronista de nuestro tiempo, como ayer fueron el rumbero, el sonero, el guarachero, el repentista, pero que a diferencia de ellos, no solamente plasma los baches sociales y políticos que ve y vive en su entorno, sino, que sin tapujos arremete contra ellos. No es el juglar pasivo que desde afuera se conforma con contar historia, sino, el juglar que desde adentro pretende y logra participar activamente de esa historia.
Entonces, se pregunta este comentarista, qué cosa en primera instancia debe hacerse, luchar contra la carencia de estética en el lenguaje del rapero o corregir, enmendar o desaparecer las causas que abortaron este fenómeno y que se ha hecho extensivo a toda la sociedad.
No es el caso, como algunos alegan, que ello se debe a la cultura subterránea que se desenvuelve en algunos de los llamados barrios marginales. De ser cierto, podíamos afirmar categóricamente que, por ejemplo, todos los barrios de La Habana serían marginales, con excepción de Miramar, Cubanacán y El Laguito. El mismo argot entre jóvenes se puede oír tanto en El Vedado que en Guanabacoa. ¿Cuál puede ser la diferencia de léxico entre un rapero de Centro Habana y otro de La Lisa?
El único temor de los raperos que puede tener el Estado y sus instituciones, no está dado precisamente en la estética de su lenguaje, sino, en lo que exponen con este lenguaje. El rap para controladores y censores es caballo de carrera desbocado que en cualquier momento se puede salir del carril. Por ello se afanan de aguijonear más su Talón de Aquiles: lo soez de su lenguaje, sin percatarse que contradictoriamente, con ello ponen en tela de juicio la calidad de los sistemas de cultura y educación que el Estado siempre ha expuesto como grandes conquistas sociales.
Por ahora solo quiero recordar a mi abuelita: “Al olmo no se le puede pedir peras… A veces “caminamos por el bosque y no vemos los árboles”.
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