Estoy viva gracias a la música



Cuando me adelantaron parte de lo sucedido a María Inés Perdomo, me quedé sencillamente atónita. En varias ocasiones escuché sus interpretaciones en la peña de la Casa Simón Bolívar, en La Habana Vieja, y por ello se me hizo inconcebible creer que en sus primeros cuarenta años de vida, María Inés jamás cantó una composición de abajo a arriba, con excepción del Himno Nacional. En cuanto se presentó la primera ocasión, le hice saber mi curiosidad por la historia.

PMU: ¿Cómo es posible cantar como lo haces y haberte mantenido ajena durante tantos años a esas posibilidades?

María Inés: No me mantuve ajena, sino que simplemente las ignoraba. Me tuvieron que ocurrir sucesos muy turbulentos en la vida para que salieran a flote.

PMU: Si no te afecta, ¿podías explicárnoslos?

María Inés: Ante todo, te digo que esta revelación musical salvó mi vida, nada de metáfora, literalmente así: estoy viva gracias a la música.

Cuatro años atrás, mi madre y mejor amiga, fue diagnosticada con cáncer de colon que en apenas siete meses acabó con su vida y parte de la mía. Cuando más abatida me encontraba por lo sucedido, quien fue mi esposo durante dieciséis años me pidió el divorcio porque se enamoró de otra mujer. Además, mi economía se vio afectada severamente, pues por tales circunstancias, tuve que acogerme a una licencia laboral sin sueldo. Mi estabilizada vida se desmoronó. Toqué fondo.

De una crisis nerviosa que casi no me permitía dormir, me hundí en una horrible depresión. Por dos veces atenté contra mi vida. Mi hermana logró que se me ingresara involuntariamente en una sala para enfermos mentales. Fueron días y semanas de no saber si vivía o vegetaba. Pastillas, inyecciones, sicólogos y siquiatras que me hablaban y hablaban, pero que a mí se me antojaban actores de películas silentes.

En mi estado de semiinconsciencia fue apareciendo más frecuentemente la voz de una persona que no cesaba de cantar. Aquella especie de alucinación auditiva fue convirtiéndose en el único punto de contacto con la realidad. Cuando el torrente de fármacos que se me aplicaba fue surtiendo efectos, pude darme cuenta que quien tanto cantaba era el asistente de limpieza de la sala, un personaje que con energía increíble resultaba el alma del lugar. Con todos bromeaba, a todos infundía ánimo y alegría. Siempre cantando.

Una mañana se me quedó mirando fijo y me dijo: “A ver, bella durmiente, ¿y tú no cantas? Vamos, siéntate en la cama y acompáñame”. Recuerdo que fue una canción de Ana Gabriel. Al principio yo iba por debajo de su tono, pero en un momento determinado comenzó a suceder lo contrario, él fue apagándose hasta que no sé cómo quedé cantando sola. Solo volví a la realidad por el aplauso de los presentes, entre ellos, la doctora que me atendía, a quien tan pronto pude le comenté que estaba bastante desconcertada porque jamás en mi vida había cantado.

Ella me explicó que lo sucedido se debe a que algunos seres humanos tienen la potencialidad de convivir, sin saberlo, con algún talento artístico o científico, o de cualquier otra disciplina, que puede mantenerse soterrado por siempre o hasta que el individuo enfrente una cadena de eventos, como fue mi caso.

Lucio, como así se llama el auxiliar de limpieza, se convirtió en mi protector. Se pavoneaba de ser el mejor sicólogo del hospital, pues gracias a él yo encontré el más eficaz de los remedios. Me prestó un MP4 con cientos de canciones. “Tienes que oír música mañana, tarde y noche”.

Luego de cuatro meses internada, me dieron el alta. Salí responsable de mis actos y pensamientos, y con una galopante adicción por la música. Retorné a mi trabajo de microbióloga. Con Lucio sellé una entrañable relación casi de hermanos. Un día se apareció en mi casa con varios DVDs. “Aquí tienes quince backgrounds de las canciones que más te gustan, tienes que montarlas lo más rápido posible. Tu estreno mundial está cerca”.

Mi presuntuoso estreno mundial fue precisamente en esta peña. Aquel día, por encima del aplauso público sobresalía la voz de Lucio que no cesaba de gritar: ¡Bravo!, ¡Bravo!, ¡Bravo!

PMU: ¿Tienes entre tus planes profesionalizarte?

María Inés: Pese a mi renuencia, Lucio coordinó una entrevista con un pariente lejano de él que administraba un pequeño piano-bar. Sería algo así como una audición. Con sonrisa almidonada y muy profesional, el hombre me escuchó tres o cuatro canciones. Al terminar, me dijo que el hecho de que yo no perteneciera a alguna empresa complicaba las cosas, que aunque le gustaba mi forma de cantar y sus deseos de que yo trabajara en su negocio, había que mover muchos resortes para conseguirlo. Se jactó de que él tenía las suficientes influencias para que eso fuera así. Entonces, fue descaradamente al grano. “Tú sabes, favores con favores se pagan. Tú, por ejemplo, no eres una niña, pero sí una mujer muy atractiva y creo que con la suficiente inteligencia para ser agradecida con quien te hace un favor”. Estaba claro lo que me proponía. La garganta se me atragantó y solo atiné a virarme para Lucio, quien con la cara roja como un tomate ya disponía a ponerse de pie. “María Inés, recoge tus cosas y vámonos de aquí, y deja que este m… se meta su tugurio por el c...”.

Por esa y otras razones, no me interesa profesionalizarme. Mi confortación más plena es que vivo porque canto, y canto porque vivo. ¿Satisfecha?

PMU: Completamente. ¿Algo más?

María Inés: Recordarle a quien se sienta aplastado, que lo más precioso que tiene la vida es la propia vida. Y, sobre todo, a los jóvenes músicos que se enfrentan a inconmensurables obstáculos para alcanzar sus sueños, que no cesen en la lucha, que cuantas más barreras se salten, más se disfruta al llegar a la meta. Siempre hay una luz en el camino, siempre hay un Lucio dispuesto a ayudar.

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