En mi país… Freddy



No habla de fama ni de multitudes el joven Freddy. Cuando le pregunté sobre su mayor ambición, no titubeó al confesar que valoraba mucho más el reconocimiento de su estilo vocal, del valor de sus canciones y el premio a su esfuerzo. “Aspiro a que la gente reconozca mi trabajo, que cuando escuchen lo que hacemos, encuentren calidad”. Esta declaración no dejó de asombrarme, sobre todo en la voz de quien, a pesar de sus 24 años y su ocupación de enfermero, espera mucho más de la vida.

Llamado Alfredito Giol por sus amigos de la infancia y Freddy por quienes conocen ya su talento musical, este guitarrista y compositor empírico nació, creció y aún vive en El Cano, pequeño pueblo situado en la periferia de La Habana. Allí, en el parque junto a la iglesia –estampa típica de esta antigua localidad alfarera- Alfredito aprendió sus primeros acordes hace siete años, acaso reinventando una y otra vez los cancioneros de Silvio o de Varela. “Lo de cantar nadie me lo enseñó, es algo que siempre me ha salido, imitar se me hace fácil. Siempre he escuchado mucha música tratando de captar lo mejor del estilo de algunos, enriqueciendo así el mío”.

Bien sabe este joven que no hay nada nuevo bajo el sol. Pretenderse totalmente original no es algo que vaya con estos tiempos. Así, los artistas verdaderamente valiosos son los que, a mi juicio, saben tributar a quienes le antecedieron. No sorprende la referencia a Buena Fe, frecuente y comprensible por obra y gracia de los medios. “Ellos son para mí como una especie de inspiración”.

Hace poco más de un año que Freddy lidera el dúo Ciruela junto a un amigo que se encarga de acompañarlo con la guitarra mientras él le pone voz a sus propias canciones. De vez en vez se suman otros artistas que enriquecen el conjunto: un saxo, un violín, un bajo y el siempre fiel cajón del que tanto gustan para amenizar sus arpegios. Versátiles en su repertorio, han adoptado la trova, el pop-rock y la balada para darle forma a sus temas. Estos hablan, en su mayoría, de la experiencia personal de Freddy, los sucesos que le inquietan, que forman parte de su vida o de las vivencias de los demás.

En mi país es el título del proyecto discográfico que están desarrollando en estos momentos. Proviene del título de una de las canciones más exitosas del dueto. En ella, Freddy ha sabido combinar atractivamente la crítica social y el compromiso con el pueblo. “Las canciones tienen que ver conmigo porque soy quien las escribe, pero yo quiero que cuando la gente las escuche, se sienta identificada”. A veces resulta resbaloso el límite entre la creación poética que brota de lo profundo del compositor y la influencia que sobre él pudiera ejercer cierto público. Las historias tienen sus propios protagonistas, pero lo cierto es que todos vivimos inmersos en un mismo contexto sociocultural, dentro del cual el artista es un ciudadano más. “El compromiso que tengo con los que me siguen es no defraudarlos y esto pudiera marcar mi obra. Yo escribo cada canción de acuerdo a lo que sucede a mi alrededor, soy muy observador y trato de que la gente sienta que tiene que ver con ellos también”.

Sin embargo, aunque no le faltan ideas emprendedoras, este joven grupo se enfrenta cada día al problema de la profesionalidad y la legalidad de las empresas musicales. Es duro llegar a cualquier sitio con ganas de entregar el corazón en el escenario y que lluevan los peros y las trabas como: “Sí, ustedes son buenos pero los papeles, ¿dónde están?”. De repente lo que pudiera avizorarse como un camino al reconocimiento, se convierte en un espejismo, todo por la ausencia de una firma, un cuño, una autorización formal. Cosas que suceden cuando el talento se oficializa y controla en una gaveta institucional. “No somos profesionales, eso es lo que más nos afecta”. Aun así, no cesan de perseverar con pequeñas presentaciones en El Sauce todos los martes, en la peña del trovador Charlie Salgado; los jueves en La Lucecita, de Arnaldo; y los viernes en el Pabellón Cuba con Silvio Alejandro y Erick Méndez, en la peña Tres Tazas.

Por otra parte, no faltan clichés y clasificaciones, máxime si se trata de quienes, desde posiciones de poder, se atribuyen el derecho a delimitar las fronteras de lo que se considera trova. Los que así actúan suelen caer en el pavoroso error de subvalorar la pulsión imparable de lo nuevo y terminan por reproducir cómodamente los mismos lugares comunes. A los muchachos de Ciruela les ha mordido varias veces ese mismo perro. No tienen opción, sobre todo cuando hablamos de un proyecto joven y sincero con sus propias creencias. A pesar de haber encontrado un considerable segmento público que les acepta, “hay gente que está en contra de lo que nosotros proponemos, dicen que no hacemos trova. (…) Espacios como el Caimán Barbudo y la Pupila Asombrada no nos han querido reconocer”. Lo peor de todo es que esta misma actitud proviene a veces de otros trovadores y músicos en general.

A favor de la calidad y el talento genuino, Freddy apuesta siempre por la creación como expresión de los sentimientos. “(…) hay muchos farsantes en la televisión, gente que no canta nada y creen en las computadoras que le ponen una voz fenomenal. A la hora de hacer un concierto no sale nada bien”. La gran distancia que existe entre la voz natural y un sintetizador es tan inmensa como lo es el universo tecnológico que permea la música de hoy. “Otra cosa es el reggaetón. Se ha ampliado mucho, tiene muchas letras obscenas, desprestigia a la mujer. La letra de las canciones debería ser lo que su autor quiera expresar”.

Con el deseo de continuar escuchando más de su música me despedí de Freddy. Sus palabras, tan agudas como sus canciones, invitan a reflexionar sobre el contexto underground “en mi país”; tan lejos del centro, pero siempre resistiéndose a ser periferia.

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