Un poeta del barrio



En varias ocasiones PMU ha demostrado que, sin importar el género específico que adopten nuestros entrevistados, cualquier opción es legítima siempre que se afronte con dedicación y produzca buenos frutos. Lo verdaderamente interesante es apreciar el universo underground, más allá de las diferencias estilísticas, en su amplia diversidad. No perdamos de vista que cuando hablamos del cubano no hacemos referencia solamente a una serie de músicos unidos por un mismo sentir y condiciones comunes, comprendamos que se trata de un fenómeno que engloba, sobre todo, individualidades, sujetos con sus propias ansias, experiencias e ideas sobre la creación. Allí donde confluyen contextos adversos, burocracia y una alta dosis de suerte, al impulso de los artistas emergentes le resulta muchas veces complejo salir a flote. Si a ello sumamos las difíciles circunstancias que posee todo artista joven en Cuba para poder darle forma a sus ideas, la ausencia de presupuesto es solo la primera de una larga lista de trabas que se encontrará a su paso para poder tener un nombre dentro del mundo artístico.

Daniel Hernández es un joven de apenas 18 años, que no teme enfrentarse a las dificultades que sabe que le esperan. El camino que media entre un artista totalmente desconocido y la legitimación de su obra, es muchas veces accidentado y pleno de obstáculos. Por eso, este chico original de El Cerro, parece hacerle honor a su municipio natal evidenciando que tiene “la llave” de todas las puertas: la fe. “Tengo como sueño, llegar a ser un gran músico, aunque sé que para ello se me presenten muchas dificultades en el camino. Nacimos para crecer en algo, no para ser uno más de la manada, por eso no me importa el trabajo que tenga que pasar, tengo fe en que algún día llegaré a ser grande”.

Entender la creación de jóvenes cubanos como él, es también tomar conciencia de lo que significa su entorno de creación. En Daniel es natural la recurrencia a temas cotidianos relacionados con la vida urbana y las relaciones amorosas de la adolescencia. A muchos le parecerá intrascendente o banal, pero lo que realmente sorprende de Daniel es su capacidad para extraer de las situaciones diarias la materia prima necesaria para darle vida a su lírica. Poesía que en innumerables ocasiones brota en el propio acto de cantarla, siempre que el muchacho se aventura a improvisar las más valientes rimas conmoviendo a más de una hermosa chica.

Por otra parte, como habitante de esta Isla, su música se encuentra todo el tiempo en contacto con disímiles influencias externas, ya sea a través de la radio, televisión o cualquiera otro medio audiovisual. Para él, El Insurrecto es su más cercana fuente de inspiración, y además, su mundo expresivo está fuertemente influenciado por el reggaetón puertorriqueño, sobre todo Daddy Yankee. Porque cerrar los ojos al constante influjo de referentes culturales extranjeros sería, más que un gravísimo error, un extraordinario acto de ingenuidad.

Su vocación nace en el mismo seno del barrio, en el interior de los proyectos comunitarios que organiza la casa de cultura municipal y en festividades de su escuela. Se presenta todos los sábados en Barrio Música, un proyecto financiado por los propios vecinos de su cuadra. A esta iniciativa y al papel que en ella ha desempeñado su familia, y más que nadie a su papá, le debe mucho Dani, como muchos lo llaman. Escalar más alto es algo que sabe que debe hacer, pero reconoce que todo debe ser a su tiempo. En muchos espacios le niegan la posibilidad de dar a conocer su música, incluso a sabiendas que se trataría de una presentación gratuita. Ha intentado cantar en varias ocasiones y en diversos lugares junto a su grupo de inseparables amigos, obteniendo casi siempre respuestas negativas.

En la mayoría de las ocasiones no solo se trata de ser “legamente” un artista o tener ciertos recursos, muchas veces tienes que conocer a la persona indicada en el lugar indicado. Una mano lava a la otra y las dos lavan la cara, es un viejo refrán que siempre nos indica: relaciones abren puertas. “Las condiciones las hemos tenido que crear nosotros mismos, sin tener muchas posibilidades, tanto materiales como económicas. (…) En otros lugares hasta te piden dinero para que puedas cantar, y no me puedo dar ese lujo porque aún estoy estudiando y mis padres me mantienen con mucho sacrificio”.

Escuchando a este joven expresarse con tanta osadía, pudiéramos perfectamente pensar que voces como esta también forman parte de la identidad musical cubana. ¿Acaso solamente merecen figurar allí aquellos pocos cuya música está ampliamente representada en los grandes catálogos discográficos o que colman de público los teatros y plazas? “Como cubano que soy pienso que nuestra música es la mejor, aunque estemos copiando muchas cosas de otros países latinos. Al final, todos formamos parte de la misma cultura, el reguetón y la salsa la llevamos en la sangre. Siempre trataré, dentro de mis posibilidades, de ser un granito de arena más para la cultura de nuestro país”.

Muy lejos estamos de llegar a escribir la historia de aquellos creadores cubanos que por diversas razones y en todos los tiempos, se han visto poco favorecidos por las instituciones musicales. Tal vez nunca. Lo cierto es que Daniel es uno más de esos artistas que experimenta ese vacío institucional nuestro de cada. “Deberían abrir más talleres de música, de canto, canales de televisión y radio donde se pueda promover más al artista desconocido y que se acabe eso de quien más dinero tiene, a más puede llegar”.

En una dinámica social cada vez más compleja donde el prestigio se compra y la exclusividad se negocia a través de las más crudas leyes del mercado, pequeños son los espacios dedicados a aquellos músicos de la calle, poetas del barrio, artistas todos. Cuba no está exenta de ello. Hacia allí vamos. En cualquier caso, eso de estar en el spotlight o el mainstream no es siempre la mejor solución. No nos engañemos, a veces la calidad, la autenticidad y la “bomba” suelen ser inversamente proporcionales al nivel de popularidad.

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