Repensando la música cubana desde el movimiento urbano



En un acto de sinceridad inocente y con el único objetivo de ubicar y darle un sentido al movimiento de música underground desde una realidad objetiva, me tomo el atrevimiento de exponer algunas consideraciones personales a propósito de la existencia de la música urbana en Cuba.

En primer lugar, la propia complejidad de los procesos económicos, sociales, tecnológicos y culturales que caracterizan la cotidianidad cubana, exigen no entender por separado el movimiento underground y su ubicación dentro de la música urbana producida en Cuba. No es interés caer en investigaciones filosóficas, sino comprender los factores que determinan el comportamiento de un fenómeno que afecta a una considerable parte de la sociedad.

En segundo lugar, es conveniente definir a la ciudad como un espacio social donde la producción se considera su mayor expresión material, la cual configura la distribución y consumo de productos y servicios musicales a partir del establecimiento de relaciones entre sujetos. En este sistema, la distribución sigue siendo el proceso limitante de la cadena de producción. Por ello, la ciudad es un hormigueo humano con historias grupales e identidades que caracterizan al movimiento underground, complejidad determinada por el desarrollo de simbolismos que no son aceptados por la institucionalidad, afectando el desarrollo de este grupo y desarticulando la fisonomía urbana en la Cuba actual.

En tercer lugar, no es un secreto que la agudización del conflicto social en Cuba a fines de la década del 80 tuvo su impronta en el desarrollo de lo que hoy conocemos como movimiento musical underground cubano. Situación que provocó a nivel social y cultural un punto de inflexión de prácticas contradictorias, que provocaron el surgimiento de diferencias sociales visibles en el llamado Período Especial, transformándose la realidad circundante de forma generalizada.

Cuando se analiza el término underground provoca el pavor de toda palabra no hispana. Todo el mundo piensa en lo clandestino, subterráneo, al margen de la ley, lo marginal. En mi humilde interpretación, no es más que la imposición del poder para segregar algo que provoca perturbación o molestia para el establishment desde una silla, sin analizar las causas que lo definen como movimiento.

En Cuba, la rumba fue underground y hoy es patrimonio inmaterial de la nación al imponerse por su propio peso. En su momento, la trova fue underground hasta que fue entendida como una gran masa de jóvenes con algo que decir por los tiempos que corrían. El rock fue underground por su rebeldía, estética y comportamiento de un pequeño sector dentro de la juventud en una isla netamente caribeña. Por último, la cultura hip hop, con el rap como punta de lanza, derivada de las luchas por los derechos civiles y la pobreza de la comunidad negra de los Estados Unidos, constituyó un movimiento underground, encajando a la perfección en las masas populares de la juventud cubana.

Caldo de cultivo para aquellos jóvenes con necesidades comunicacionales, encontraron en la cultura hip hop, un hálito para canalizar todas sus angustias, contradicciones, desesperanzas y sueños de una generación que nació con las bondades del campo socialista y sufrió las consecuencias de su caída. Estos jóvenes se convirtieron en acuarelistas sociales de su tiempo, abordaron y criticaron cada trastorno de la sociedad como el racismo, la diferencia de género, emigración, prostitución, entre otros males que han provocado diferencias de clases muy lejanas de eliminarse.

Si nuestra política se sustenta en la inclusión: ¿Por qué no se han generado circuitos sólidos de producción cultural para que nuestros talentos de barrio se conviertan en guerrilleros de la industria cultural cubana? El asunto es, ¿incluir a quién, en dónde, para qué? ¿Qué política cultural se ha pensado más allá de estos circuitos clásicos de inclusión? No quiero desatar una querella contra el oficialismo, pero son preguntas que más de una persona se hace, sobre todo, aquellos cubanos y cubanas que sienten amor por la música que los representa.

En este sentido, la binomio movimiento underground-institucionalidad está muy lejos de llegar a un acuerdo en el desarrollo de políticas culturales. Pareciera que existe una conspiración para que la banalidad se apodere de las calles.

En la actualidad, con los profundos cambios tecnológicos en los procesos de producción y consumo, se han generado otras situaciones a favor del movimiento underground, desarrollando la autogestión muchas veces más efectiva que las grandes instituciones que tienen carácter legal y estructura compleja para desarrollarse. Existen varios ejemplos que representan los nuevos emprendedores en el ámbito de la música, trabajan desde una estructura pequeña, de forma independiente y sin reconocimiento legal, obteniendo resultados considerables. Uno de esos ejemplos es esta revista (PMU) que viene a llenar un vacío en cuanto información y documentación de los movimientos musicales underground se trata. Existen otros: La Marca, quienes trabajan con el arte del tatuaje y también constituye una pequeña guarida para músicos sin reconocimiento, apoyándolos con conciertos y la construcción de carátulas de CD manufacturadas; y Guámpara Music, un colectivo de creación centrado en la producción de música urbana, entre tantos otros.

Uno de los grandes aportes de la música underground a la música cubana, está en su fusión con todo el universo simbólico urbano y con elementos sonoros cubanos. Más allá de la ciudad como estructura material y realidad objetiva de un movimiento que ha dejado su impronta, capaz de ofrecer sentidos prácticos a la sociedad cubana, distribuir valores simbólicos e influenciar sobre las estructuras sociales, constituye el surgimiento de nuevas y complejas corrientes de pensamiento, nuevas formas de expresión y comunicación con el uso de la Red Offline e Internet, para revolucionar sus vías y contar episodios barriales, montados sobre “beats”.

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