Un día cantarán mis canciones



En la actualidad no abundan los compositores talentosos. Cada vez es menor el número de músicos que optan por darle un sabor propio a sus letras. Esto se debe tal vez, a lo extendida que suele ser la práctica de la imitación, la escasa variedad en los temas y la búsqueda del éxito fácil. Y no hablo de ningún género en particular, el fenómeno puede darse en cualquiera de ellos y a diferentes niveles, llegando incluso, a reflejarse en los medios de difusión masiva.

¿Cuántas veces hemos lamentado apreciar el derroche promocional en la pantalla chica de cantautores con poco o ningún talento para la composición? El problema estriba en que componer es verdaderamente un arte. Para enlazar formas poéticas y melódicas inteligentes, se tiene o no vocación, lo que se diferencia grandemente de la facilidad para tocar algún instrumento o de poseer la gracia de una afinación certera. Escribir buena música es una valiosa capacidad a medio camino entre la creación poética y un gusto musical. Lo que sí está claro es que quien escribe canciones, comunica, y, sobre todo, expresa ideas que le llegan como fruto de la inspiración.

No obstante, lo peor no es que la aptitud hacia el buen hacer entre los músicos sea difícil de encontrar en la Cuba de hoy, sino que a veces lo poco que hay no se sepa reconocer en su justa medida. Aun se necesitan crear suficientes certámenes que alienten el trabajo de los cantautores más jóvenes, iniciativas que amparen las nuevas ideas y donde se valore mucho más la importancia de las letras dentro de la creación musical.

Es quizá por ello que casi siempre carecen de apoyo iniciativas como la que lleva a cabo Julio César Ramírez. Este joven guitarrista y pianista de tan solo 17 años, nació en Habana del Este, donde desarrolla su música basado, sobre todo, en el cultivo de la canción y la balada. Para crear se nutre de las vivencias de sus amistades y seres queridos siendo ellas la fuente esencial de la que César extrae la materia prima para sus letras. Se pudiera decir que este es un artista que canta a las circunstancias más profundas del ser humano, sus sentimientos y sus temores de cada día. Por lo demás, se trata de un muchacho talentoso, enamorado de la vida, activo y amistoso.

Se siente deudor de importantes figuras del patio como Descemer Bueno, Buena Fe y Leoni Torres. Sin embargo, está al tanto de la música internacional donde pueden aportar artistas como Kalimba, Luis Fonsi, Melendi o Sin Bandera. Sin perder de vista la necesidad de ser original, no desconoce el caudal increíble que el mundo de la música le puede ofrecer. Y no hay duda de que su mayor sueño se encuentra sobre el escenario, ya que aspira a “escribir bastante, dar a conocer mis temas al gran público y que les guste. Y que un día donde quiera que actúe, se llenen todos los lugares donde me presente y que todo el mundo cante mis canciones”.

En la actualidad, César integra con amigos suyos un grupo que aún no tiene nombre. Con ellos se viene presentando ya en varios sitios, desempeñándose como segundo guitarrista y vocalista. Además, no deja de aventurarse en la creación de nuevos temas propios, aunque prefiere no presentarlos aún porque se encuentra trabajándolos conjuntamente con uno de sus compañeros. Las letras y los arreglos deben conjugarse para mostrar un producto más acabado.

No obstante, el conjunto constituye solo una parte de sus intereses musicales, pues no desea abandonar la práctica de actuar en solitario en virtud de encontrar su propia voz. Es por esa razón que no le teme a presentarse en los espacios más disímiles, ya sea en actividades comunitarias o en casas de cultura. “Donde se pueda, no le tengo miedo al trabajo, sino todo lo contrario. Esas cosas aquí se hacen difíciles, entonces hay que aprovechar cuando a uno se le presenta una oportunidad”. Por eso decidió participar en una gala a propósito de los Alcohólicos Anónimos, celebrada a principios de octubre en la Sala Kid Chocolate.

Cuando César habla de apoyo en su carrera musical, resalta enseguida su lado afectivo y el agradecimiento eterno que le profesa a sus seres queridos. “Toda mi familia ha sido mi primer apoyo, luego, mis amistades que me dicen que siga adelante, que canto bien, que no me meta en el reggaetón”. Por lo demás, resulta muy complejo gestionar su inserción en eventos y sitios culturales, eso sin contar lo difícil que se torna el diálogo con las instituciones y funcionarios encargados de la promoción. “Cuando uno decide buscar un respaldo (sin hablar del talento) tienes que tener mucha suerte, porque muchas veces te piden papeles, títulos, que desgraciadamente nosotros no tenemos y son muchas trabas las que aparecen en el camino”.

Otro aspecto que inquieta bastante tiene que ver con el bajo nivel cultural. “Cuando te dicen que lo que haces está ‘cheo’, a veces sientes que tus ánimos bajan. En verdad, esas son las personas que hacen que uno mismo tenga que superarse”. Sin pausa, opina críticamente sobre el reggaetón, “los niños ya tú los ves desde temprana edad que no cantan canciones infantiles. Lo triste es ver cómo se aprenden primero el guachineo, y luego, ‘Yolanda’, de Pablo Milanés”.

Como parte de la actuación sobre el escenario, muchas veces ocurren incidentes que, en lugar de entorpecer el acto creativo, lo estimulan. Cuando a nuestro joven músico le han sucedido cosas como esta, piensa que parar no resulta la mejor opción, pues como muchas veces se dice: “the show must go on”. Cuenta que en una ocasión, cuando interpretaba junto al grupo uno de sus temas, “yo tenía que comenzar primero con la guitarra, pero empezó a cantar el otro compañero. Tuve entonces que empatarme con él para empezar a tocar, o sea, fue algo que no me esperaba, pero en situaciones como esa, uno no puede estar cancaneando, al final nos salió bien y nadie se enteró”.

Julio César no se detiene por nada en su carrera musical, porque sabe con la certeza de los perseverantes, que algún día cantaran sus canciones.

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