Movimiento musical underground, desunión y “tiradera”: ¿quién gana y quién pierde?



La primera vez que caí en la cuenta que la música de mi preferencia era considerada underground, no tenía mucha madurez intelectual para entender lo que esto implicaba. Simplemente me dejaba llevar por la influencia del momento. Abrazaba la utopía de sus letras en pleno acto de rebelión, y hacía mías las inconformidades de estos artistas. Pero con el tiempo comenzaron a surgir interrogantes acerca del underground cubano, sobre todo cuando la palabra “movimiento” entró en el ruedo. Entonces comprendí que más allá de la catarsis y la rebeldía juvenil, había un profundo trasfondo político, atravesado por complejas situaciones que apuntaban en diferentes direcciones. De modo que decidí tomar distancia, y aunque no dejé de disfrutar la calidad de la música y la fuerza de sus letras, comencé a ver el underground en Cuba a través de una serie de cuestionamientos que todavía me acompañan hasta el presente.

La primera de estas interrogantes es la siguiente: ¿existió un Movimiento (así con mayúscula) musical underground cubano? Si consideramos el hecho que cuando se habla de un Movimiento ello implica la presencia de un pensamiento grupal cohesionado e ideológicamente organizado, que busca de forma estructurada y sistemática el cambio de una determinada realidad, entonces afirmar o creer que hubo un movimiento underground en nuestro patio es un error. Pero si por Movimiento se quiere entender la existencia de una proyección contestataria bien definida, acompañada de un sentir espontaneo contracultural que se manifestó a través de la rica espiritualidad de la música, que a su vez contó con apoyo y seguidores, entonces puede decirse que sí hubo un movimiento musical underground en Cuba.

A mi juicio, los proyectos más cercanos que pudieron generar un pensamiento cultural alternativo de fuerza en nuestro país, pueden encontrarse en el rock y el rap. En el primer caso, cuando se intentó crear una asociación cubana de rock ‘n’ roll a finales de los 80, y el proyecto, considerado nocivo en aquel entonces, quedó vetado por el Registro Nacional de Asociaciones.

En cuanto al hip hop, es un evento memorable porque fue la posibilidad más auténtica que hubo en nuestro país para la génesis de un movimiento musical underground. Pero su nacimiento a mitad de los años 90 se vio prontamente eclipsado por la maquinaria institucional, que una vez que constató el gran impacto sociocultural del rap, comenzó un trabajo de alineamiento con las políticas culturales del Estado, de tal forma que la posibilidad de un Movimiento basado en la filosofía del hip hop quedó atomizada. Hoy día, tanto la Agencia Cubana de Rock como la de Rap no cumplen con esta expectativa, sino todo lo contario.

Mi otro cuestionamiento es la mirada al presente inmediato: ¿existe en la actualidad dicho movimiento? No. No hay noticias de que exista tal cosa en ningún área de la creación musical. Hay músicos que se manifiestan contestatariamente de manera individual y aislada, pero esto no clasifica como una corriente contracultural o underground de transformación social. En el caso del hip hop, aunque su concreción como movimiento haya sido abortada, sí se continúa haciendo rap underground y alternativo (un ejemplo de esto último es el rap cristiano). Por otra parte, en la actualidad el psicólogo Raidel Martínez Cabrera y el comunicador Alejandro Zamora Montes, se encuentran realizando un trabajo de rescate de la memoria histórica del hip hop y la música rap en Cuba. Lo cual es una señal que la fuerza del hip hop no está muerta del todo como muchos suponen.

Mi tercer cuestionamiento es de cara al futuro: ¿puede llegar a existir un movimiento musical underground en la Isla? Sí, pero para que esto sea una realidad antes deben ocurrir un par de cosas. La primera de ellas es una profunda conciencia de lo que significa una transformación social mediante la fuerza espiritual de la música. El artista underground debe saber que cuando se baja de la tarima, es un activista social y está comprometido con su discurso, de lo contario la fuerza de su arte queda en el vacío.

En este punto aflora el problema de la falta de unidad entre los artistas. La carencia de convicciones, la falta de una visión de conjunto, la imposibilidad de cohesionar la pluralidad de criterios emergentes, ha sido el talón de Aquiles del underground musical cubano, y al mismo tiempo, la mejor arma de los agentes culturales del Estado a la hora de minar todo intento de unidad. Nuestra historia ha demostrado que cantar por protestar contra lo que no se está de acuerdo es muy emocionante e incluso alentador, pero su efecto no ha resistido el embate de la institucionalidad cultural cubana, que con todos sus defectos; su directrices esquemáticas y obsoletas, ha demostrado un sólido empoderamiento muy difícil de quebrar.

Lo segundo es que el artista underground debe tener una visión muy clara en cuanto a la conflictual dicotomía (en ocasiones aparente) entre lo comercial y lo espiritual. A mi entender, el artista subterráneo debe ser consciente que su obra siempre será susceptible a la comercialización. No se puede ser ingenuo. Como bien dijeran Joseph Heath y Andrew Potter: rebelarse vende. Sin embargo, aunque la imagen del artista y su música puedan a llegar a ser altamente comercializables, el talento, los principios y las convicciones que gestaron ese arte, no son negociables, salvo que el propio artista los corrompa.

Y por último, la “tiradera”. Considero que esto es la parte más subjetiva e inaprensible del problema, y al mismo tiempo la zona más delicada. ¿Por qué un artista le “tira” a otro en el propio contexto del underground cubano? Las causas son disimiles. Pueden ir de lo personal a lo profesional, o la combinación de ambas. Aquí cada cual debe dialogar con su propia conciencia, y sopesar si vale la pena vivir del resentimiento o irse por encima de este y abrazar una causa más elevada y no desgastarse en el rencor y la vendetta.

Lo que sí es cierto, es que los conflictos entre los artistas del underground cubano, constituyen toda una canción de júbilo para los censores estatales de la cultura, quienes se aprovechan de ello para frenar la unión, donde como bien reza el viejo dicho, está la fuerza. Por otra parte, el artista en lugar de apuntar hacia el verdadero adversario, dirige el ataque hacia sus hermanos de causa y la balanza nuevamente se inclina a favor de los que quieren que nada cambie, y que las cosas se queden como están. Entonces una vez más la maquinaria estatal de la cultura gana y los artistas pierden la posibilidad efectiva de construir un verdadero movimiento musical underground, tan necesario en los días que corren.

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