El gran desafío de Ayamey



Es humanamente normal que aquella noche Ayamey Maura Beltrán se sintiera tensa y nerviosa, y que una inquietante comezón en el estómago no la dejase tranquila, además de que sus piernas se resistieran a soportar el peso de su cuerpo. Cantar por primera vez delante de un público numeroso y ajeno no es cosa de todos los días, pero fue prueba a la cual asistió convencida de que saldría airosa.

Lo que no tuvo en cuenta Ayamey fue lo que ocurrió aquella noche en la abarrotada Casa de la Cultura de Arroyo Naranjo. Su presentación coincidía con un aniversario de la muerte de su abuela materna de quien heredó actitudes y pasión por el canto y el baile. En plena interpretación, la joven reparó en que su madre, sentada en el público, lloraba incesantemente. En milésimas de segundos su conciencia se nubló con mil y una disyuntivas. ¿Qué hacer? ¿Ignorar el trance de su progenitora y continuar con su actuación? ¿Dejar de cantar y correr junto a ella para consolarla? ¿Ser más artista que hija, o más hija que artista?.

Tiempo después frente a esta redactora de PMU, Ayamey cuenta que optó por la fusión de ambas cosas. Sin dejar de cantar se acercó a la autora de sus días y allí, abrazada fuertemente a ella, concluyó su actuación. “Resultó como si mi mismísima abuela, donde quiera que esté, me hubiese dictado la solución”.

Pero el largo y abultado expediente de sueños y proyectos de Ayamey no se inició precisamente en el canto. Desde muy niña sus preferencias se encaminaron hacia el atletismo. A insistencia suya, los padres accedieron a que matriculara en una secundaria especializada en deportes. Dada su constitución física la encausaron hacia el lanzamiento del martillo, algo que descartó cuando creyó que su estética y porte femeninos sufrirían cambios por la intensidad de los ejercicios.

En un giro de 180 grados y estando todavía en la Secundaria, Ayamey dio riendas sueltas a su entusiasmo por el baile, para el cual mostraba destacadas facilidades. Lo que sí le sorprendió en modo superlativo fue cuando, ya en el Preuniversitario, la profesora de música le pronosticó que el registro, el tono, la cadencia y la melodía de su voz eran tributos de una cantante en ciernes. “Mira que decirme eso a mí que jamás había cantado ni en el baño”.

En esa etapa del Preuniversitario, Ayamey había decidido continuar estudios superiores en el campo de las ciencias, más exactamente en la Física o en la Geofísica, pero la revelación de su profesora le despertó la llamita por el canto. “Era como haber vivido siempre frente al mar sin percibir la presencia del agua y las olas”.

Al terminar el Pre, la joven comenzó a cantar en un grupo musical llamado coincidentemente Ayamey. Este grupo de muchachos aficionados pertenecía a la Casa de la Cultura de Arroyo Naranjo y su línea musical era la rumba. Más tarde se trasladó para otro colectivo de aficionados nombrado Miyale, en el cual cantaba como solista en algunas ocasiones, y en otras formaba parte del coro.

La primera imagen que proyecta esta muchacha de diecinueve años es la de una persona muy confiada de sí misma y con un desbordamiento constante de alegría y deseos de vivir. Según nos confiesa, tener fe en lo positivo de existir ha sido su gran divisa. “Para mí la vida comienza cada vez que amanezco”.

Si a ello se agrega que cuenta con una familia y un novio que no reparan en nada a la hora de ofrecerle apoyo y confianza, podía asegurarse que estamos frente a un ser humano fuera de lo común, para el cual las palabras infelicidad e imposible son solamente eso, palabras. Pero, ¿es exactamente así? Al hacerle tal pregunta, la expresión desatendida y algo esnob de Ayamey se difumó para dejar ver la naturaleza humana totalmente inversa de una joven artista que no se ha desarraigado del medio social y político que le ha correspondido vivir.

“Si le digo que mi vida comienza cada vez que amanezco es porque diariamente me reconstruyo. Como cualquier semejante he sufrido miedos, desconfianzas y dudas sobre mí misma y sobre lo que he pretendido y pretendo hacer, pero batallo con todas las fuerzas para que al final del día esos pensamientos huyan de mí, o al menos mantenerlos neutralizados y no me dañen. Cómo usted cree que yo no pueda sufrir cuando veo a un joven músico o cantante que no cuenta con el apoyo familiar, o se sienta asfixiado entre tantas impedimentas sociales y estatales para demostrar su arte. Cómo usted cree que pueda ser feliz del todo frente a un ambiente de corrupción artística donde las oportunidades, en vez de ganarse, se compran con dinero o con favores de cualquier índole. En un ambiente donde funcionarios escudados en una plataforma ideológica en la cual ni ellos mismos creen, se convierten en reyecitos para determinar quién puede y quién no, qué se canta y qué no, donde para cantarle a la vida hay que pasar primero por el funeral de los buenos deseos y la honestidad”.

Concluida su respuesta, y recobrado el aliento, con encanto camaleónico y sonrisa en ristre, retoma su aparente compostura de siempre.

PMU: ¿Tu géneros preferidos?

Ayamey: Me gusta la salsa, el pop, la bachata, la música romántica y también la rumba. Además, toco instrumentos de percusión menor.

PMU: ¿Cuáles son tus aspiraciones en la vida?

Ayamey: Muchísimas, quisiera ser una artista completa. Bailar, cantar, actuar. Ser capaz de hacer de todo y no encasillarme en nada. Y siempre con el idioma universal del amor. Pero, nube abajo, necesito ganarme la vida. Tal vez trabajando en una tienda en divisas, y con suerte y un buen empujón, en cualquier dependencia aduanera, ¿usted me entiende, verdad?

PMU: ¿Cómo ves tu futuro artístico en nuestro país?

Ayamey: Sobre mi futuro artístico quizás tenga una vaga idea, pero, ¿en Cuba? ¿La verdad? No lo veo, al menos por ahora.

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